![«Lo más antiguo es lo más moderno», declara Barceló](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202206/25/media/cortadas/antiguo25-kS0H-U170531063239Zk-1248x770@El%20Correo.jpg)
![«Lo más antiguo es lo más moderno», declara Barceló](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202206/25/media/cortadas/antiguo25-kS0H-U170531063239Zk-1248x770@El%20Correo.jpg)
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El público se agolpa a su alrededor en busca de una dedicatoria o casi para tocar al artista que ha hecho de la corporeidad y de la materia pictórica el sublime medio expresivo de su mundo creativo. «Señora, déjeme un momento que estamos haciendo una ... entrevista», dice con cierta sorna Miquel Barceló (Felanitx, 1957) durante una charla con EL CORREO en el Bellas Artes. Fue al término de la hora larga de diálogo que mantuvo ayer con Miguel Zugaza, como colofón del curso de verano organizado por el museo y la Universidad de Deusto con el epígrafe de la 'La materia del arte'. El tiempo tasado dio al menos para que Barceló se explayase espoleado por Zugaza sobre su biografía, su relación con los materiales nada convencionales, sus viajes, sus performances, su técnica, su vinculación con la literatura y los libros o incluso sobre algunos de sus gustos: el dibujo, el autorretrato, las cuevas y las viejas iglesias como talleres. «Yo soy un mediterráneo al que le gusta la fisicidad, la naturaleza y el vivir sensual y terrestre. Todo lo que no sea fisicidad produce nostalgia, por eso me llevo mal con el arte historicista», afirmó.
Al comentar un vídeo proyectado durante la charla que documentaba su viaje de 1984 en compañía de Mariscal al Alentejo, Barceló lo recordó así: «Aquello fue un gesto radical y liberador, salir del taller y llevar los lienzos a la naturaleza me dio una nueva perspectiva». Lo mismo que en sus viajes a África, especialmente a Mali, donde estuvo cientos de veces hasta que el país se volvió peligroso -«me dijeron que los de las barbas estaban preguntando por mí, y tuve que dejar de ir…»-. Sin embargo, esos viajes fueron decisivos para su trabajo y su sentido de la fisicidad. «Iba para curarme y volvía rejuvenecido. En el País Dogón vivían en el neolítico. Aprendí a trabajar la cerámica con la arcilla, a cocerla, lo mismo que hacían sus mujeres desde hacía miles de años. Allí viví experiencias peligrosas. En una ocasión me picó un escorpión en un ojo. Ahora he vuelto a Africa, a Kenia, pero eso ha sido ya como hacer footing», sentenció.
Sus esculturas, el uso de materiales no convencionales o incluso orgánicos y la raíz prehistórica también estuvieron presentes en el diálogo con Zugaza. Es el caso de su inspiración tras ver las pinturas rupestres de la cueva de Chauvet, en 2008. «Allí vi que el gesto de la pintura tiene miles de años, que la obra de arte siempre nos habla de algo necesario y que irónicamente lo más moderno es lo más antiguo», dijo. De aquel tiempo es también su trabajo en la Cúpula de la Sala de los Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, del que se proyectó un vídeo durante la charla. Enfundado en un mono blanco, Barceló aparece con una «manguera» soltando un enorme chorro de pintura: «Es mi obra de mayor tamaño. Lo pasé genial. Fueron 40.000 kilos de pintura. Estalactitas que cuelgan del techo. Es como una cueva mental. He vuelto varias veces. Me gusta tumbarme en el suelo y mirar a esa bóveda celeste», comentó.
De su biografía también dio algunos detalles: «Hasta los doce años el dibujante que más me gustaba fue Walt Disney. Cuando murió conocí y admiré la obra de Picasso. Uno siempre busca modelos, pero pongo empeño en que mi obra no parezca un pastiche de Picasso… Fui a la Escuela de Bellas Artes, pero solo duré dos semanas. Milicua, su director, me dijo después que fui su mejor alumno. Yo le respondí que había estado allí muy poco y el sentenció que sería porque aproveché muy bien el tiempo…».
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