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Caminar erguidos como lo hacemos fue un paso clave en la evolución de nuestra especie. Ocurrió hace unos 3,2 millones de años y permitió a nuestros antepasados adaptarse a la sabana al poder ver mejor a lo lejos, favorecer el transporte de alimentos y ... utensilios al tener las extremidades superiores liberadas -tiempo después esto permitiría la fabricación de las primeras herramientas de piedra-, regular mejor la temperatura corporal… También influyó en el desarrollo del cerebro. Al andar rectos, la pelvis se hizo más estrecha, lo que hizo más angosto el canal del parto. Para poder pasar a través de él, los bebés nacen con los huesos del cráneo sin formar del todo, lo que según algunos estudios pudo permitir la expansión de la corteza prefrontal -la que está situada justo detrás de la frente-, clave para nuestras capacidades cognitivas.
Un estudio de la Academia de Ciencias de China, el Instituto Yunnan de Reliquias Culturales y Arqueología y la Universidad de Nueva York ha descubierto nuevas claves sobre la bipedestación. Al contrario de las investigaciones tradicionales, que se centran en el llamado esqueleto poscraneal -los huesos de las extremidades, los hombros, la pelvis y la columna-, se han centrado en el oído interno del 'Lufengpithecus', un simio fósil extinto de un tamaño menor al de un chimpancé que vivió hace entre 6,2 y 12,5 millones de años en el territorio de la actual provincia de Yunnan. Gracias a ellos, proponen que el cambio desde andar a cuatro patas a caminar erectos sucedió en tres etapas.
«Primero, los primeros simios se movían en los árboles en un estilo que era muy similar a aspectos de la forma en que lo hacen hoy los gibones en Asia. Segundo, el último ancestro común de los simios y los humanos era similar en su repertorio locomotor al 'Lufengpithecus' , usando una combinación de escalada y trepado, suspensión de las extremidades anteriores, bipedestación y cuadripedestación. Es a partir de este amplio repertorio locomotor ancestral que la bipedestación humana evolucionó«, explica uno de los investigadores, que han publicado el trabajo en la revista 'The Innovation', del mismo grupo editorial al que pertenecen 'The Lancet' o 'Cell'.
Según explica este equipo internacional, los canales semicirculares del oído interno -tres pequeños tubos óseos llenos de líquido- son críticos para nuestro sentido del equilibrio y la posición cuando nos movemos. La clave para su investigación es que el tamaño y forma de estos canales tienen una correlación matemática con la forma en que los mamíferos, incluidos los simios y los humanos, se mueven. «Utilizando técnicas de imágenes modernas, podemos visualizar la estructura interna de los cráneos fósiles y estudiar los detalles anatómicos de los canales semicirculares para revelar cómo los mamíferos extintos se movieron«, aseguran.
Con estos datos, acudieron a nuestro árbol genealógico para comparar la estructura del oído interno de diferentes especies. Se encontraron con que los simios extintos no se movían exactamente como los simios actuales y los humanos vivos. Más tarde, en torno a los 3.2 millones de años, el australopithecus sería el primero en poder andar erguido. Lucy, el ejemplar más conocido, medía unos 105 centímetros y no pesaría más de 30 kilos, más o menos como un chimpancé. Su cerebro pesaba unos 426 gramos, un poco más que el de estos. También podía trepar, pero había perdido destreza al tener ya unos pies adaptados a la bipedestación.
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