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Acabamos de empezar un año como otro cualquiera? ¿O estamos a las puertas de algo maravilloso? Como el don de la profecía no está en nuestras manos, más vale quemar etapas en orden y sin precipitarse. Antes de lanzarse hacia lo desconocido, eso mismo debió ... pensar Marco Polo, cuando no pasaba de ser el hijo díscolo de un mercader veneciano, y también el joven Charles Lindbergh en sus viajes rutinarios como piloto civil de correos en Estados Unidos. Ambos tenían hambre de aventuras y una hoja de ruta relativamente clara. Les hizo especial ilusión desvelar las claves y secretos de sus proezas. El primero escribió un libro trepidante sobre sus viajes (fantasiosos o no, eso es otra historia) por las lejanas tierras de Asia Central y China y el segundo ganó el Pulitzer con un relato sobre el vuelo que le hizo famoso, ya que fue el primer hombre que cruzó en solitario y sin escalas el Atlántico, de Nueva York a Le Bourget, cerca de París.
De ambos celebraremos su aniversario en los próximos 12 meses. Marco Polo falleció en 1324 y Charles Lindberg murió hace 50 años. Hay muchas efemérides a la vista y no se puede ser exhaustivo. A continuación presentamos una selección de personajes que invitan a soñar y cumplir deseos. Todos empezaron igual, con un primer paso. Lo demás es historia, como sucede con el arqueólogo y egiptólogo Howard Carter.
Nacido hace 150 años en Inglaterra, Carter era el más pequeño de once hermanos y nada apuntaba a su fama futura. Apocado y de salud quebradiza, había heredado el talento para el dibujo de su padre –un reputado pintor de animales– y solo tenía una pasión: el Antiguo Egipto. A los 17 años, sin formación académica de ningún tipo, marchó a El Cairo, con un cuaderno de notas, lápices de colores y el apoyo tutelar de la Egypt Exploration Society. El chaval empezó copiando pinturas e inscripciones, sin más ambición que reproducir una bonita estampa, pero su implicación en las excavaciones y sus ansias de conocimiento no conocían límites. Tres décadas más tarde, descubrió la tumba de Tutankamón.
Muy probablemente, Howard Carter habría suscrito lo que decía Lauren Bacall cuando le reprochaban en las clases de Arte Dramático que tenía una voz chillona: «Vosotros esperad y... veréis». La actriz que enamoró a los 19 años durante el rodaje de 'Tener y no tener' a Humphrey Bogart, que tenía entonces 44, no solo pulió su dicción, sino que aprendió a hablar con un tono tan grave y felino que hasta Kirk Douglas, compañero de estudios, se ponía firme delante de ella.
Hija única, se educó sin padre porque él desapareció de su vida nada más divorciarse. «Mi infancia fue un correr de aquí para allá, en subterráneos y autobuses. El mundo no te debe nada, eso lo aprendí enseguida», zanjaba Lauren Bacall cada vez que hacía balance de su vida. En los tiempos de la caza de brujas de McCarthy –que perseguía a los actores sospechosos de actividades 'antipatrióticas'– nunca dudó en manifestarse en contra, siempre del brazo de Bogart. Se cumple un siglo de su nacimiento, igual que en el caso de Stanley Donen, con el que nunca llegó a trabajar pero sí coincidían habitualmente en fiestas y pistas de baile. De haber sido más avispados los estudios de Hollywood, les habrían propuesto algún proyecto en común. Donen era tan ágil y versátil como ella.
Coreógrafo y director de 'Cantando bajo la lluvia' y 'Siete novias para siete hermanos', también era un bailarín consumado. No terminó la carrera de Psicología pero bien que aprovechó su conocimiento de la naturaleza humana en filmes como 'Dos en la carretera', una vitriólica radiografía sobre el desamor, y 'Los aventureros de Lucky Lady', protagonizada por unos contrabandistas muy pillos que se las saben todas en los tiempos de la Ley Seca en Estados Unidos.
Son películas que le habrían hecho mucha gracia a Franz Kafka, lástima que el autor checo falleciera hace 100 años, sin tiempo para seguir la evolución del séptimo arte. Habría gozado con obras maestras como 'El ángel azul' con Marlene Dietrich y 'Retorno al pasado' con Robert Mitchum. Le dio tiempo, eso sí, a disfrutar de Chaplin –tenía debilidad por 'El chico'– y le causó un fuerte impacto 'El tráfico de esclavas blancas', de August Blom. En ambos filmes se recorren los bajos fondos y los personajes dan la impresión de estar condenados a sufrir. Pero al final todo es más complejo de lo que parece, igual que en 'La metamorfosis'.
El protagonista de la novela de Kafka no se convierte, de la noche a la mañana, en una cucaracha sino en un escarabajo. Así lo certificaba el reputado entomólogo y escritor Vladímir Nabokok. Conclusión: Gregor Samsa tiene alas. Ha perdido su condición humana pero puede volar. La pena, ay, es que no se ha dado cuenta. De haber conocido esta hipótesis alguien tan atento a las tragedias diarias como Truman Capote, habría tomado buena nota. El autor de 'A sangre fría', que se ganó la confianza de dos criminales para narrar sus vidas, no desdeñaba ningún recurso para hacer gran literatura. La realidad es cruda y él, que vino al mundo en 1924, le hincaba el diente sin miramientos.
Tampoco era ningún pusilánime Immanuel Kant, que hizo suya la consigna de 'Sapere audere' (atrévete a saber) para sentar las bases de un sistema de pensamiento filosófico arrollador. Tan potente que abrió camino a la Ilustración, con la razón pura como ariete. Abominaba de las tradiciones absurdas y prevenía de los peligros de la obediencia ciega. Nacido hace 300 años, era prusiano pero no tenía apego por los desfiles o las jerarquías. Entre sus debilidades, se contaban el billar y el vino. «En todo límite hay algo también positivo», razonaba en 'Prolegómenos a toda metafísica futura'.
De avanzar sin miedo, también sabía mucho un compositor de la talla de Giacomo Puccini. Falleció en 1924, cuando se encontraba en plena efervescencia creativa. En su niñez no había dado muestras de talento –pese a que los Puccini llevaban siglos tocando el órgano en la catedral de Lucca– pero en cuanto empezó la adolescencia recuperó el tiempo perdido. A partir de entonces, el sexo femenino y la música poblaron los sueños de Puccini.
Las figuras femeninas de sus óperas –ya sean monjas, modistillas tuberculosas o princesas chinas– tienen una capacidad de amar que se manifiesta sin cortapisas. El erotismo de la música volvía locos a los más modernos, tanto o más que su habilidad para hermanar todo tipo de corrientes musicales con un sentido del ritmo casi cinematográfico. Nada sobra ni falta. El melodismo italiano, la sonoridad francesa y la complejidad orquestal germana cuadran a la perfección en sus partituras. No llegó a finiquitar su última ópera, 'Turandot', que concluyó Franco Alfano, pero como señal de respeto al maestro el día de su estreno solo se interpretó la música de Puccini. Entre los más fervientes entusiastas de 'Turandot' se encontraba Arnold Schoenberg, un compositor en las antípodas del italiano. El respeto era mutuo.
Puccini no dudó en asistir, ya enfermo de cáncer, al estreno de 'Pierrot Lunaire' en Florencia, bajo la dirección del propio Schoenberg. Es una obra con multitud de aristas y ángulos, como un cuadro de Kandinsky. Sigue un patrón atonal y se desliga de la armonía clásica. Nada que espantara a Puccini, todo lo contrario. Lo veía y escuchaba como una opción más. El compositor vienés amplió horizontes a vanguardistas como Luigi Nono (1924-1990), que llegó a ser una figura destacada de la música electrónica, además de yerno de Schoenberg.
En la casa de los Nono-Schoenberg no se paraba de experimentar. Algo que también hacía Anton Bruckner, aunque sus raíces le pesaran mucho. Nacido hace dos siglos en un entorno rural, era profundamente católico y menos santo de lo que hubiera querido. Tenía debilidad por las adolescentes y les proponía matrimonio a la más mínima ocasión. Nunca se casó. Estaba destinado a ser maestro de escuela, pero la vida le cambió al teclado del órgano de la catedral de Linz. Sus sinfonías son templos –con un brillo sombrío muy particular– que acogen a todo el mundo. En vida muy pocos le aplaudieron, pero su legado es imponente. Su música derrocha misticismo y energía. Tan bella que anima a intentar lo mejor que se nos ocurra. No esperemos demasiado para dar el primer paso. Ahora mejor que el año que viene.
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