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Divulgación: no es oro todo lo que reluce
Ciencia | La newsletter de Luis Alfonso Gámez

Divulgación: no es oro todo lo que reluce

Nunca ha habido en España tantos divulgadores. O, mejor dicho, tantas personas que se presentan como tales

Luis Alfonso Gámez

Miércoles, 26 de octubre 2022, 00:36

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Nunca ha habido en España tantos divulgadores. O, mejor dicho, tantas personas que se presentan como tales. Lo admito: no conozco a muchos, pero, por los que conozco, me da la impresión de que en el colectivo hay un número no despreciable de buscavidas. Entiéndeme, buscavidas en el sentido de la segunda acepción del 'Diccionario de la lengua española': «Persona diligente en buscarse por cualquier medio lícito el modo de vivir». En el caso que nos ocupa, son casi siempre jóvenes que, en vez de emprender una carrera científica, preparar unas oposiciones o buscarse un trabajo convencional, han optado por aventurarse a contar cosas para ver si se ganan la vida como 'youtubers' o colaboradores de medios de comunicación.

El sábado, la historiadora María Jesús Cava publicó en EL CORREO un artículo titulado «Divulgar & vulgarizar». Lamentaba en él que en los 'nuevos' canales –blogs, Twitter, pódcast, TikTok...– triunfa una divulgación «plagada de errores, vulgaridad y sensacionalismo». María Jesús Cava, a quien tuve de profesora en la Universidad de Deusto, es una extraordinaria divulgadora de la Historia en prensa, radio y televisión. Sus exposiciones son claras, cercanas y, al mismo tiempo, rigurosas.

La semana pasada dio en la Biblioteca Foral de Bizkaia una conferencia sobre nuestra visión del monstruo a través de la Historia que fue muy interesante y un éxito de público. A la salida, hablamos unos minutos –yo tenía que volver a la redacción– y los dos coincidimos en que una parte significativa de lo que se presenta hoy como divulgación es espectáculo sin mucho contenido o con contenido erróneo. Ahora –y esto lo digo yo–, lo que se lleva es salir disfrazado, hacer gestos, dar gritos, alardear de una estética estrafalaria –cuanto más, mejor– y poner caras.

Hay muy buenos divulgadores, por supuesto, pero la mayoría de las veces no coinciden con los que tienen éxito, entendido este como legiones de seguidores. Y no es algo exclusivo de las redes sociales y la televisión, donde todo va cada vez más rápido –¿por qué?–, sino también de un mercado editorial que intenta llegar a los fans de tal o cual 'youtuber' (a veces ponen en la portada la foto del autor o su nombre más grande que el título del libro).

Otro divulgador, esta vez biólogo, me preguntaba hace unos meses si había leído el libro que acababa de publicar un exitoso 'youtuber'. Le respondí que no y le pregunté si merecía la pena. Me comentó que el autor usaba como fuentes webs, que muchas cosas parecían sacadas directamente de la Wikipedia y que le había decepcionado. Días después, hojeé el libro y así era. En los temas de los que sé un poco, que son muy pocos, el discurso era superficial, cuando no erróneo.

Tanto María Jesús Cava como mi amigo biólogo son autores de libros de divulgación en los que las fuentes son las propias de los temas que tocan, sean documentos históricos o artículos científicos. Junto a este tipo de obras, proliferan desde hace tiempo en las librerías las de autores cuyo principal mérito es tener muchos seguidores en las redes sociales. ¿Quieres una recomendación? Como regla general, corre, insensato, que diría Gandalf el Gris.

Las conspiraciones

Yo he caído a veces en la trampa. Como sabes –si no, te lo digo ahora–, me encanta todo lo relacionado con las conspiraciones y la pseudociencia. Por eso, en ocasiones compro libros de esos temas solo por el título. Cuando lo he hecho y la obra estaba firmada por un lo-que-sea de éxito en las redes, ha resultado ser un fiasco. Como cuando un lo-que-sea de éxito en las redes escribe un artículo sobre ovnis, parapsicología, espiritismo... En ambos casos, me he encontrado habitualmente con errores de parvulario que demuestran que el autor debe su sabiduría a san Google.

Concluía María Jesús Cava su reflexión del sábado en EL CORREO diciendo: «Los formatos más vulgares hacen ostentación gloriosa de su alcance social –medido en número de 'likes'– como nuevos canales facilitadores de una selección caprichosa de contenidos; la mayor de las veces, deglutidos convenientemente ante la exigida rapidez, pero desvirtuados hasta la vulgarización más insoportable». Hoy, lo que importa en muchos casos no es que el mensaje sea fidedigno y cale, sino conseguir el clic, el 'me gusta', el retuit. Da igual cómo.

Ojo, no te quiero llevar a error: tiene que haber divulgación para todas las edades y casi todos los gustos. Cuando organizo algún acto, me encanta que el conferenciante se interese por el tipo de público que va a asistir. Porque el buen divulgador adapta su discurso al medio y al espectador, sea el de un instituto, el de una asociación de jubilados o el de un festival de ciencia. Pero el discurso tiene que ser en esencia riguroso, lo que no significa aburrido. Y puede ser divertido, pero no tiene que ser divertido.

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Me temo, y ya acabo, que en la televisión en abierto actual no tendrían cabida ni Jacques Cousteau, ni Félix Rodríguez de la Fuente, ni Carl Sagan, por citar tres grandes. ¿Por qué lo digo? ¿Recuerdas haber visto el nuevo 'Cosmos' de Neil deGrasse Tyson en algún canal en abierto? No, ¿verdad? Que yo recuerde, uno de los canales secundarios de una de las grandes corporaciones televisivas españolas emitió en su día la primera temporada de mala manera. Y de las siguientes temporadas, nada de nada.

En fin, te dejo no sin antes recomendarte que eches un ojo a las siguientes historias:

· Elena Martín y Sara I. Belled nos han descubierto al árbol como el auténtico aire acondicionado de las ciudades;

· el astrofísico Adriano Campo Bagatin nos ha explicado cómo puede prevenirse el impacto de un asteroide; y

· Mauricio-José Schwarz nos ha contado cómo consiguió el ser humano arrinconar a la poiliomielitis.

Hasta la semana que viene. Ten cuidado ahí fuera.

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