Hasta hace 20 años, las clases de Prehistoria en la universidad enseñaban que el árbol genealógico de nuestra especie era relativamente sencillo. Nuestro antecesor más lejano sería el Australopithecus, que tenía el tamaño de un chimpancé pero, a diferencia de este, era capaz de andar ... erguido. Le seguiría el Homo Habilis, el primero en utilizar herramientas de piedra. A continuación llegaría el Homo Erectus, pionero en salir del continente africano. De este surgirían, por un lado, el Neandertal, nuestro primo evolutivo con el que compartimos alrededor del 2% del ADN, y por otro, el Sapiens, nosotros mismos. También se decía que la principal causa de su evolución eran los cambios en el clima como el que convirtió el bosque africano en sabana hace unos 5 millones de años.
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Desde entonces, esa línea evolutiva tan poco poblada se ha complicado a marchas forzadas. Australopithecus Sediba, Homo Floresiensis, Homo Antecesor, los denisovanos… Hasta 17 especies de homínidos hay identificadas en la actualidad. El motor de esta explosión no habría sido el clima, sino la propia competencia entre especies, según asegura un trabajo de la Universidad de Cambridge publicado este miércoles en la revista 'Nature Ecology&Evolution'. «El efecto del clima en las especies de homínidos es solo una parte de la historia. Hemos estado ignorando la forma en que la competencia entre especies ha dado forma a nuestro propio árbol evolutivo», asegura la antropóloga Laura van Holstein.
Por lo general, explica la especialista, las especies se forman para llenar nichos ecológicos. Cuando los recursos o el propio espacio comienzan a ser limitados, empieza una competencia que evita el surgimiento de nuevas especies y hace que algunas de las existentes desaparezcan. «Las tasas de especiación -el ritmo al que surgen nuevas especies- aumentan y luego se estancan, momento en el que las tasas de extinción comienzan a aumentar. Esto sugiere que la competencia fue un factor evolutivo importante». Al analizar lo ocurrido con el género Homo, el nuestro, vio que no encajaba en este modelo estándar. Esa competencia, en lugar de reducir el número de especies, lo multiplicó.
«Cuantas más especies de Homo había, mayor era la tasa de especiación. Entonces, cuando esos nichos se llenaron, algo impulsó a que surgieran aún más especies. Esto es casi incomparable en la ciencia evolutiva», destaca la antropóloga, que solo ha encontrado un caso similar en algunos tipos de escarabajos que viven en islas. «Los patrones de evolución que vemos en las especies de Homo que condujeron directamente a los humanos modernos se acercan más a los de los escarabajos que habitan en islas que a los de otros primates, o incluso a los de cualquier otro mamífero».
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Para que esta explicación de la competencia sea verosímil, muchas de estas especies tendrían que haber convivido. Van Holstein encontró que algunas que en teoría no habían coincidido en el tiempo en realidad lo habían hecho. Una de las claves de esta nueva explicación pasa por el estudio de los fósiles, que pueden ser una medida poco fiable de la vida de cada especie. «Los primeros fósiles que encontramos no serán los primeros miembros de una especie. El grado de fosilización de un organismo depende de la geología y de las condiciones climáticas: si hace calor, es seco o está húmedo. Con los esfuerzos de investigación concentrados en ciertas partes del mundo, es posible que, como resultado, nos hayamos perdido fósiles más jóvenes o más antiguos de una especie», subraya la experta, que ha elaborado una cronología con nuevas fechas de inicio y finalización para la mayoría de las especies de homínidos conocidas.
Esta competencia que habría impulsado la diversidad entre nuestros antepasados se manifestaría sobre todo en el uso de la tecnología más que en adaptaciones físicas -esto habría ocurrido en los Parántropos, una especie a veces incluida entre los Australopitecos que tenía una enorme mandíbula con grandes molares especializados en moler alimentos vegetales-. «La adopción de herramientas de piedra o del fuego, o técnicas de caza intensivas, son comportamientos extremadamente flexibles. Una especie que pueda aprovecharlos puede crear rápidamente nuevos nichos y no tiene que sobrevivir largos períodos de tiempo mientras desarrolla nuevos planes corporales», subraya Van Holstein, que insiste en que la adopción de estas técnicas pudo ser el factor que explicaría el gran número de especies que pueblan un árbol genealógico que nada tiene que ver con el de hace 20 años.
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