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Emoción. Joaquín Achúcarro (Bilbao, 1932) la sintió ayer primero y la regaló después en el acto de su recepción como académico honorario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La sintió cuando desfiló por el pasillo del salón de plenos ... de la institución, del brazo del compositor Tomás Marco y la mezzosoprano Teresa Berganza entre los aplausos del público puesto en pie, camino del estrado, para dar inicio al acto. La mostró durante su discurso de recepción pública del nombramiento, en el que habló de las relaciones entre lenguaje y música desde los albores de la Humanidad y agradeció la distinción de la Real Academia. Y la regaló a los asistentes al solemne acto con un recital compuesto por obras de Debussy, Falla y Ravel, de quienes brindó una interpretación profunda y sabia.
El nuevo académico hizo su debut en un concierto público el 20 de mayo de 1946. Pronto se cumplirán 72 años de aquel día en el que interpretó el Concierto para piano Nº 20 de Mozart durante la celebración de las bodas de oro de la Sociedad Filarmónica de Bilbao. Desde entonces ha desarrollado una carrera impecable en la que ha acumulado algunos récords difíciles de igualar, como destacó José Luis García del Busto, secretario de la institución: alrededor de 3.000 conciertos en más de sesenta países, actuaciones con una suma superior a las 200 orquestas y bastantes más de 300 directores, gracias a un repertorio de dimensiones casi sobrehumanas.
Pero, con ser esas cifras apabullantes, lo más importante en la carrera del pianista bilbaíno ha sido la búsqueda de un sonido propio. Un sonido con el que ha buscado siempre, reiteró García del Busto, antes emocionar que impresionar. Y de eso habló también Achúcarro en su discurso, titulado ‘Música y lenguaje, hermanos’.
La música, explicó, como el resto de las artes, refleja «las emociones, sensaciones, estados de ánimo que son parte común de los humanos de todas las épocas». Casi como si estuviera citando el famoso poema de Lope de Vega, se detuvo en esas sensaciones: «Alegría, tristeza, ansiedad, furia, odio, ternura, amor, ironía, humor, triunfo, derrota». Eso es, dijo, lo que «los artistas -en nuestro caso, músicos- han intentado expresar».
Reunió el pianista bilbaíno música y palabra cuando dijo que la innovación que introdujeron los impresionistas, sobre todo Debussy -de quien en apenas unas semanas se conmemorará el primer centenario de su muerte- y Ravel, fue «un terremoto» que tuvo el efecto de que el aficionado a la música se encontrara en esos años de finales del XIX y principios del XX «como el viajero que, al cruzar una frontera, descubre un país cuya lengua no comprende y tiene que aprender, y que tiene costumbres muy distintas a las que él conoce». Ese nuevo lenguaje, esa sonoridad nueva que en su momento fue «atacada, denostada y ridiculizada» fue, a juicio del académico Achúcarro, un descubrimiento, uno más en la asombrosa historia de la música.
Luego, antes de que Fernando Terán, director de la institución, le entregara la medalla G de la sección de Música y el diploma acreditativo, García del Busto glosó los méritos del nuevo académico y contó algunas anécdotas reveladoras de su calidad artística y humana. El secretario, que junto a Tomás Marco y Rafael Moneo formó el trío de académicos que presentaron su candidatura, habló de su indagación permanente en el repertorio, que lo lleva a seguir descubriendo aspectos nuevos en obras que toca desde siempre; de una búsqueda de la perfección técnica no como fin sino como medio; y del entusiasmo juvenil que mantiene intacto después de siete décadas de carrera.
Luego, como dijo García del Busto, llegó lo que bien podía considerarse la segunda parte del discurso de Achúcarro: su recital. Fue el momento en que la emoción se trasladó a los asistentes. Allí estaban académicos y representantes del mundo artístico y cultural: Cristóbal Halffter, Antón García Abril, Josefina Molina, Margarita Salas, Javier Rupérez, Paloma O’Shea, Alfonso Aijón, Oriol Roch y muchos más.
Ante todos ellos, el intérprete bilbaíno cedió la palabra a su piano. Empezó por dos preludios (‘Voiles’ y ‘Brouillards’) para continuar con ‘Soirée dans Grenade’ de las ‘Estampes’, que el compositor francés escribió inspirándose en una tarjeta postal con la imagen de la Puerta del Vino que le había enviado Falla.
El ‘Homenaje a Debussy’ del gaditano, con su tono de habanera que termina en un canto fúnebre doliente por la muerte del amigo, dio paso a ‘Alborada del gracioso’ de los ‘Miroirs’ de Ravel. En esta pieza, de enorme dificultad técnica y siempre una de sus favoritas, el intérprete bilbaíno hizo que el piano sonara por momentos como una guitarra.
Después, tras recibir una interminable ovación, el nuevo académico honorario, con la medalla sobre su pecho y un indisimulado brillo en los ojos, y siempre acompañado por Emma, la compañera de toda la vida, recibió la felicitación y el abrazo de sus amigos. Su nombre, el de un gran productor de emociones, ya está en la lista de inmortales de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
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