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«Tenemos que invertir el orden de lo que pensamos cuando diseñamos las ciudades. Diseñar las ciudades primero para las personas y la naturaleza. Rebajemos la importancia del transporte, la eficiencia física o el movimiento de las cosas a un lugar más abajo en la ... lista», recomienda el ecólogo Steward Pickett, galardonado junto con sus colegas Lenore Fahrig y Simon Levin con el premio Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación por sus trabajos sobre ecología espacial.
Basta asomarse a la calle para comprobar que en la ciudad el rey es el automóvil, que ocupa en movimiento o estacionado la mayor parte del espacio público y condiciona todo tipo de iniciativas urbanísticas. «Si se observan las ciudades de todo el mundo, se ve que están diseñadas para los coches, para la comodidad del transporte motorizado, y creo que tenemos que darle la vuelta a eso y pensar en las ciudades no solo como lugares que tienen que mover materiales y personas de forma eficiente, sino también como lugares en los que la biología tiene que funcionar», argumenta Pickett, investigador en el Instituto Cary de Estudios de Ecosistemas (EE UU) y uno de los padres de la ecología urbana. Además, las nuevas prioridades beneficiarán nuestra salud física y mental, afirma.
Para su colega Lenore Fahrig, «más allá de la pérdida de espacios naturales», las carreteras son «uno de los principales impactos» en la biodiversidad. «Nos hemos acostumbrado a ver animales muertos en la carretera y no pensamos en ello, pero en realidad resulta que la muerte de animales en la carretera tiene un gran efecto sobre las poblaciones de vida silvestre, especialmente en las de anfibios, ranas y sapos, y en las de reptiles, tortugas y serpientes», lamenta la catedrática de Biología de la Universidad de Carleton (Canadá). El problema no tiene fácil solución porque los animales «necesitan moverse» y en muchas ocasiones hemos fragmentado con infraestructuras sus hábitats naturales.
A su juicio, «lo que hay que hacer es vallar» las carreteras, además de habilitar pasos específicos para la fauna. Son parches, en ocasiones difíciles de poner en práctica, frente a lo que sería probablemente lo más efectivo, «reducir la cantidad de tráfico en las carreteras, porque realmente es el volumen de tráfico lo que mata», dice una experta para quien «hay especies completamente irreemplazables» que son «más valiosas que una gran obra de arte».
«No tenemos mucho tiempo que perder» en la lucha contra la pérdida de biodiversidad, advierte Simon Levin, para quien es «uno de los mayores retos» a los que se enfrentan nuestras sociedades. «La diversidad biológica es fundamental para nosotros. Para entender lo que está en riesgo, para entender lo que podemos hacer al respecto, tenemos que entender los mecanismos que mantienen la diversidad biológica». Él cree «firmemente que no es demasiado tarde para que tomemos las medidas necesarias»
Catedrático de Ecología y Biología Evolutiva en la Universidad de Princeton (EE UU), considera que «los científicos tienen una responsabilidad especial, no solo para hacer el trabajo, sino también a la hora de trasladar el mensaje al público. «No podemos simplemente sentarnos y esperar que otros resuelvan el problema por nosotros», dice. Él ya ha empezado a trabajar «mucho más estrechamente» con economistas, científicos sociales y empresarios, porque las empresas y la industria «deben participar en la solución de estos problemas», dice en relación a los que afectan a «los bienes comunes».
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