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Herederos del Dogma

Diez años después de su desaparición, la influencia del movimiento se aprecia en un terreno ajeno a sus pretensiones intelectuales

Fernando Belzunce

Miércoles, 9 de septiembre 2015, 17:49

Impulsado por el polémico director danés Lars Von Trier y el noruego Thomas Vinterberg, el movimiento Dogma 95 surgió hace veinte años con la publicitada y enorme ambición de cambiar las reglas del mundo del cine. Para ello, defendía una serie de controvertidas normas que ellos mismos reconocieron más tarde no cumplir del todo y que más o menos se pueden resumir en la idea de que las películas debían despojarse de artificios, ya fueran mezclas de sonido, luces artificiales o efectos ópticos, y otros caprichos como que el nombre del director no apareciera en los títulos de crédito. Se cumplen diez años de su desaparición, con trescientos filmes como legado, muchos de ellos cortometajes, y un ruido mediático cuyo eco aún perdura.

Algunas de estas obras, como 'Celebración', 'Mifune' o 'Los idiotas', resultaron ser estupendas, mientras que otras fueron olvidables y, como tal, no cabe la cita. La mayoría fueron nórdicas, pero las hubo de todas partes, como la trilogía del gallego Juan Pinzás. La repercusión del Dogma fue impresionante entonces, dado el carácter pretenciosamente intelectual de un tinglado que en sus inicios emitía incluso un certificado oficial y asignaba una matrícula a las cintas que cumplían con sus requisitos. Tal era el poder de aquella maquinaria que trabajos de dudosa calidad, vendidos con esa generosa etiqueta que es el cine experimental, traspasaban fronteras y llegaban a festivales.

El neorrealismo italiano surgió por la necesidad de retratar la posguerra con toda su crudeza e influyó en la 'nouvelle vague' francesa, que reivindicó un cine veraz, rodado con frescura en exteriores frente al cine de estudio, lo que a su vez sedujo a Coppola y sus secuaces de la contracultura americana, que reivindicaban el cine de autor frente a los criterios mercantilistas de los grandes estudios. Todo esto, incluido el texto que Truffaut publicó en Cahiers du Cinema y que se considera origen de la 'nouvelle vague', inspiró a Von Trier y Vinterberg para dar forma al Dogma. Aspiraban a alcanzar esa notoriedad. Es cierto que, como aquellos movimientos, el Dogma removió ciertas conciencias acomodadas, rompió algunas reglas de la industria y supuso una fuerte plataforma para impulsar películas diferentes. Pero también es verdad que una década después de su desmantelamiento se puede afirmar que su influencia en términos cinematográficos ha sido prácticamente irrelevante. Ni siquiera sus principios son visibles en los creadores que las impulsaron.

Hay quien habló en su día de un fracaso anunciado, pues unas reglas tan estrictas iban a acabar siendo contrarias a un espíritu que precisamente se basaba en romper normas. Pero nadie estuvo tan lúcido como el cineasta navarro Montxo Armendariz, quien definió al Dogma como una «brillante operación de marketing». Su frase pasó desapercibida y hoy es cuando uno descubre echando un rápido vistazo a la cartelera que cuatro películas nórdicas van a coincidir en los cines españoles el mismo mes. Que una cinematografía tan pequeña tiene una presencia sorprendente en las multisalas, cuando hace veinte años constituía una anécdota. Que no solo hablamos de directores mediáticos, sino de muchos noveles y desconocidos y que va a ser que sí que fue una brillante operación de marketing. Y que encima ha dejado una buena herencia, aunque quizás no sea la que buscaban sus impulsores.

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