Los grandes festivales de cine son pasarela y exhibición de películas, pero también, inevitablemente, mercados. Es lógico: alrededor de esas películas se reúnen los que ponen el talento y los que ponen el dinero, y entre unos y otros, en encuentros y conversaciones casuales o ... estratégicamente concertadas, surgen nuevos proyectos o los productores venden a otros países los derechos de distribución de sus películas.
Pero no todos los festivales pueden tener un mercado como el de Cannes, que constituye un evento en sí mismo, más subterraneo pero igualmente extenso y en febril actividad que el desfile de estrellas y grandes películas. En Cannes hay decenas de salas dedicadas solamente a proyecciones privadas para profesionales, y un enorme espacio de stands, salas de reuniones y expositores en permanente ebullición. Sin contar lo que se cuece en los salones y las habitaciones de los hotelazos de lujo. También Berlín tiene un acomodo amplio en el edificio llamado Martin Gropius, aunque más modesto que el de Cannes. Y lo de Toronto debe ser otro mundo, que se puede acabar comiendo al resto de la galaxia.
¿Y cómo queda ahí San Sebastián? La idea de un mercado del cine con todas las de la ley puede haber sido un sueño en distintas etapas del certamen donostiarra, pero nunca se ha acometido de verdad, entre otras cosas porque es un sueño inviable. San Sebastián no puede aspirar a ese tipo de mercado, no es su liga, no es su estilo, y sobre todo no hay infraestructuras en la ciudad para acometer un festival paralelo de grandes dimensiones para profesionales. Hacen falta muchas salas y muchas plazas hoteleras para crear ese nicho congresual, y el Zinemaldia bastante tiene con poder acomodar a toda la gente que acude como espectadores, periodistas o profesionales de las distintas ramas del cine, al formato actual del certamen.
Pero no hay renuncia a potenciar en San Sebastián la industria del cine, muy al contrario, siempre ha habido un departamento especializado en facilitar las transacciones en torno a las películas del festival. Y en los últimos años se han impulsado considerablemente las actividades para profesionales, y los interesados han valorado de forma entusiasta esta apuesta por el lado financiero, e inevitablemente menos glamuroso, del negocio. San Sebastián tiene su mejor baza en este sentido en el cine latinoamericano, es la entrada a Europa para el cine de ese continente. Y con actividades como Cine en Construcción se ha posibilitado la finalización de muchos proyectos que posteriomente han sido seleccionados, y a menudo premiados, en las secciones oficiales de Berlín, Cannes o Venecia, entre otros festivales. Es una labor más callada quizás, sin la rimbombancia de los grandes mercados, pero a la medida humana y cercana de una ciudad y un festival como el de San Sebastián.
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