En muchas ocasiones nos vemos sumidos en la tristeza pensando que nada va a cambiar, que no existe solución. Pero, ¿y si vemos el lado saludable y enriquecedor de esa emoción?
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Nos han enseñado a evitar la tristeza, a verla como una emoción simplemente ... negativa y la tristeza es algo más. La tristeza forma parte de las emociones primarias junto con la rabia, el miedo, el asco, la sorpresa y la alegría. Es importante que dejemos a un lado la clasificación de emociones buenas o malas y empecemos a contemplarlas como estados adaptativos del ser que nos permiten respirar la vida. No olvidemos que para ser seres plenos hemos de aceptar todas las emociones que componen nuestro espectro humano y convertirlas en fortalezas para afrontar el fluir del día a día, aprendiendo así a sobrellevar los desafíos que se nos presentan.
No vamos a negar que la tristeza no sea una emoción dolorosa, pero es necesaria y útil. Aprender a identificarla, hacerla consciente, aceptarla y expresarla es una de las claves para convertirla en una emoción saludable y constructiva para la persona. Sentir tristeza no es un signo de debilidad como comúnmente se piensa a nivel social. Seguro que todos hemos oído en algún momento «que no se note que estás triste, que no lloremos o que llorar es de débiles», pues nada más lejos de la realidad, dejemos claro que expresar las emociones nos ayuda a superarlas.
Por tanto, abracemos esos momentos que forman parte de nuestra naturaleza, de nuestra maravillosa especie humana, porque la tristeza tiene un protagonismo importante en nuestro crecimiento y desarrollo emocional. Pongamos la lente de nuestra mente en positivo y observemos esos momentos para aprender y madurar de las vicisitudes de la vida y convertirnos así en personas más plenas, empáticas, humanas y resilientes. Las emociones son motores que activan nuestra mente y nos permiten relacionarnos con nosotros mismos y con los demás.
Aprovechemos esos estados emocionales para reflexionar porque, en definitiva, todas las emociones tienen algo que enseñarnos.
-Nos permite hacer una introspección, tomar distancia ante situaciones dolorosas.
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-Facilita centrar la atención en uno mismo.
-Permite atenuar la actividad funcional.
-Nos puede mover hacia la búsqueda de apoyo social.
-Despierta la empatía en el entorno y permite la cercanía de los otros.
-Nos ayuda a comprender el sentir y la emoción en los demás.
-Activa los procesos psicológicos que facilitan superar fracasos, desilusiones o pérdidas.
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-Nos ayuda a generar pensamientos alternativos.
-Permite reorganizar nuestras conductas ante los cambios.
Nunca olvidemos, queridos amigos, que sin la tristeza no tendríamos la gran satisfacción de conocer la verdadera felicidad.
¿Por qué no ver el lado saludable de la tristeza?
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¡Un abrazo cargado de empatía!
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