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En mayo de 1896, las orquestas Sinfónica y Filarmónica de Londres no existían. Ni la Philharmonia, de la misma ciudad. Tampoco la Filarmónica de Los Ángeles, ni la de París. La Royal Concertgebow tenía nueve años de vida; la Sinfónica de Chicago, cinco; la Filarmónica ... de Múnich, tres; y la Checa, cuatro meses. Ese es el contexto en el que, el día 20 de ese mes, en el salón de actos del Instituto Vizcaíno, en lo que hoy es la plaza Unamuno, se celebró el primer concierto organizado por la recién nacida Sociedad Filarmónica de Bilbao. Un grupo de miembros ilustrados de la burguesía local había conseguido hacer realidad su sueño en un tiempo récord. Entre la publicación de una especie de bando a los vecinos de la Villa, en el que mostraban su interés por sumarse a los proyectos modernizadores con la creación de una entidad dedicada a organizar conciertos, y la primera sesión pasaron exactamente cien días. Los necesarios para reunir a un grupo de socios, constituir la sociedad y montarlo todo para que sonara la música. El jueves se cumplirán 125 años de aquel día marcado en letras de oro en la historia cultural de Bilbao.
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Hay que buscar el origen de la sociedad en una habitación alquilada en un piso de la calle del Arenal. Allí, muchas tardes, varios jóvenes bilbaínos, hijos de familias acomodadas, con buena formación musical, se reunían para interpretar, a dúo o trío, en cuarteto o en piano a cuatro manos, las obras cuyas partituras iban llegando a la ciudad, con frecuencia adquiridas por ellos mismos en viajes por España y Europa. Ese lugar de encuentro, cariñosamente llamado El Cuartito, fue ganando en dimensión y carácter. Trasladado luego a la calle Correo y más tarde a Bidebarrieta, pronto sus paredes fueron decoradas con cuadros pintados por ellos mismos o artistas próximos.
Fue allí donde concibieron la idea de crear una sociedad que permitiera sacar la música de los salones -era lo más habitual entonces en la ciudad- y abrirla a un público más amplio. El 10 de febrero de 1896 lanzaron su proclama. Solo trece días después se constituyó la sociedad. Emiliano de Arriaga, sobrino nieto del autor de 'Los esclavos felices', se convirtió en su primer presidente. Junto a él, codo con codo, estaban Juan Carlos de Gortazar, Lope de Alaña y Javier Arisqueta, que luego serían conocidos como 'los Apóstoles'. Algunos de ellos -o sus familias- ya habían promovido diez años antes la Sociedad Coral. También estarían en la fundación de la Academia Vizcaína de Música (origen del Conservatorio) y de lo que pasado el tiempo sería la Orquesta Sinfónica de Bilbao. Era una burguesía verdaderamente ilustrada.
sus fundadores
El crecimiento de la sociedad fue tan rápido que enseguida se hizo necesario contar con una sede propia. En 1902 la entidad adquirió un solar en la calle Marqués del Puerto y encargó al arquitecto Fidel Iturria el proyecto: sería la sala que aún hoy es la sede de la sociedad, con su característico estilo de aire francés (algo así como la antigua Pleyel con palcos). El 26 de enero de 1904, la Schola Cantorum de París la inauguró.
Durante estos 125 años, la Sociedad Filarmónica de Bilbao ha mantenido su carácter privado, lo que le ha permitido una orgullosa independencia incluso en los momentos de crisis económica y cultural. No solo eso: la sociedad ha sido capaz de vincular a artistas de disciplinas diferentes. Por eso, durante décadas sus paredes han estado decoradas con obras de Zuloaga, Losada, Guinea y Nagel.
Por su propia filosofía y las características de la sala -de excelente acústica, pero con un escenario pequeño-, la Filarmónica se ha especializado sobre todo en la música de cámara y los recitales de piano. No es que haya eludido traer orquestas. De hecho, en la enorme lista de quienes han pasado por ese escenario, están las filarmónicas de Berlín y Viena, la English Chamber Orchestra, la Mahler Chamber Orchestra y muchas otras.
Las sucesivas juntas directivas de la entidad han mostrado siempre un olfato especial para detectar a jóvenes con talento y les han dado la oportunidad de actuar en su sala. Simon Rattle, quizá el director más cotizado hoy en el planeta tras su paso por Berlín, dio en Bilbao su primer concierto como profesional. También lo hizo en esa sala el pianista Joaquín Achúcarro. Alicia de Larrocha reconoció la cálidad acústica de la sala y la eligió para grabar un disco de Albéniz que luego, en 1960, ganó el Grand Prix du Disque de París. También La Petite Bande, con Sigiswald Kujiken al frente, grabó el 'Oratorio de Navidad' de Schütz en diciembre de 1998 aquí mismo.
Y en cuanto a los compositores, Ravel y Richard Strauss subieron al escenario para dirigir un puñado de sus propias obras. Montsalvatge, Guridi e Isasi no dirigieron pero sí estrenaron algunas de sus partituras.
artistas
Aunque la música contemporánea sea la menos frecuente en la programación de la entidad -alguno de sus directivos suele comentar que cuando se anuncian obras recientes se ven 'claros' en la sala-, la Filarmónica no ha querido desvincularse de la misma. Por eso, para el centenario, encargó a dos de los integrantes de la Generación del 51, los bilbaínos Antón Larrauri y Luis de Pablo, sendas obras.
La relación de artistas célebres que han actuado en la Filarmónica es tan larga que sería más práctico hablar de quienes no lo han hecho. Esa sí sería breve. Por ofrecer solo algunos nombres: a ese escenario han subido Rubinstein, Argerich, Haskil, Benedetti Michelangeli, Heifetz, Milstein, Perlman, Ysaÿe, Fournier, Rostropovich, Yo Yo Ma, Rampal, Segovia, Schwarzkopf, Lorengar, Popp, Caballé, Berganza, Ludwig, Norman, Bartoli, Argenta, Nikish, Abbado... y los cuartetos Italiano, Amadeus, Melos, Luilliard, Berg, Emerson, Tokio, el Beaux Arts Trío...
La galería de imágenes que atesora la sociedad, con fotografías dedicadas de todos ellos, es historia misma de la música. Es el bagaje que le ha hecho atravesar crisis económicas terribles, dictaduras, modas y dificultades. El concierto número 1.000 lo celebró con un artista hoy olvidado, el pianista ruso Nicolas Orloff, en 1953, con el país sufriendo aún muchas carencias. El 2.000 fue en el gozoso 1986, el año del ingreso en la UE y el primer gran 'boom' económico, que derivó en la creación de muchas orquestas y teatros públicos que parecieron oscurecer el papel de las entidades privadas. Martha Argerich y Michel Beroff fueron los invitados aquel día. Grigory Sokolov protagonizó el número 3.000, en febrero de 2017.
La Sociedad sigue ahí. Con el reto de renovar su público y alcanzar una mayor visibilidad en la Villa, pero defendiendo a toda costa el pabellón de la mejor música.
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