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La luna Europa es un mundo especial. Es el segundo de los cuatro satélites galileanos de Júpiter -los otros tres son Io, Ganimedes y Calisto-, que reciben ese nombre porque fueron descubiertos por Galileo Galilei en enero de 1610. Visible con casi cualquier telescopio o ... unos buenos prismáticos, es el más pequeño de los cuatro, con un diámetro de 3121,6 kilómetros. Pero también es el más interesante. Este pequeño cuerpo celeste figura en la reducidísima lista de los posibles mundos de nuestro sistema solar que podrían albergar vida, justo por detrás de Marte. Ahora, dos investigaciones independientes han llegado a la conclusión de que el dióxido de carbono detectado allí por el telescopio James Webb de la NASA proviene del vasto océano oculto debajo de su corteza helada, lo que podría ser un indicio de que allí, en ese mar oculto, podría haber algún tipo de forma de vida a pesar de la fuerte radiación que recibe esta luna.
El dióxido de carbono ya había sido detectado anteriormente en Europa, pero se ignoraba si se originó en el océano subterráneo, si llegó a la superficie de la luna por el impacto de un meteoritos o si se produjo en la superficie a través de interacciones con la magnetosfera de Júpiter.
En uno de los dos estudios, que han sido publicados por 'Science', Samantha Trumbo y Michael Brown, de la Universidad de Cornell (Estados Unidos), explican que utilizaron los datos del James Webb para cartografiar la distribución del CO2 en Europa y descubrieron que la mayor abundancia de CO2 se localiza en Tara Regio, una región de unos 1.800 kilómetros cuadrados, caracterizada por su terreno accidentado. Se ignora por qué la superficie allí es tan irregular, pero se ha planteado que se debe a que el agua salada cálida del océano subterráneo se abre paso, rompiendo la superficie, y se congela.
Según Tumbo y Brown, la cantidad de CO2 de Tara Regio revela que procede de una fuente interna de carbono, «probablemente del océano interno», y no del exterior, del impacto de un meteorito, por ejemplo. El compuesto se formó en el mar bajo la corteza de Europa y salió a la superficie hace poco. 'Hace poco' en términos geológicos, claro. Pero, y en este 'pero' está la clave, los investigadores señalan que no puede descartarse que esta formación de CO2 en la superficie no se dio a partir de compuestos orgánicos o carbonatos derivados del océano. En cualquiera de las dos interpretaciones, el océano subsuperficial contiene carbono.
¿Pero necesariamente generado por un organismo, como el CO2 que liberan las plantas en su respiración nocturna? No. Los investigadores apuntan que puede provenir de minerales que se descompusieron mediante irradiación en la superficie.
Utilizando los mismos datos del telescopio James Webb, el segundo estudio coincide al asegurar que «el carbono proviene del interior de Europa». En esta segunda investigación, Gerónimo Villanueva, del Centro de Vuelos Espaciales Goddard de la NASA, y su equipo descubrieron que el CO2 de la superficie de Europa está mezclado con otros compuestos. También confirmaron que este compuesto está concentrado en Tara Regio y coinciden al apuntar que esto demuestra que el carbono de la superficie de la luna procede de su interior. Pero tampoco pudieron distinguir entre una fuente abiótica o biogénica.
La clave es que los resultados de ambos trabajos se complementan y refuerzan la conclusión de que el océano subsuperficial de Europa contiene abundante carbono. Pero todavía están lejos de reflejar el mundo submarino vivo que sugirieron autores de ciencia ficción, como Arthur C. Clarke en '2010', por ejemplo. Dos próximas misiones espaciales contribuirán a aclarar las cosas. Son la sonda Juice, de la Agencia Espacial Europea,lanzada en abril, u la misión Europa Clipper de la NASA, que será lanzada en octubre de 2024.
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