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Josu Eguren
Jueves, 8 de diciembre 2016, 18:25
Inaugurando el tercio final de 'The Neon Demon', el cuento de terror ceremonial en el que el danés Nicolas Winding Refn invoca los arcanos de la cinefilia sensorial con un despliegue de efectos que recorre la distancia que separa los dédalos de 'La bella y ... la bestia' (Jean Cocteau, 1946) y 'Suspiria' (Dario Argento, 1977), el personaje interpretado por Elle Fanning emerge ante los ojos del espectador a través de un simbólico marco triangular que conecta a modo de puerta interdimensional con el universo de Kenneth Anger, quizá el cineasta de culto (y de lo oculto) más influyente de todos los catalogados por los archivistas de la contracultura, aunque su legado queda ligeramente ensombrecido en una comparativa con las filmografías de Maya Deren, Marie Menken, Ron Rice o Gregory J. Markopulos.
Portador de la llama sagrada del escritor, mago y ocultista británico Aleister Crowley, Anger luce sobre su pecho un tatuaje con el nombre del ángel caído, en señal inequívoca del culto al dios de la luz y el color al que rinde tributo en las dos piezas que mejor sintetizan las claves de su sensibilidad estética: 'Inauguration of the Pleasure Dome' y 'Lucifer Rising'.
Nadie mejor que Anger para ejercer como guía exploratorio de la mística de la imagen-tiempo a la que se puede acceder mediante el visionado de un corpus cinematográfico comprimido en poco más de 3 horas de metraje impresas en negativos de 16mm y 35mm. Comenzando por 'Fireworks' (1947), el cortometraje de marcado aliento homoerótico rodado de espaldas a su estricta educación presbiteriana en el que Anger experimenta con la sobreimpresión y el montaje para producir imágenes de tacto surreal que tienen su origen en la interpretación de los violentos disturbios raciales que enfrentaron a jóvenes mexicanos y marinos estadounidenses acuartelados en Long Beach (California). La impugnación del fervor patriótico puede leerse en fotogramas rebosantes de sexualidad sugerida que sirven como punto de encuentro entre la magia onírica de Méliès, la métrica y la armonía eisenstenianas y la poesía dadaísta, en una entrega anticipada de la obra maestra de Jean Genet: 'Un chant d'amour' (1950).
'Fireworks' fue el pasaporte que le llevó hasta Francia invitado por Jean Cocteau para codearse con la elite cahierista. Gracias a la intercesión de Henri Langlois, pionero de la conservación y la restauración, y alma mater de la Cinémathèque français, Anger pudo seguir cultivando su aura de outsider en sueños alucinatorios como 'Rabbit's Moon' (o la vía de escape teratepeútica a su primera tentativa de suicidio en París) y 'Eaux d'artifice', en la antesala de la que será su primera gran ofrenda a la religión fundada por Aleister Crowley (Thelema): 'Inauguration of the Pleasure Dome' (1954-56).
Con 'Inauguration of the Pleasure Dome' Anger escenifica un ritual iniciático a la fe thelemita en el que intervienen el director y guionista Curtis Harrington (véase la influencia del ocultismo en 'Night Tide'), la performer Marjorie Cameron (también conocida por su relación sentimental con el científico y ocultista Jack Parsons), y la ensayista Anaïs Nin, bajo los acordes de una partitura del compositor checo Leo¨ Janáek, que en un recut posterior fue sustituida por temas extraídos del álbum 'Eldorado', de la Electric Light Orchestra, en su versión de estudio. Sin diálogos -una de las características principales de su filmografía- Anger hace uso de la simbología y los arcos cromáticos para guiar la mirada del espectador durante una ceremonia que transgrede lo figurativo para empaparse de una atmósfera onírica que en el contexto histórico de su fecha de estreno (mediada la década de los 50) fue recibida como una cápsula espacial procedente de una civilización desconocida.
'Inauguración de la cúpula del placer' (1954-56) / Inauguration of the Pleasure Dome (1954-56)
Kenneth Anger's Inaguration Of The Pleasure Dome (1954) The '78 Eldorado Version from Justin Bozung on Vimeo.
Tras la conmoción, y el furor, que provocó la publicación de la primera entrega de Hollywood Babylon (1959), una enciclopedia del escándalo en el filo entre lo real y la leyenda urbana que sirvió para que Anger vomitase su perversa (y cálida) atracción hacia episodios más dantescos de la historia negra de la meca dorada del cine clásico (desde Ramón Novarro a Jayne Mansfield, pasando por Clara Bow, Erich von Stroheim, Frances Farmer o Valentino) además de abrir una fuente de financiación para su precaria economía (hasta 1974 no se editaría en los EE UU), el cineasta californiano alumbró Scorpio Rising, sin duda, uno de los títulos más pirateados y sampleados por los creativos publicitarios, aunque muchos de ellos ignoren la fuente original de una obra que proyecta su influencia sobre cineastas de la importancia de Martin Scorsese (Malas calles) y Rainer Werner Fassbinder (Querelle).
Adelantándose a la posmodernidad, Scorpio Rising (y en menor medida Kustom Kar Kommandos) se sirve a modo de un fascinante cóctel irónico y fetichista en el que convergen canciones populares y memorabilia prefigurando el lenguaje del videoclip. Choppers, chaquetas de cuero, esvásticas, posters de ídolos adolescentes y expresiones fálicas recorren una espacio fílmico que vindica la imaginería pop desde posiciones de vanguardia no tanto marginales como independientes respecto a la dictadura de lo común.
De su colaboración con Mick Jagger, que diseñó el mapa sonoro de la película, nacería Invocation of my Demon Brother (1969), una nueva muestra de su devoción por lo oculto en la que el satanista y hombre espectáculo Anton LaVey fue elegido para interpretar al diablo, aunque esta pequeña provocación palidece en cualquier prueba de contraste con Lucifer Rising (1970-1981). Experimentar por primera vez esta brillante e hipnótica oda a la religión solar, protagonizada por Marianne Faithfull (Lilith) y Donald Cammell (Osiris) y bajo la sombra perenne del malditismo (la adición a la heroína de Faithfull, el suicidio de Cammell, la condena a cadena perpetua del músico y ex amante del director, Henry Beausoleil, por la tortura y ejecución de un traficante de drogas bajo las órdenes de Charles Manson...) rodada en impresionantes localizaciones como la Selva negra, el templo de Karnak o la Gran Esfinge de Guiza, y recorrida por un fascinante pulso magnético, es lo más parecido a observar la realidad desde una dimensión paralela donde el vuelo de un silencioso platillo volante se observa con total naturalidad.
Lucifer Rising (1970-1981)
Si la carrera del director de Puce Moment (1949) y Mouse Heaven (2004) no ha sido más fecunda, a pesar del apoyo de mecenas como el multimillonario John Paul Getty y el diseñador de moda Ottavio Missoni, quedando relegada a la exhibición en salas de arte y ensayo y museos de arte contemporáneo (mi primer contacto con su obra he de agradecérselo al ciclo programado por Txomin Badiola en el Museo de Bellas Artes de Bilbao) se debe tanto a su actitud rebelde frente a las prácticas narrativas convencionales como a una excéntrica personalidad que invita a imaginarlo como uno de esos huéspedes permanentes del Chateau Marmont que eventualmente hacen las maletas con destino a las orgías privadas del hotel Overlook. De la autobiografía de Anger (en parte ficcionada), en la que marcan hitos su participación como actor infantil en Sueño de una noche de verano (1935), de William Dieterle y Max Reinhardt, las visitas a la Abadía Thelema, en Cefalú (Sicilia) y su larga relación con el sexólogo Albert Kinsey (juntos exploraron el submundo gay de la noche angelina), pude extraerse una lección que llevada a término obliga a participar del análisis y el laminado de la cultura mainstream desde posiciones independientes que no necesariamente implican una sumisión a la marginalidad.
Cerca de cumplir 90 años, con la entrega de su autobiografía (Look Back Ken Anger) y el tercer volumen de Hollywood Babylon sin fecha programada (el temor a las demandas de los cienciólogos se cita entre la causas del escaso interés editorial), el presente del Kenneth Anger pasa por un reciclado a las técnicas digitales que en 2013 dio como fruto el cortometraje Airships, inencontrable dado el celo con el que protege su trabajo contra la piratería informática.
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