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Leticia calvete
Miércoles, 22 de junio 2022, 18:09
Mi hijo Ander nació en el 2014, a mis 30 años recién cumplidos. Antes de ser madre, pude vivir un pequeño período de tiempo en el que comencé a sentir un atisbo de presión social hacia la maternidad. En mi caso, al ser madre 'relativamente ... joven', no dio tiempo a que la retahíla de terribles premoniciones y frases catastrofistas recayeran sobre mí. Ya sabes, «se te va a pasar el arroz» y derivados. Eso sí, he podido saber gracias a amigas que esto se va haciendo más y más intenso según se van cumpliendo años.
Resulta sumamente curioso que nuestra sociedad occidental se dedique, por un lado, a presionarnos a las mujeres para ser madres ensalzando la maternidad y, por otro, cuando lo somos se nos deje solas. Familiares, amigas, compañeros de trabajo... todos nos asaltan con un «y los hijos, ¿para cuándo?». Pero la realidad es que cuando lo somos, demasiadas veces las madres y los bebés estorbamos.
La mayoría de las mujeres de mi generación no hemos crecido con mujeres embarazadas ni bebés cerca. Yo me voy a atrever a confesar que hasta que tuve a mi primer bebé en brazos, desconocía totalmente su comportamiento y necesidades. Sí escuchas a tu alrededor durante el embarazo pinceladas sobre cómo es el sueño de los bebés con frases del tipo «descansa ahora que luego...», pero la inmensidad de esas palabras la mayoría de las mujeres no llegamos a conocerla hasta el posparto.
Nos pasamos hablando del embarazo y del parto nueve arduos meses (o más, si es que llevamos tiempo en la búsqueda) y la realidad del posparto nos sobreviene como un huracán. Y para entonces, las madres y nuestras preocupaciones estorban. La falta de sueño, las dificultades en la lactancia y las emociones a flor de piel son tomadas como una falta de fortaleza, una parte de la realidad materna de la que nadie quiere saber, un trámite por el que se debe pasar para ser madre. Con frecuencia recibimos un «tú quisiste ser madre» que solo hace que nos callemos y que las otras madres que vendrán tras nosotras, no conozcan la dureza de la experiencia, la soledad a la que se las va a someter, la responsabilidad y exigencia que supone, y la prueba para su salud mental que va a ser.
Las madres tenemos necesidades, porque seguimos siendo personas. Necesitamos descansar, comer y disfrutar. Y nunca jamás debiéramos vivir la experiencia materna en soledad o, como mucho, con la pareja. Pero de esta manera, seguimos estando solas.
Cuando te conviertes en madre, comienzas a ver cómo molestan los bebés y los niños. Por un lado, se les prohíbe a los peques abiertamente la entrada a ciertos espacios como restaurantes y bares (algo que no se hace con ningún otro grupo de población). Y, por otro lado, la gente nos señala y susurra ante ciertos comportamientos naturales de nuestros hijos culpándonos a nosotras. Las madres nos avergonzamos, por lo que dejamos de acudir a muchas actividades sociales aislándonos aún más.
En nuestros trabajos molestan los mil y un inconvenientes que el tener niños pequeños suele acarrear: enfermedades, consultas médicas, períodos de adaptación y vacaciones escolares.... Y así, de esta manera, confirmamos como las madres, nuestras criaturas y las necesidades de ambos muchas veces sobramos.
Al inicio de la maternidad, también puedes comenzar a descubrir cómo la ansiedad que sufrimos las madres al separarnos de nuestros hijos es interpretada en cine y televisión hasta la saciedad. Se burlan de la madre que llama a la canguro cada dos minutos desde el restaurante en el que está con su pareja, o de la madre que deja una lista enorme con miles de números de teléfono (de los bomberos, del pediatra, del médico…). Nuestra sociedad, de esta y otras maneras, nos indica cómo ha de ser la relación entre nosotras y nuestros hijos sin tener en cuenta nuestras emociones y nuestra biología mamífera.
La mayoría de las madres nos angustiamos cuando se acerca la fecha de regreso al trabajo, pensando en quién cuidará a nuestras criaturas, durante cuánto tiempo será, cómo estarán ellos a la vuelta, cómo mantener la lactancia… Y al mismo tiempo, gran parte de nosotras nos sentimos sobrecargadas por el cuidado que implica un bebé. Por los cuestionamientos constantes, por la persecución a nuestras decisiones, por el juicio... Por esta soledad de la que hablo, por la falta de reconocimiento, por la infantilización. Por sentir muchas de nosotras que navegamos a contracorriente.
Muchas dificultades y problemas de salud mental que sorteamos las madres están relacionados con la falta de referentes maternales. Hasta aproximadamente mediados del siglo pasado, vivíamos en zonas rurales, en familias grandes donde este conocimiento era más fácil de adquirir, ya que crecíamos con bebés, mujeres embarazadas, niños pequeños y madres lactantes. No pretendo exaltar una época ya pasada que tenía mucho de limitar nuestro ser como mujeres, pero entonces el entorno era más proclive a acompañar, el puerperio no se vivía en soledad y existía una transmisión de información de madre a madre y de madre a hija. Actualmente, por vivir en zonas urbanas, la familia extensa en occidente se ha convertido en un resto del pasado. Prácticamente no tenemos este tipo de contactos lo que, no solo cronifica nuestra soledad, sino que dificulta el acceso a esta información tan valiosa y basada en la experiencia, dejándola en manos de los expertos.
El auge del experto nos muestra una maternidad perfecta y de manual que resulta inalcanzable. Llena de exigencias y obligaciones que no tiene en cuenta dos hechos tremendamente importantes: vivimos inmersas en un sistema que no nos acompaña en el cuidado de nuestras criaturas (porque no producimos) y la falta de la necesaria red social para compartir los cuidados y que las madres no perdamos nuestra salud mental por el camino. Muchas mujeres se sienten culpables por no llegar a este ideal, pero es que este concepto de madre perfecta es imposible de alcanzar porque ni es real ni existe.
En este punto me pregunto: ¿Hemos de normalizar lo anormal? ¿Hemos de normalizar la falta de descanso, de tiempo para el aseo y la alimentación que vivimos las madres? ¿Hemos de normalizar nuestras necesidades en favor de las de nuestros hijos? ¿Hemos de normalizar la falta de conocimientos generalizada acerca de las necesidades reales de los bebes y de las madres? Y en definitiva, ¿hemos de normalizar la soledad a la que se nos aboca a las madres como un trámite por el que pasar para tener descendencia?
Las madres no deberíamos vivir jamás la experiencia solas, con independencia de tomar la decisión de ser madre en solitario, ya que como dice un proverbio africano «para educar a un niño hace falta la tribu entera». Las madres en el fondo sabemos que esto es real, aunque en grupo nos cueste mostrarnos vulnerables por este miedo extendido a creernos ineficaces, flojas y, en definitiva, malas madres.
Leticia Calvete es trabajadora social perinatal. Acompaña a mujeres en sus experiencias de embarazo, posparto, lactancia y duelo. Facilita espacios de encuentro grupales para mujeres y familias. La puedes encontrar en su perfil de Instagram y Facebook.
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