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Vivimos en una sociedad donde hay poco tiempo para escuchar, para pensar y conversar con tranquilidad. Todo es inmediato, fugaz. La vorágine del día a día, las prisas, el trabajo o las tareas por hacer nos llevan a vivir en un auténtico caos y, ... en ocasiones, descontrol.
Escuchamos poco y mal. Muchas veces nos dedicamos a evaluar en vez de escuchar con atención, sin interpretar y aconsejar en lugar de comprender. Nos cuesta observar y empatizar. Y tampoco nos molestamos en hacernos entender, en comunicarnos mejor para evitar malentendidos, críticas o discusiones.
A continuación, un ejemplo de una conversación que podríamos tener:
-Oye, ¿qué te parece si salimos a cenar el viernes al vegetariano?
-¿A comer hierba? ¡Anda, anda! ¡A mí dame una buena chuleta!
-Madre mía ¡qué borde eres! Pues entonces nada, mejor no vamos a ningún sitio…
-Pero hombre… ¡qué piel más fina tienes! ¡Si no te he dicho nada!
Y así, uno tras otro, surgen los malentendidos en el día a día. Y surgen en todos los ámbitos de nuestra vida: en lo personal y en lo profesional.
Una espiral de confusión que viene muy bien reflejada en una frase muy famosa: «Entre lo que pienso, lo que quiero decir, lo que creo decir, lo que digo, lo que quieres oír, lo que oyes, lo que crees entender, lo que entiendes, existen 9 posibilidades de no entenderse».
Sin embargo, no entenderse, a pesar de ser tan habitual, nos provoca una cantidad de conflictos vitales considerables, tales como:
- Discusiones y peleas.
- Baja autoestima, al tomarnos lo que viene de fuera como algo personal.
- Desconfianza.
- Miedo e inseguridad.
- Malos rollos y mal ambiente.
- Críticas.
- Etiquetas.
De este modo, merece mucho la pena aprender algunas claves para mejorar nuestra comunicación, porque si hay algo claro en todo este tema de las relaciones es que todas las personas estamos comunicando constantemente. «No se puede no comunicar», decía Paul Watzlawick. Las palabras que utilizamos, los ritmos en los que hablamos, la forma de caminar, el tono de voz y los gestos que lo acompañan, la vestimenta que usamos... Todo comunica.
Así que partimos, por un lado, de la necesidad que tenemos los seres humanos de comunicar. Mientras que, por otro lado, nos encontramos con las dificultades que entraña ser diferentes.
Según el modelo Brigde y toda la investigación que hay detrás (desde Hipócrates con sus modelos de temperamento a Carl Jung con los tipos psicológicos), las personas se pueden agrupar en cuatro estilos relacionales.
¿Quiere decir esto que somos de un estilo o de otro? En absoluto. En realidad no hablamos de ser, sino más bien de comportarnos. El modelo Brigde es un modelo comportamental que parte de la idea de que todas las personas tenemos conductas de todos los estilos, aunque es probable que en la mayoría de las ocasiones haya uno que predomine.
Por ejemplo, ¿conoces a alguna persona que sea apasionada, positiva, sociable y abierta? Y si piensas en cómo esa persona puede ser en un día malo, ¿dirías que puede ser caótica, exagerada, dispersa y variable?
Otro ejemplo, ¿conoces a alguien que sea rápido, eficaz, luchador y energético? Si ahora piensas en esa persona un día malo, ¿dirías que puede ser brusca, mandona y tener dificultad para escuchar?
No es casualidad si te han venido dos personas a la cabeza y has visto que en términos generales poseen esos adjetivos. El modelo Brigde contempla de una manera muy precisa los estilos comportamentales y, lo mejor de todo, ofrece herramientas para aprender a relacionarnos con cada estilo.
Fijaos en cómo cambia la conversación inicial ahora:
- Oye, ¿qué te parece si salimos a cenar el viernes al vegetariano?
- ¿A comer hierba? ¡Anda, anda! ¡A mí dame una buena chuleta!
- Jajajaj ¡calla, calla! Otro día decides tú, pero este viernes toca vegetariano chaval 😊
- Buenoooo… ¡otro día no me engañas!
¿Lo veis? Dos personas que se comunican en el mismo estilo, sintonizan mejor y se comprenden mejor. Esto lo explica la neurociencia a través del fenómeno de la similitud. Básicamente, tendemos a valorar mejor a las personas que se parecen más a nosotros. Llegamos a este punto, ¿es cierto el dicho «trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti»? Pues, para sorpresa del lector, esta frase no es avalada por la ciencia. Deberíamos decir, más bien, «trata a los demás como les gustaría ser tratados».
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