Este pasado sábado las redes sociales se llenaron con mensajes sobre un fogonazo de luz entre verde y azul que iluminó el cielo en algunos puntos de la Península Ibérica. En concreto, pudo verse desde Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Madrid, Galicia y Portugal. Ocurrió ... pasada la medianoche y su intensidad fue tal que superó incluso el brillo de la Luna. ¿A qué se debió aquel resplandor tan espectacular?
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«Fue un bólido, un meteoro que al chocar contra la atmósfera a gran velocidad produce un gran brillo», explica José Félix Rojas, del Grupo de Ciencias Planetarias de la UPV/EHU, que aclara la confusión que suele producirse con los términos en estos casos. «Hablamos de un meteorito cuando uno de estos fragmentos estelares llega a tocar el suelo, algo no demasiado frecuente. Cuando no llega a la superficie se llama meteoro. Y si brilla tanto como el de este fin de semana, se llama bólido. Este es el término técnico, no el de superbólido».
Este tipo de objetos entran a una velocidad enorme en nuestro planeta. El del sábado lo hizo a 45 kilómetros por segundo, el equivalente a 161.000 kilómetros por hora. Lo que ocurre es que al entrar en contacto con la atmósfera es algo similar «a tirarse en plancha a la piscina. Las moléculas de aire -como las de agua en el ejemplo- no tienen tiempo de apartarse y el meteoro, que acumula una enorme energía, se encuentra con una gran resistencia. El rozamiento y la compresión del aire que tiene delante hacen que su superficie se vaya evaporando y acaba por fragmentarse. Este suele coincidir con el de mayor brillo».
Sobre el color de estos fenómenos, depende tanto de la atmósfera como de la composición que tengan los objetos. El azul-verde se correspondería al magnesio; los átomos de sodio darían lugar a una luz anaranjada; los de hierro, a una más amarilla; los de nitrógeno y oxígeno, a una roja, y los de calcio, a una violeta.
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Estos fenómenos son muy frecuentes. Tanto que la NASA calcula que cada día chocan con la atmósfera hasta 100 toneladas de «objetos naturales procedentes del espacio». «Las estrellas fugaces son lo mismo pero su tamaño es el de un grano de alpiste», dice el experto vasco. Lo que no es tan habitual es que sean tan brillantes. Al bólido del fin de semana, Josep María Trigo, astrónomo del instituto de Ciencias del Espacio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), le calcula un tamaño de entre 20 y 30 centímetros, algo similar a un balón de fútbol. «Los más grande y brillantes pueden tener las medidas de un coche», añade Rojas.
Mayor todavía fue el bólido de Cheliábinsk, un meteoro de 20 metros impactó en 2013 contra la atmósfera sobre los Urales, en Rusia, a una velocidad de más de 18 kilómetros por segundo. Según la Agencia Espacial Europea (ESA), la roca explotó en la atmósfera a una altitud de 30 kilómetros liberando alrededor de medio megatón de energía, el equivalente a 35 bombas del tamaño de la de Hiroshima. Dos minutos más tarde, la onda expansiva alcanzó el suelo y dañó miles de edificios, rompió ventanas e hirió a unas 1.500 personas por los fragmentos de vidrio que salieron proyectados.
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De todos ellos nos protege la atmósfera, «un escudo muy eficaz», destaca Rojas. Un factor clave para contar con este muro es la gravedad. La Luna carece de ella y Marte tiene una atmósfera «similar a la nuestra a una altura de 20 kilómetros». El caso contrario es el de Venus, donde es 90 veces más densa. «Esta es la razón de que se encuentren muchos menos cráteres por impactos que en la Tierra».
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