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María Molinos
Lunes, 3 de septiembre 2018, 01:14
Los años 90 en Berlín fueron un estallido de alegría y libertad. Una combinación que dio alas a artistas y movimientos 'underground'. Una exposición en la capital alemana rinde homenaje a esa década de revolución cultural y democrática. Tiene 1.500 metros cuadrados y cinco ... salas, con los principales escenarios de la época y algunos de sus protagonistas: clubes con sus DJ, casas okupadas y sus okupas, políticos y artistas, músicos, policías...
La muestra del Alte Münze se podrá visitar hasta febrero. Todo el material se ha dispuesto con lógica cronológica y temática. El punto de partida lo marca la caída del Muro: apenas unos meses más tarde, el 13 de febrero de 1990, un puñado de artistas y bohemios okuparon las ruinas del antiguo Pasaje Tacheles. El monumental edificio, que había sido el segundo centro comercial más grande de la ciudad, era una osamenta ennegrecida y mutilada. Tras los bombardeos de la II Guerra Mundial, sufrió años de abandono durante la República Democrática Alemana (RDA) y una demolición que no llegó a completarse. Pero los intrusos tenían una visión.
Tacheles iba a ser un centro para artistas. Un santuario para la creación. En su interior se habilitaron talleres, salas de exposiciones, tiendas de arte contemporáneo, un cine y una barra. En el sótano había un club de música tecno. Arriba, una discoteca de heavy metal. El denominado Salón Azul, de unos 400 metros cuadrados, se convirtió en escenario de frecuentes conciertos y lecturas. La Sala Dorada se destinó a obras de teatro alternativo y actuaciones de danza libre contemporánea. Por allí pasaron decenas de desconocidos que años después se consagrarían en el panorama artístico alemán e internacional.
Esa febril actividad no pasó desapercibida. La fama de Tacheles empezó a trascender más allá de Berlín. Cada vez más curiosos se acercaban a ver qué se cocía en el inmueble, convertido en parada habitual en las guías de viajes más comerciales. El arte radical y transgresor dejó progresivamente paso a los tenderetes de artesanía.
Mientras tanto, la tregua que los primeros okupas habían logrado con la administración local de Berlín se fue agrietando. En 1998 un empresario compró el solar y, tras infinidad de disputas legales, consiguió desalojar el edificio. Era ya 2012 y poco de lo que había en el interior de Tacheles recordaba al de 1990. El solar cambió de manos y en 2016 entraron las excavadoras en el gigantesco solar de Friedrichstrasse, una de las vías comerciales con más solera de la pujante capital alemana.
Tacheles es el destilado de la historia reciente de Berlín. De capital humillada, dividida y culturalmente amordazada durante la Guerra Fría a urbe cosmopolita y abierta en la actualidad, pasando por unos años de inaudita libertad en los que el arte, gracias al caos y al optimismo, fructificó con pasión tropical. «Lo que pasó aquí en los 90 fue único. No tiene precedentes. De un día para otro apareció una ciudad de millones de personas, libre y nueva», explica Jörn Kleinhardt, experto del DDR Museum y comisario de la exposición 'Años 90. Berlín'. La reunificación abrió nuevos espacios en el antiguo Berlín oriental, limbos hasta entonces impermeables a la creación artística libre. La ciudad era una página en blanco.
Chris Keller, hoy músico, productor y responsable de una agencia de fotografía, entonces okupa, recuerda también aquellos años como «un tiempo de ruptura radical. Allí había un país perdido por fortuna en medio de un proceso en cierto modo democrático que iba a ser acogido por un nuevo país. Hubo un vacío muy grande. Ese vacío ofreció muchas oportunidades y fue, a la vez, un tiempo muy salvaje y libre», relataba en el diario 'Berliner Morgenpost' con motivo de la publicación de un libro de fotografía de la época que editó personalmente.
Fue una primavera. En el corazón de Berlín, surcado aún por el Muro, se empezaron a multiplicar los clubes de música sin licencia como el Eimer, las fiestas ilegales 'rave', las publicaciones alternativas como la revista musical de culto 'Frontpage', los teatros y cines piratas, las casas okupadas –que llegaron a ser más de un centenar en el centro de la capital– y los acontecimientos musicales como la LoveParade. Cientos de bohemios, artistas y aventureros de Alemania, Europa y todo el mundo se dieron cita en la capital de la ebullición y las posibilidades.
Pero el tiempo pasa y esa ventana de oportunidad se acabó por cerrar. La reunificación se consumó, la República Federal absorbió a la RDA y en 1999 Berlín volvió a ejercer como capital de la nueva Alemania. Llegaron cientos de altos funcionarios, políticos y abogados, empresarios y expatriados. La ciudad iniciaba una fase de equiparación con Londres y París, y los hitos de aquella época fueron apagándose. 'Frontpage' dejó de editarse en 1997. El Eimer cerró en 2001 y con él, el último club sin licencia. La LoveParade empezó a celebrarse en otras ciudades, hasta que desapareció tras la tragedia de Duisburgo en 2010, en la que murieron 21 personas. Tacheles fue el último hito en caer
Sin embargo, no todo se ha esfumado sin dejar rastro. «Esa época ha influido de forma permanente en Berlín y la ha convertido en una marca global», considera Matthias Kaminsky, director creativo de la exposición 'Años 90. Berlín'. La capital alemana sigue sin ser una metrópoli más y lleva con orgullo mantenerse despeinada y rebelde, original y creativa, abierta y diversa. Atributos que la han aupado en los últimos años como uno de los principales polos mundiales para las 'start-ups' tecnológicas.
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