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En el Planetario de Pamplona también se siguió ayer con mucho interés el lanzamiento del Falcon 9 de Space X. «Con los dedos cruzados», detalla su director, Javier Armentia, durante una entrevista con EL CORREO. «Porque hay muchos momentos críticos que pueden dar al traste ... con la operación», explica. Y no solo durante los espectaculares primeros momentos, también en cualquiera de los puntos en los que la nave va situando los 116 aparatos que forman parte de la misión Transporter-11. Lógicamente, uno es el que acapara toda la atención: el Lur-1.
Armentia considera que el proyecto del microsatélite es muy significativo para la industria aeroespacial vasca. «Es la primera vez que se lleva a cabo en Euskadi el desarrollo desde cero y completo del aparato, que pertenece a una nueva generación de microsatélites, pequeños pero que permiten una reentrada controlada en la atmósfera», comenta. Si todo va según lo previsto, cuando el Lur-1 agote sus cinco años de vida útil, podrá ser redirigido para que se desintegre en la atmósfera, evitando así la caída descontrolada a la Tierra o la acumulación de basura espacial.
«Esto marca un hito tanto tecnológico como empresarial», sentencia el astrofísico vitoriano. «Tiene un factor pionero, porque, aunque es una prueba de concepto, tiene utilidad y proporcionará resultados. Además, es un buen ejemplo de la colaboración público-privada que tanto caracteriza al entramado tecnológico vasco, y le puede servir a AVS para atraer nuevos contratos para satélites de observación. Es un entorno muy competitivo y este proyecto sirve para posicionar bien a Euskadi en este cambio de paradigma», valora, añadiendo que se suma a otros avances relevantes en España, como el cohete Miura.
Armentia también destaca que otro de los puntos más relevantes del Lur-1 reside en su capacidad para centrarse en la observación del territorio vasco: «Situado a unos 400 kilómetros de altura, da una vuelta a la Tierra cada hora y media, y, si todo va bien, como tiene una resolución en la que cada metro y medio de superficie es un píxel, puede ser idóneo para registrar los cambios que se producen en nuestro entorno. Además, puede participar en estudios más amplios, claro».
En el plano de I+D, Armentia elogia el desarrollo de los sistemas de reentrada, «que pueden servir para aparatos más grandes, y también más peligrosos». No en vano, una de las preocupaciones del experto es la saturación de satélites con una breve vida útil. «Los de Starlink, por ejemplo, hay que cambiarlos cada tres años. En principio no suponen un peligro porque la atmósfera se encarga de desintegrarlos, pero en los próximos años caerán hasta 40.000 satélites de comunicaciones. Y la reentrada siempre es un momento crítico», señala.
No en vano, lo que el Lur-1 pretende hacer no lo logró el Ariane 6 el pasado mes de julio, cuando su lanzamiento marcó un éxito manchado por la incapacidad para reiniciar el motor y lograr esa reentrada controlada que la Agencia Espacial Europea había anunciado con orgullo. «Estamos entrando en una nueva era sorprendente, pero no exenta de fallos, como se ha demostrado con Boeing», incide el científico.
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