Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Óscar B. de otalora
Miércoles, 14 de octubre 2015, 21:16
Si hubiera que definir 'Quiero la cabeza de Alfredo García' se podría decir que es el primer western para punkis de la historia. La película es una obra de culto oscura, autodestructiva, sin futuro, un grito de cabreo y rabia, algo que fue ... posible gracias a que el director, Sam Peckinpah, pudo trabajar sin la censura de productores y estudios y crear así su obra más personal. En el momento de su estreno (1974) fue vapuleada por la crítica pero el paso del tiempo la ha elevado a las altares cinematográficos.
En grandes líneas, el filme se basa en la decisión de un caudillo mexicano, El Jefe, de ofrecer un millón de dólares por la cabeza de Alfredo García, el golfo que dejó embarazada a su hija soltera. García, sin embargo, está muerto y uno de sus antiguos amigos, al ser informado de la recompensa, viaja hasta la tumba, desentierra la cabeza y se dispone a entregarla a cambio del dinero. Hasta ahí la historia, sin entrar en 'spoilers'. Toda la película está rodada en un México polvoriento y pobre, con una estética que huye del glamour para convertirse en un moderno western de perdedores. Los personajes se desplazan en coches destartalados dejando a sus espaldas nubes de arena y beben tequila como si el mañana no existiese.
El protagonista es Warren Oates, un actor fetiche de Peckinpah que en esta obra actúa en un estado de gracia. Interpreta al pianista de un burdel que cometerá decenas de crímenes para conseguir la cabeza de Alfredo García -su viejo amigo- y canjearla por el millón. Por el camino, tendrá incidentes siniestros -y degradantes- con todo tipo de sicarios y finalmente se entregará a una orgía de venganza y sangre. Oates tiene momentos cumbres, como cuando sale de una tumba en la que le han enterrado en vida, o es capaz de iniciar unos monólogos delirantes con la cabeza de Alfredo García, que se ha convertido en el único compañero que le queda tras un viaje en el que va dejando un reguero de cadáveres. Pero Oates también vivirá su historia de amor con Elita (interpretada por la actriz Isela Vega ), una exnovia de Alfredo García que le robará el alma y que se convierte en el único personaje sensato de toda la narración.
Otro de los actores fetiches de Peckinpah que se adueña de la película es Emilio Fernández, 'El indio', quien interpreta al padre de la joven embarazada. Sólo alguien con el carisma de Emilio Fernández es capaz de crear un patriarca tan irrepetible y siniestro. La película se inicia, en este sentido, cuando 'El indio' ordena torturar a su hija para que desvele quién es el hombre que la dejó embarazada. Antes de este sádico momento, el caudillo acaba de oficiar una especie de misa pagana en presencia de curas y monjas para dejar claro que él es quien manda.
Para captar la fuerza de una obra tan salvaje hay que entender el momento en el fue rodada. En 1973 -año del rodaje-, el verano del amor, la eclosión hippy, ya se había esfumado después de que el psicópata Charles Manson hubiera cometido los asesinatos de Tate-La Bianca, en 1969. El 'flower power' había revelado su lado más oscuro y el sueño de paz y amor había desaparecido en una tormenta de sangre.
En ese contexto, Peckinpah se enfrentaba a la primera película en la que le concedían una libertad de acción total. Esto convertiría a 'Quiero la cabeza de Alfredo García' en su obra más personal, en cierta forma, la única en la que iba a poder verter todos sus demonios personales sin cortes ni censuras. Su adicción al alcohol y la cocaína eran ya patentes por lo que rodaba bajo los efectos de unas resacas que le convertían en otra persona. Las noches alcohólicas, por ejemplo, podían terminar con 'El Indio' teniendo que defenderse a tiros de un grupo de sicarios que querían matarle a la salida de un bar, como sucedió durante el rodaje. Ese ambiente desesperadamente violento -uno de los rasgos de la obra de Peckinpah- se traslada al celuloide con una crudeza que no volvería a conseguir en ninguna de sus piezas. Y Peckinpah eligió rodar en México, el país que encarna muchas de sus pasiones: la obsesión por la muerte; la ambivalencia ante la figura del 'macho', entendida como una máscara de la debilidad masculina, la adoración por la violencia y el concepto de fatalidad.
Una de los momentos más extraños del rodaje tuvo lugar el 31 de agosto de 1973, cuando el equipo supo que John Ford, el verdadero padre del western, había fallecido en Los Ángeles. Peckinpah -arisco, de resaca y atrapado por la complejidad de la filmación- realizó unas declaraciones en las que mostraba un respeto relativo por el padre del cine del Oeste y desacreditaba alguna de sus obras más famosas como 'Centauros del desierto'. Sin embargo, esa misma noche, se llevó al equipo a un pinar y empezaron a beber y beber. Casi de madrugada, el director se levantó, alzó una botella de tequila y dedicó un brindis a Ford. Era un homenaje del hombre que estaba rodando el western más crepuscular de la historia al fallecido director que había demostrado que se podía crear arte con historias de vaqueros e indios.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.