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Miércoles, 16 de marzo 2016, 13:56
Introspectivo, simbólico, metafísico y barroco, los cinéfilos aún añoran la pérdida de Krzysztof Kieslowski, el cineasta que mejor ha retratado el horror íntimo de la sociedad moderna y que se dio a conocer como pintor del alma europea a través de sus películas. Es por ello que veinte años después de su muerte, cumplidos el pasado 13 de marzo, el mundo del cine rinda un homenaje más al indispensable cineasta polaco y reponga en las salas su trilogía más famosa: 'Azul', 'Blanco' y 'Rojo', aquella magnífica mirada a Europa que también acaba reeditarse en una cuidada colección. Se trata de una cita magnífica para disfrutar de nuevo estas cintas de belleza enigmática y sin duda una oportunidad extraordinaria para aquel aficionado que aún no las conozca y vaya a descubrirlas ahora. Son joyas del celuloide.
Nacido en la Varsovia ocupada por los nazis el 27 de junio de 1941, Krzysztof Kieslowski es fruto de un turbulento contexto repleto de carencias y dificultades, lo que algunos críticos relacionan con cierto tono en su filmografía. Se crió en el seno de una familia de clase modesta. Su padre enfermó de tuberculosis y pasó gran parte de su niñez acompañándole por diferentes sanatorios del país. Mientras Polonia cerraba sus heridas de la guerra, Kieslowski aprendió a mirar, a observar todo lo que veía a su alrededor, situaciones, personas desamparadas y desarraigadas que, como sonámbulo,s caminaban en silencio por ciudades y campos, lo que le marcaría toda su vida.
Tras finalizar el primer ciclo de estudios, ingresó en la escuela de bomberos pero algunos meses más tarde la abandonó con la intención de volver a estudiar. En 1957 se inscribió en la famosa Escuela de Cine y Teatro de Lódz, de la que han salido varias generaciones de cineastas polacos, donde se gradúa en 1969. En el transcurso de sus estudios realiza varios cortometrajes para la televisión, entre ellos 'El fotógrafo', que años después, cuando su figura ya se estudiaba en los círculos cinematográficos de Francia o Inglaterra, pasó ser el más conocido en Occidente.
A partir de 1969 comienza a realizar documentales y en 1973 su primer largo, 'Pasos subterráneos', pero no será hasta su cuarta película, 'Aficionado' (Amator, 1979), que obtiene el Gran Premio del Festival de Moscú, cuando su nombre comienza a tenerse en cuenta. Entre 1987 y 1988 realiza su famoso 'Decálogo', una serie de películas para la televisión inspiradas cada una en uno de los 10 mandamientos. Están inspiradas en una pintura del Museo Nacional de Varsovia que describe en diez pequeñas escenas los pecados recogidos en cada uno de los mandamientos de Moisés. Dos de ellas, No amarás y No matarás se estrenan en los cines de todo el mundo. La primera obtiene el Premio Especial del Jurado del Festival de San Sebastián de 1988, galardón que le abrió muchas puertas y que hizo que Kieslowski, muy agradecido al certamen donostiarra, volviera en varias ocasiones a la capital guipuzcoana. Decálogo es una mirada profunda el alma humana, indagando sobre las emociones y los sentimientos más recónditos. Kieslowki siempre aclaró que estaba bastante alejado de cualquier religión pese a la presencia de símbolos cristianos. A él lo que le interesaba era el hombre.
Tras aquellos trabajos, Kieslowski se presenta ya como un director de prestigio, lo que le permite rodar en 1991, en coproducción franco polaca, 'La doble vida de Verónica', que consagra a su protagonista, Irène Jacob, premiada en el Festival de Cannes. La historia es un desdoblamiento: dos mujeres, una en Polonia y otra en Francia (Veronique y Weronika), físicamente idénticas, cuyas vidas se interrelacionan a nivel emocional. En la película aparecen todas las constantes habituales del cine de Krzystof Kieslowski: el azar, el destino y un sentido moral de la existencia.
Los himnos de Preisner
La música del filme, de Zbigniew Preisner, el autor de casi todas sus bandas sonoras, el amigo que le dedicó un sentido réquiem tras su muerte, alcanza la perfección. Lo abstracto y lo concreto se complementan de manera absolutamente insólitas. Como la relación que mantuvieron ambos creadores, de alto calado intelectual. Preisner, también polaco (Bielsko-Biaa, 1955), era un hombre curtido en Filosofía e Historia en la universidad que aprendió por su cuenta a tocar la guitarra y el piano y que unió para siempre su trayectoria a la de Kieslowski, que hizo de sus partituras auténticos himnos continentales, como la emocionante Canción para la unificación de Europa, presente en Tres Colores: Azul. Tiene un alter ego en las películas, Van den Budenmayer, un ficticio compositor holandés del siglo XVIII creado por Preisner y Kielowski cuya música desempeña un papel muy importante en filmes como El decálogo, La doble vida de Verónica, Tres Colores: Rojo y la ya citada Tres Colores: Azul.
La cumbre de Kieslowki llega con su trilogía de los tres colores de la bandera francesa, Azul, Blanco y Rojo. Tres historias independientes, rodadas en tres países (Francia, Polonia y Suiza), unidas por su europeísmo. El primer capítulo de la famosa trilogía es el azul, correspondiente al primer término del famoso lema francés Libertad, Igualdad y Fraternidad. Kieslowski era un moralista y no un revolucionario y la película indaga sobre el concepto de libertad individual y la irrupción del azar en el destino de losseres humanos.
La acción presenta a una mujer que pierde a su marido, el famoso compositor, y a su hija, en un accidente de coche. Desesperada, rompe con su pasado, buscando una vida anónima, independiente y libre, pero un colaborador de su marido se empeña en publicar una obra inacabada. El director narra la historia a base de luces y sombras, sin explicar nada demasiado y jugando con una fotografía dominada por el color de la película, que firma Slawomir Idziak. La protagonista es Juliette Binoche, que desarrolla un personaje con una poderosa vida interior, incluso en los momentos más dolorosos para ella. La música es, por supuesto, protagonista y la mencionada 'Canción para la unificación de Europa' tiene una importancia capital. En el Festival de Venecia obtuvo el León de Oro, y Juliette Binoche el premio de interpretación femenina.
Blanco, el segundo capítulo de la trilogía, se centra en el color de la igualdad que Kieslowski encuentra en el sufrimiento. La historia de un peluquero polaco, casado con una francesa que se divorcia de él, es el inicio de una fábula moral sobre como el éxito acaba convirtiendo a las víctimas en verdugos. El pesimismo del director se vuelve a poner de manifiesto con una película narrada con profunda tristeza y con unos personajes que acaban resultando antipáticos, lo que no impide que estemos ante un excelente filme. Julie Delpy y Zbigniew Zamachowski son los protagonistas.
El cierre de la trilogía, Rojo, que también se corresponde con el final de su carrera, está protagonizado por Irene Jacob, que compone un relato sobre la fraternidad junto a Jean-Louis Trintignant, Frédérique Feder y Jean-Pierre Lorit. El director vuelve a indagar sobre sus temas preferidos, como el amor a primera vista, la infidelidad, el azar en el destino de los hombres y el escepticismo. Cuatro son los vértices de esta historia: Una joven modelo publicitaria de Ginebra cuya vida sufrirá un importante cambio a raíz del fortuito encuentro con un amargado juez jubilado que se dedica a escuchar las conversaciones telefónicas de sus vecinos. Están también una mujer que trabaja en el servicio de meteorología y su prometido, un joven que prepara las oposiciones para juez. Las historias de los cuatro personajes, narradas con exquisita minuciosidad y sensibilidad, se cruzan y en la última secuencia aparecen también las de los personajes de los dos anteriores capítulos de la trilogía.
Aunque alguna vez Kieslowski había anunciado su intención de una nueva trilogía, 'Paraíso', 'Purgatorio' e 'Infierno', y una adaptación de 'La divina comedia', el excepcional creador decidió súbitamente retirarse del cine y establecerse en su casa de campo de Polonia. Allí falleció de un ataque al corazón a los 54 años. Dejó una inquietante idea de Europa, un fascinante retrato de la sociedad moderna, un himno para la historia y unas películas para un disfrute extraordinario.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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