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Virginia rodrigo
Psicóloga en Centro de Psicología Bilbao
Martes, 14 de diciembre 2021, 18:33
«La verdad es que estoy regular. Necesito descansar. Yo no soy de tirar la toalla, pero esta vez hay que ser humilde y decir: no puedo más, no puedo más... Mi cuerpo y el universo me estaban diciendo 'necesitas parar'». Estas fueron las últimas ... palabras de Verónica Forqué antes de abandonar 'MasterChef Celebrity', justo a las puertas de las semifinales del 'talent' culinario de TVE. Esa noche la expresión «no puedo más» fue tendencia en Twitter y excusa para todo tipo de memes, mofas y parodias. La muerte de la actriz ha conmocionado a todo el país. Su suicidio ha vuelto a poner en el foco mediático la importancia de la salud mental, algo de lo que ella misma habló abiertamente y que fue utilizado como espectáculo o como arma para los 'haters'. «Estás de psiquiátrico», «medícate» o «enciérrate y no salgas hasta que estés curada» son algunos de los irrespetuosos e inadmisibles comentarios que algunos usuarios le dedicaron durante su concurso.
El suicidio es un fenómeno complejo y muy preocupante sobre el que existe gran controversia. ¿Su publicación produce 'efecto llamada' o puede cumplir una función preventiva? ¿Es una pandemia silenciosa o silenciada? ¿Es un acto de cobardía o de desesperación? Cientos de preguntas que quizá sus respuestas tampoco nos ayuden a ayudar, sino a discutir sobre diferentes opiniones o fuentes. Lo que parece un hecho bastante claro e innegable es que el índice de suicidios aumenta de manera alarmante y constante en los últimos tiempos, sobre todo, entre los jóvenes. A Judith le diagnosticaron depresión, ansiedad y trastorno adaptativo a los 11 años. «El tema del suicidio lo pensaba cada día, cada noche», recuerda ahora con 18 años. Su testimonio está recogido en el último informe de Save the Children, en el que la ONG concluye que los trastornos mentales entre menores de 4 a 14 años de España se han triplicado desde 2017, el último año con datos comparables, algo que la organización atribuye a la crisis del coronavirus. Por tanto, los profesionales de la salud mental, y la sociedad en general, debemos mirar de frente a esta realidad.
Pedir ayuda sigue siendo para algunas personas un estigma, algo que reduce las posibilidades de recibirla, puesto que la consideran como una amenaza para su sentido de valía. Por ello, es importante que a nivel social hablemos del suicidio de manera explícita, que perdamos el miedo a preguntar y dejemos de asociar el suicidio únicamente a la enfermedad mental propiamente dicha. El riesgo de suicidio y las tentativas del mismo se han vinculado, directamente, con algunas enfermedades descritas en los manuales de psiquiatría, y se han aceptado como parte de las mismas. Sin embargo, hoy en día sabemos que las causas del suicidio son múltiples y no siempre directamente proporcionales a la enfermedad mental. La desesperanza, las pérdidas de diferente índole y los acontecimientos vitales indeseables también pueden relacionarse con un final trágico decidido y premeditado.
Hay tres momentos en la vida, que se corresponden con cambios en los ciclos vitales, en los que se producen más suicidios: la crisis de adolescencia, la de la edad adulta y la crisis de las personas mayores que conlleva pérdida de las facultades mentales. Hoy en día somos testigos de cómo entre los jóvenes hay un alarmante aumento de la vulnerabilidad y riesgo a conductas suicidas como no habíamos conocido anteriormente. En concreto, los trastornos mentales afectan hoy al 4% de niños y adolescentes de entre 4 y 14 años, mientras que en 2017 afectaban solo al 1,1%. Es fácil hablar de la conducta impulsiva de los adolescentes, del consumo de sustancias y de sus problemas de relaciones familiares, sin embargo, se trata de argumentos muy pobres para «justificar» este claro aumento del suicidio y conductas autolesivas. Lo que sí está claro es que desde el ámbito de la salud mental podemos pensar que debería tratarse de causas de mortalidad evitables si se atendieran en su justa medida.
El hecho de que la mayoría de los suicidios no sean actos impulsivos, sino premeditados, calculados y hasta reiterativos, deberían darnos la pauta de que hay algo que se está haciendo muy mal en esta sociedad. Nos preocupamos de análisis y discusiones que no nos llevan a nada, haciendo listados de factores de riesgo y protección que no nos sirven y dejando pasar por delante jóvenes que intentan matarse varias veces hasta que finalmente lo consiguen. Debemos abrir los ojos y sincerarnos con lo que está pasando, la gente pierde la esperanza, no ve salida, y estamos en una época en la que las personas más vulnerables, debido a la dureza de la situación que se está viviendo, están en peligro. La incertidumbre del momento y las duras vivencias emocionales que muchas personas siguen viviendo, como el fallecimiento de familiares y la precariedad económica, hacen que sea previsible el aumento de las conductas suicidas.
Es en estos momentos cuando hay que trabajar desarrollando cada vez más estrategias preventivas, dirigiendo los esfuerzos, no solo a los grupos de alto riesgo, sino también trabajando en los centros educativos, promoviendo programas de apoyo entre compañeros y redes de conexión social entre los jóvenes. Es fundamental dotar a los centros y a los docentes con los recursos necesarios y la formació́n adecuada, tanto para prevenir el desarrollo de estos trastornos en la infancia como para intervenir en la adolescencia cuando se detecten.
También hay que insistir en que los centros de salud deben hacer seguimientos de los pacientes que tienen ingresos y garantizar la seguridad y la continuidad asistencial de las personas que están en riesgo. Se habla mucho del efecto imitación cuando un suicidio se hace mediático, incluso se justifica el hecho de no hablar de ello para no «contagiar». Y con toda seguridad, lo que habría que hacer es trabajar en la prevención de estas conductas imitativas. No se evita que se produzcan más suicidios callando, sino hablando y haciendo prevención a futuro.
Se ayuda a liberar la angustia de las personas que están teniendo ideas suicidas, preguntándoles sobre estos pensamientos. Cuando alguien lo menciona, no nos debe pasar desapercibido porque, en general, las personas que hablan del suicidio son más proclives a intentarlo, y si tenemos la valentía de hablar sobre ello, podemos salvarles la vida. Es absolutamente falso que preguntar pueda incitar o dar ideas para llevarlo a cabo, por lo tanto, se debe hablar de ello y nunca esperar a que la persona «se ponga» mejor, ni guardarle el «secreto». Hay que actuar inmediatamente, para empezar, conectando con alguien de la familia o, directamente, con un servicio de salud.
Para terminar, comentar que es urgente que el suicidio sea una realidad visible y que la sanidad pública aumente sus recursos desde la atención primaria, que es donde podría hacerse una prevención para evitar un número considerable de muertes innecesarias.
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