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Bruno Ganz en 'El cielo sobre Berlín'.
Fábula con ángel

Fábula con ángel

Wim Wenders, existencial y metafórico, traza en 'El cielo sobre Berlín' un cuento de aliento poético sustentado en la arquitectura de la Europa que empezaba a asomarse entre las grietas del muro

Guillermo Balbona

Jueves, 8 de octubre 2015, 16:57

El cine posee unas alas invisibles que le permiten sobrevolar la vida. Suspendido en ese ejercicio funambulista y alado, el Wenders más existencial y simbolista, de imágenes depuradas y construcciones melancólicas, firmaba un poema urbano. 'El cielo sobre Berlín' tiene algo de grafiti en blanco y negro con versos libres en color, falsamente contemplativo. El cineasta opta por la fábula y la fantasía y rueda en las alturas, paradójicamente, para mirar más cerca. Vigilante, perturbador y melancólico, autor y personaje, ciudadano y soñador, diseñan la arquitectura onírica de un thriller soterradamente político. Es la coreografía entre el cielo y la tierra de un deseo que busca la conversión de la prosa cotidiana en condición humana. Marginada al considerarse pretenciosa por algunos, meliflua para otros, la obra de Wenders, muchas veces incomprendida, es un cuento con princesa trapecista y ángel enamorado sobre los límites entre espacios, realidad y deseo, emociones y territorios. En realidad, Wenders, poético y leve, hondo y sutil, juega con las oquedades físicas y sentimentales, se sube a las azoteas y visualiza el vértigo entre tiempos. "Cuando el niño era niño caminaba relajado. Quería que el arroyo fuera río, que el río fuera torrente y que este charco fuera mar. Cuando el niño era niño, no sabia que era niño, para él, todo era divertido y las almas eran una. Cuando el niño era niño, no tenia opiniones ni costumbres, se sentaba de cuclillas y se escabullía de su sitio, tenía un remolino en la cabeza y no ponía caras cuando le fotografiaban"... Desde este poema inicial al juego de grises de una fotografía, que es personaje, y ese diálogo encontradizo entre el blanco y negro y el color, Wenders se sitúa narrativamente entre sus dos obras anteriores, 'El amigo americano' y 'París Texas', entre una geografía fabuladora y un paisaje existencial.

En una confesión sobre su caligrafía fundacional el propio cineasta escribía una significativa declaración de principios: "Cuando empecé a filmar, me veía como un pintor del espacio comprometido con la búsqueda del tiempo (..). Los paisajes podrían ser incluso actores protagonistas y los seres humanos que los habitan serían los extras". De hecho, su trayecto creativo más reciente regresa a los orígenes de su concepto: la imagen como liturgia, el camino como fisicidad para alcanzar lo trascendente y espiritual. Su documental 'La sal de la tierra', comunión telúrica a través de la fotografía con Sebastiao Salgado, certifica este viaje visual que alimenta toda la trayectoria del cineasta alemán. Como en 'El cielo sobre Berlín' la mirada (sobre el mundo, la vida, los demás) es la única deidad posible. Entre la redención y la conciencia de que las imágenes se desvirtuan y pierden su función, Wenders se va decantando hacia el documental, al límite de belleza y sentido en su retrato del estudio del movimiento en su colaboración con Pina Bausch. Cineasta de ciudades (siempre quiso rodar en Bilbao) Wenders convierte Berlín en carne celestial y en documento de un paisaje que muestra su decadencia, su desvanecimiento, su abandono.

El cine adquiere la textura del documento y poetiza la realidad. Y el vigilante vigilado, el voyeur, el testigo y el testimonio confluyen en esos ángeles que tratan de humanizar sus reflexiones celestiales. Los poemas y escritos de Peter Handke vertebran la historia que parece estar sujeta a un guion desmayado o diluirse en una atmósfera sensorial (ciegos, invisibles, extraños, a veces los ángeles; otras los humanos, y con ambos, los propios espectadores).

Bruno Ganz logró que al encarnar al ángel Damiel ya no hubiese posibilidad de imaginarse a otra criatura alada que no llevase su rostro.

En 1998 Hollywood hizo un remake con Nicolas Cage y Meg Ryan, 'City of Angels', tan meloso e impostado que no merece más conexiones que sus poco inspiradas deudas paralelas. El propio Wim Wenders dirigió un remake: '¡Tan lejos, tan cerca!' ('In Weiter Ferne, so Nah') en 1993, menos inspirado, que preludiaba ya una etapa más comercial, en la que primaba lo internacional y el director abandonaba el riesgo.

Símbolos políticos aparte, los de una Alemania ajada y una Europa en construcción, la incomunicación, la soledad, la desolación son las verdaderas entrañas de la película. Las distancias se rompen y unen en un hechizo casi inasible hay escombros, muros, imágenes fundacionales y otras que parecen apocalípticas gracias a esa magia que discurre bajo los fotogramas y criaturas de esta estancia de cuerpo y voz, de distancia entre lo que se ve y desea, entre la monotonía y el asombro.

La inocencia infantil, la historia del mundo, la necesidad de contar y ser contados asoman entre los escombros y entre los resquicios de un filme que evita los desgarros y alumbra un espacio sobre el hombre y su lugar en el mundo. "Si la humanidad pierde algún día su narrador, habrá perdido también su infancia".

Peter Falk, haciendo de sí mismo, aporta una irónica envoltura al aliento poético que atraviesa la ciudad y sus habitantes. Una frase del filme sentencia el alma de su ecosistema: "Observar no es mirar hacia abajo, sino al nivel de los ojos".

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