25 años de fuego, tambores y provocación

Después de más de 800 representaciones por todo el mundo se mantiene en cartel, se resisten a jubilar a ese demonio que fue su talismán. «Al principio teníamos que pedir prestados tambores a los amigos y ahora tenemos esponsors que nos pagan por usar sus tambores, y nuestra propia marca de baquetas», ilustra Óscar Castaño, Garbitxu, director artístico y autor de la mayoría de los espectáculos. Tiene titulación de artificiero, «la canadiense, la francesa y la española», porque el fuego es una herramienta esencial de su lenguaje.

Los 'Deabru' son siete y han pasado «de aprendices a formadores. Tiramos de músicos y les formamos como actores porque esta es una compañía de teatro, no nos equivoquemos». Todo empezó en 1996 cuando una cuadrilla de amigos veinteañeros que militaban en distintos grupos teatrales -Garbitxu procede del histórico Kukubiltxo- decidió montar espectáculos para la gente de su edad. «Nadie lo hacía, la oferta se dirigía al público más maduro o más infantil», recuerda. «Entonces estaba de moda Negu Gorriak e hicimos un títere muy sofisticado que era clavado a Fermin Muguruza. Aprendimos a manipularlo entre tres y dimos un concierto de rock con títeres y algo de pirotecnia».

La acogida del público les animó «a investigar y probar cosas. Cada uno tiene que buscar su sello» y en 'Les Tambours de Feu' ya dejaron claras sus señas de identidad -«percusión, movimiento, ritmo y pirotecnia»- que les hacen reconocibles en cualquier parte del mundo. Desde el entierro de la sardina en los carnavales bilbaínos hasta Alemania, Colombia, Brasil, Corea... Avanzan «meta a meta y festival a festival», aunque la Feria de Tárrega de 2003 supuso un hito en su trayectoria. «Contactamos con productores europeos y tuvimos la suerte de fichar a un manager parisino que nos abrió las puertas del mundo». Han llegado a superar las 125 actuaciones al año, «entre el 80% y el 85% fuera», y coleccionan anécdotas de los cinco continentes. «Desde salir escoltados de un hotel en México porque son megafans y parecíamos Madonna hasta Cabo Verde, donde un minuto antes de empezar no había nadie en la calle. A medida que avanzábamos, empezó a salir la gente de casa con su sillita y se sentaban en la acera».

Pocas compañías vascas han conseguido hacer coproducciones en centros nacionales franceses, el país de referencia en las artes de calle «aunque la crisis de la pandemia ha hecho mucha mella. Ahora todo el mundo está haciendo proteccionismo», explican. 'Symfeuny', la obra con la que optan a su primer Max, se estrenó antes del confinamiento y «es muy especial porque con ella hicimos la casa al revés. Empezamos con la pirotecnia, a partir de ahí creamos los temas y el espectáculo», que recrea «una sinfónica de fuego y percusión».

Garbitxu cree que el éxito del teatro de calle vasco -junto a Markeliñe copan dos de las tres candidaturas finalistas a los Max y el año pasado el ganador fue Zanguango- debe traducirse en más apoyo institucional. «Parece que está mal visto, que no es teatro. Deberíamos tener un espacio propio, como la danza, porque somos una disciplina muy distinta a otras y en los comités que otorgan las subvenciones no hay muchos expertos en teatro de calle. Llevamos dos años olvidados de la mano de Dios», se queja.