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El cerebro está programado para distinguir el bien del mal¡Qué verano más calentito llevamos! Políticamente al menos, ya que hemos sido bombardeados sin tregua por noticias, opiniones, comentarios y análisis sin fin que nos han subido la temperatura emocional unos cuantos grados. La mayor parte de ustedes estarán aprovechando la canícula veraniega para ... descansar: me dan mucha envidia esos que son capaces de pasarse un mes en la playa contemplando la azul inmensidad. Pero mi cerebro es como un niño chico al que hay que mantener entretenido y hoy le ha dado por preguntarse cómo tomamos la decisión de a qué partido votar. ¿Cómo decide nuestro cerebro qué está bien y qué está mal?
Las decisiones morales sobre a qué partido votar, si ayudar a un desconocido en apuros, o si reciclar los residuos plásticos, recaen en nuestro cerebro. Y, en el fondo, las podemos reducir a preguntarnos cómo elegimos entre comportamientos egoístas o altruistas, es decir, a si damos prioridad al «yo/nosotros» frente a «los demás». Estas decisiones están moduladas por la sociedad en la que vivimos, nuestro microentorno social y familiar, y sus reglas. Pero, además, parece que nuestro cerebro está «programado» para tomar decisiones morales.
Les voy a contar un experimento muy interesante con bebés menores de un año y marionetas para demostrar que tenemos un sentido innato del bien y el mal. A los bebés se les daba a elegir entre dos conejos de peluche: uno de ellos, con camiseta verde, había ayudado a un tercer peluche a abrir una caja con juguetes; el otro, con camiseta naranja, había cerrado la caja de golpe y había salido corriendo. ¿A quién creen que elegían la mayor parte de los bebés? Al conejo de verde.
Si además a continuación los dos conejos ofrecían galletas, los bebés seguían prefiriendo las galletas del conejo de verde, aunque fueran menos que las que ofrecía el conejo de naranja. Por si alguien se lo está preguntando, también hicieron el experimento cambiando los colores de las camisetas, con el mismo resultado. Es decir, nuestro cerebro sabe desde etapas muy tempranas distinguir entre acciones buenas y malas. Pero, ¿sabemos actuar en consecuencia?
En el reino animal encontramos múltiples evidencias de comportamientos altruistas o incluso de sacrificio, en los que se pone el bien de otros por encima del propio. Por ejemplo, los chimpancés no solo se limpian de parásitos el pelaje mutuamente y ayudan a desplazarse a familiares enfermos, sino que incluso son capaces de ayudar a desconocidos a recuperar objetos perdidos. El ejemplo más extremo sería el de las hormigas soldado, que no dudan en sacrificar su propia vida en favor de la seguridad de la colonia.
Aunque no sabemos cómo funciona el cerebro de las hormigas, sí sabemos qué ocurre en el nuestro cuando elegimos entre comportamientos altruistas o egoístas. Uno podría pensar que ser altruistas nos hace sentir bien. Sin embargo, parece que se trata más bien de evitar sentirnos mal cuando somos egoístas.
Para estudiar cómo responde nuestro cerebro a los dilemas morales se utilizan escenarios como el del tren, en el que se debe elegir si se altera la ruta de un tren que está a punto de atropellar a cinco personas, para redirigirlo a otra vía en la que hay una persona inocente. Salvar a cinco a cambio de asesinar a una. Cuando se plantean estos dilemas morales se disparan sensaciones de ansiedad y desasosiego que activan una región de nuestro cerebro que está justo detrás del hueso que forma nuestra frente, llamada corteza prefrontal.
Es en esta corteza prefrontal donde se integran las emociones, se produce la toma de decisiones, y se planifican los comportamientos complejos. Cuando hay lesiones en esta región, producidas por un infarto cerebral o por un trauma, se producen cambios severos en la personalidad y en las capacidades cognitivas. La corteza prefrontal también es una de las zonas más alteradas en personas con síndrome de Tourette, caracterizado por tics y, en algunos casos, por la profusión de palabras malsonantes.
Esta región de la corteza cerebral está mucho más desarrollada en primates y humanos que en otros mamíferos, y por eso todas nuestras decisiones, desde el voto hasta el reciclaje de plásticos, tienen un fuerte componente moral. Sin embargo, nuestro cerebro es profundamente egoísta, porque incluso cuando actuamos altruistamente lo hacemos para evitar sentirnos mal.
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