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Pérez asegura que «los sistemas de cooperación y protección mutua tienen raíces muy hondas». Jordi Alemany
«Si no fuera el nuestro, pensaríamos que el cerebro humano es monstruoso»

«Si no fuera el nuestro, pensaríamos que el cerebro humano es monstruoso»

Juan Ignacio Pérez cuenta en 'Primates al este del Edén' cómo ha evolucionado nuestro organismo desde que abandonamos los bosques africanos

Martes, 2 de enero 2024, 21:46

BILBAO. A Juan Ignacio Pérez no le gusta el frío. «Los humanos somos animales de climas cálidos. Nacimos en los trópicos», recuerda mientras camina abrigado por las calles de Bilbao. Es lo que tiene ser consciente de tus orígenes. «Las huellas del pasado, sus efectos, perduran en nuestros organismos y también en nuestro carácter», indica. Catedrático de Fisiología en la Universidad del País Vasco, cuenta en 'Primates al este del Edén' (Crítica) lo que los científicos saben sobre cómo nos ha modelado la evolución desde que nos echaron de la cuna.

El Edén del título es el bosque tropical africano. Allí nacimos los primates, y allí siguen viviendo y evolucionando nuestros dos parientes más cercanos, chimpancés y gorilas. Pero para nuestros antepasados todo cambió hace unos 6 millones de años, cuando el planeta se enfrió y África se hizo más seca. El denso bosque empezó a retroceder hasta convertirse en sabana y al este de su Edén, la tupida selva tropical que había sido su hogar, los nuestros tuvieron que adaptarse a un nuevo entorno en África oriental. «Fueron desposeídos, desahuciados», mientras que los ancestros de gorilas y chimpancés se quedaron en la selva.

Somos únicos entre los primates. Andamos sobre las dos patas traseras, nos manejamos mal por las ramas, somos muy finos en las tareas manuales, carecemos de un tupido pelaje, nuestro aparato digestivo es pequeño comparado con los de nuestros primos, tenemos un cerebro enorme para nuestro tamaño -«Si no fuera el nuestro, pensaríamos que es monstruoso», escribe Pérez-, sudamos mucho, podemos correr al trote mucho tiempo, tenemos una infancia muy larga, comemos de todo y somos los más carnívoros de los primates…

Estas peculiaridades, y otras, son consecuencia de la evolución. «Los rasgos que nos han permitido adaptarnos y medrar lejos de los bosques de los que somos originarios los primates son el resultado de la acción de presiones selectivas que han actuado durante millones de años, pero cuyas consecuencias seguimos experimentando hoy», explica.

Carne y energía

«Nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución», dijo el genetista y biólogo evolutivo Theodosius Dobzhansky. Pérez parte de Dobzhansky y de William Faulkner -«El pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado»- para, basándose en la literatura científica, contarnos cómo hemos llegado hasta aquí. Nuestro organismo es el que es porque nos expulsaron del Paraíso y nos vimos obligados a sobrevivir en ecosistemas donde la comida era más difícil de conseguir y estábamos más expuestos a predadores.

Aunque 'Ardipithecus ramidus', el protagonista de la portada del libro, ya era en la selva bípedo a tiempo parcial, fueron sus descendientes australopitecos -entre ellos, la popular Lucy- los que consolidaron ese rasgo en la sabana. Tenían todavía el cerebro del mismo tamaño que el chimpancé, como una naranja grande.

Nuestro descomunal cerebro ha supuesto una gran ventaja a la hora de expandirnos por el planeta, desde el Ártico hasta el Himalaya. Pero ¿qué le hizo crecer hasta llegar a los 1,4 kilos, frente a los 450 gramos del de gorilas y orangutanes y los 320 del de los chimpancés? La explosión cerebral humana llegó acompañada de una reducción del aparato digestivo que se vincula al consumo de carne. Para obtener la misma energía, alimentarse de vegetales exige mucho más tiempo que si lo hacemos de carne y requiere una maquinaria más grande y compleja para que el organismo los procese.

El carroñeo primero y la caza después habrían permitido a nuestro organismo reducir el tamaño del aparato digestivo, y el excedente energético habría ido a parar al cerebro, que supone el 2 % del peso corporal, pero consume el 20 % de la energía. Eso habría propiciado su crecimiento y este un aumento de las capacidades cognitivas que facilitaron una mejor adaptación al entorno. Un 'círculo virtuoso' de los que cita el autor de este ensayo.

Hay quienes incluyen otra variable en la ecuación de la explosión cerebral, el control del fuego y la cocina. «La nuestra es la única especie que cocina. Cuando nos preguntamos acerca de la singularidad humana, no deberíamos perder esto de vista. Cocinamos la mayor parte de lo que comemos», recuerda el biólogo vasco. Y añade: «Al cocinar hacemos una digestión parcial de la comida, la predigerimos antes de ingerirla». No hay consenso científico sobre cuándo irrumpió la cocina en nuestra evolución .

El pasado nos ayuda a comprender nuestro éxito biológico. Además de la evolución de nuestro organismo, hemos jugado con la ventaja de ser una especie cooperativa -desde los clanes prehistóricos hasta las sociedades contemporáneas- y disponemos de un lenguaje «que ha hecho posible la transmisión cultural acumulativa» y la conquista del mundo. «Si estoy en lo cierto, esos sistemas de cooperación y protección mutua tienen raíces muy hondas» e «ignorarlo y no actuar colectivamente en consecuencia puede tener -y perdonen la redundancia- muy malas consecuencias», intuye.

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