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Enrique Portocarrero
Sábado, 23 de junio 2018, 00:36
La faceta de Pedro Almodóvar como fotógrafo va ganando peso específico de forma progresiva en su mundo creativo. Si el pasado otoño presentó en la galería madrileña de su amiga Topacio Fresh una primera exposición de coloridos bodegones costumbristas cuya venta se destinó a la ONG Mensajeros de la Paz, ahora su fotografía ha dado un paso decisivo con una nueva muestra comercial en la galería Marlborough de la capital, incluida dentro de la programación del Festival PHotoEspaña.
Almodóvar sigue manifestando que la fotografía es solo un divertimento o una faceta que utiliza para relajarse, sin otra pretensión que la de atrapar momentos del tiempo y de la luz en los que da rienda suelta a su intuición. De ahí el título de la exposición, 'Vida detenida', en clara alusión al sentido efímero de los bodegones. Ahora bien, si por un lado sus instantáneas van adquiriendo una innegable calidad narrativa y además reflejan una interesante visión contemporánea y hasta pop de un género tan tradicional y español como el del bodegón, por otro el hecho de exponer en una galería tan acreditada en el mercado internacional como la Marlborough abre innumerables posibilidades creativas y comerciales a esta faceta del universo 'almodovariano'.
Las treinta imágenes de bodegones que el realizador manchego presenta en la muestra bien podrían estar sacadas de los interiores de sus películas. Esculturas, huevos, platos, licoreras, frutas, vasijas con flores, diferentes objetos cotidianos o incluso Pepito, el propio gato de Almodóvar, integran unos bodegones en los que se reconoce tanto la influencia hiperrealista en el arte de Antonio López o Isabel Quintanilla, como también la gran tradición española del género desde Sánchez Cotán a Zurbarán.
Las fotografías están realizadas con luz natural y sin ningún trabajo de posproducción. Con un tamaño que oscila entre los 30 y los 50 cms., su impresión es digital en lienzo o en dibond. Los colores fuertes y vivos y el protagonismo de los objetos cotidianos en la composición demuestran que el pop pervive en la estética de Almodóvar. Sin embargo, el paso del tiempo ha hecho que junto a aquella visión estética bien centrada en el kitsch y en los referentes de la cultura popular española, ahora también surjan influencias variadas de las vanguardias internacionales. Así, mientras que las composiciones con peras o con vasos y vasijas hacen recordar la humildad de los bodegones tradicionales o incluso la mirada pulcra y realista de Antonio López, en otras parece claro el homenaje a la arquitectura o al diseño de Ettore Sottsass y Piero Fornasetti, a la singular experimentación de Giorgio Morandi, al pop de Jeff Koons o a la escultura popular brasileña.
'Vida detenida'. La galería Marlborough de Madrid expone las fotografías de Almodóvar hasta el 31 de julio. «Prefiero la expresión inglesa 'still life' (vida detenida) en lugar de naturaleza muerta, como decimos en castellano», escribe el director en el catálogo. «Los objetos siempre están vivos, lo mismo ocurre con la luz, en el sentido de que son susceptibles al paso del tiempo».
1.500 a 2.300 euros sin IVA cuestan las fotografías del director. El precio es por una serie de tres copias más otras dos de prueba de artista.
En una de las instantáneas el propio Almodóvar realiza su autorretrato, dejando una imagen con cierto halo de misterio. La expresión fotográfica del realizador sigue la pauta de otros conocidos directores que antes o después de triunfar en el cine también ejercieron con éxito en esta disciplina artística. Tres ejemplos bien conocidos son los de Stanley Kubrick, Agnès Varda y Wim Wenders. Kubrick se inició bien joven con una cámara réflex que le regalaron sus padres. Antes de ejercer como director de cine trabajó cinco años como fotógrafo de la revista 'Look'. Sus exposiciones en importantes museos por todo el mundo han sido muy celebradas.
En España el caso más emblemático es el de Carlos Saura, cuya colección de cámaras y dominio de la técnica fotográfica son de sobras conocidos en el mundo del cine. Hace ahora poco más de un año expuso en el Museo Cerralbo y también en el contexto del festival PHotoEspaña una excelente serie de imágenes en blanco y negro sobre la España de la posguerra, realizadas con su cámara Leica M3. Quizás sea demasiado pronto para saber si la faceta como fotógrafo de Pedro Almodóvar le va a dar los mismos éxitos nacionales e internacionales que le han proporcionado sus películas. Talento e imaginación no le falta, ni tampoco la demanda y el favor de su público.
En la exposición con fines benéficos que celebró el pasado otoño en la galería de Topacio Fresh, sus compradores fueron esencialmente sus amigos: Alaska, Mario Vaquerizo, Màxim Huerta y Paco Clavel. Ahora, por el contrario, el público que visita la galería Marlborough de Madrid responde al estereotipo de los coleccionistas más avezados y dispuestos a pagar entre 1.500 y 2.300 euros sin IVA, por una foto de una serie de tres copias más otras dos de prueba de artista.
LA CONEXIÓN CON SUS PELÍCULAS
Las fotografías que componen la exposición de Pedro Almodóvar evocan a algunas de sus películas. Aunque ese no es el objetivo de la muestra, es difícil no pensar en ese vínculo cuando se repasan una imágenes que recuerdan por su tono a fotogramas de su cine. Son dos disciplinas que comparten una armonía, una estética determinada -seña de identidad de su trabajo-, una iluminación e incluso una composición. La cámara retrata con similar distribución y equilibrio unos jarrones en un bodegón fotográfico y a las actrices de 'Volver'. El colorido fondo en el que retrata en primer plano unas frutas remite a la tonalidad de algunas escenas de 'Los abrazos rotos'.
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