En ocasiones, la moda trasciende a su carácter cíclico y nos introduce en una especie de día de la marmota. No hablamos de tendencias puntuales que resurgen tras 20 años en el olvido a modo de pildoritas nostálgicas; ni de esas que duran 'lo ... que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks' y se esfuman cuando nos bebemos el último sorbo de la temporada. Nos referimos a las tendencias que vuelven cada cierto tiempo y nos las meten con calzador a modo de 'básicos renovados'. Es el caso de las botas UGG, el icono de calzado invernal por antonomasia, las pioneras de un ejército de 'uggly shoes' que vendrían después para abrigar nuestros piececillos descalzos ávidos de calor. Que vuelven no es ninguna novedad, pero que ahora se las pongan aquellas mujeres que siempre renegaron de ellas desde lo alto de sus tacones ya es otro cantar.
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Las botas UGG nos permiten viajar a través del espacio-tiempo, son el agujero de gusano de la moda, un claro ejemplo del «nunca digas nunca»: siempre habrá algún momento en la vida en el que te tiente sumergir el pinrel en su amoroso forrito de lana UGGpure™ de marca registrada. Y esta, es una época perfecta en la que muchas han vuelto a recordar sus bondades.
La moda es un espejo de los cambios en la sociedad y como todo, el nuevo auge de las UGG´s lleva implícita su propia explicación. Estas botas, por definición calentitas y feas, responden a ese retorno hacia el confort y la comodidad que trajo consigo la pandemia. Una afirmación respaldada por ese oráculo de la verdad que es Google. Y es que, según reveló un informe publicado en la todopoderosa web Lyst, las búsquedas de este calzado repuntaron de forma considerable durante el confinamiento.
Fue el inicio de una oleada de prendas 'comfy' que siguen dejando poso a día de hoy. Una revolución estilística que volvía a poner en valor lo funcional, dejando de lado algo tan superficial como la estética en tiempos de chándal y mascarillas. Unas botas que lo mismo servían para estar en casa, que para sacar al perro o bajar al súper envuelta en ese halo effortless/desarrapado que nos quisieron vender como tendencia. La fascinación actual por la moda de los 2000 y el hecho de que musas como Candice Swanepoel, Sara Sampaio, Rihanna y eternas fieles como Sarah Jessica Parker o Sienna Miller, las volvieran a rescatar de su refinado zapatero, no hizo sino reafirmar su condición de top ventas.
Porque si a alguien están asociadas estas botas es a las 'celebrities', ya sea huyendo de los paparazzis, con gafas panorámicas y café en mano paseando por el Lower Manhattan o entre secuencia y secuencia en los rodajes de Hollywood. Lily Collins, en su papel de Emily Cooper en 'Emily in Paris', ha sido la última en sumarse. En terreno patrio, parece que las 'influencers' se han puesto de acuerdo en sacar a relucir una nueva versión de botita, casi a ras de tobillo, con la que la firma parece reinventarse de nuevo. Y el combo estrella es combinarlo con vaqueros rectos, jerséis básicos y americanas, una prenda tan antagónica a las UGG que resulta interesante. Álex Rivière o Inés Arroyo pueden corroborarlo. Hay también quienes se aventuran con la sandalia o el zueco. Sin embargo, aunque parezca que este tipo de calzado haya pertenecido toda la vida al 'star system', su origen es muy distinto.
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Hablamos de ugg, en minúscula, como término genérico, cuando nos referimos a un tipo de calzado que se desarrolló en Australia a partir de 1920, aunque la fecha a día de hoy no se puede concretar con precisión. Lejos de las esferas del glamour en las que hoy se mueven, estas botas comenzaron siendo un accesorio con el que trabajaban los esquiladores de ovejas de las zonas rurales de Australia. Se fabricaban de manera artesanal con la piel de este animal, ya que resistía mucho mejor que la de otros en contacto con la lanolina, la cera natural que segrega la piel del ganado ovino. Una bota de faena que se remataba con borreguito por dentro.
Según describe el portal SModa, ejemplos anteriores a lo largo de la historia ha habido muchos, desde exploradores del Tíbet y pueblos Inuit del Ártico, hasta los pilotos británicos de la I Guerra Mundial, que se ponían estas botas altas de piel de oveja en sus vuelos, debido a la deficiente presurización de las aeronaves. Este diseño se acabó convirtiendo en parte del uniforme de la Royal Air Force, siendo bautizadas como 'fug boots'. Y es que' fug', hace referencia al aire denso, viciado y caliente como el que se quería conseguir dentro de este tipo de calzado. Quizás de ahí venga el término o, simplemente, proceda de la palabra 'uggly' (feo), debido a su tosca estética. En 1930 comenzaron a venderse de manera industrial, siendo la empresa Blue Mountains Ugg Boots de Nueva Gales del Sur la primera en comercializarlas.
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A partir de los 70, los surfistas profesionales australianos comenzaron a probarlas durante el invierno para mantener los pies calientes tras sumergirse en las aguas del Pacífico. Un uso que sentó cátedra en la profesión, llegando a las pocas tiendas de surf que había allí por aquel entonces. Las revistas especializadas de California se hicieron eco de esta moda y propició la expansión estadounidense a pequeña escala hasta que, en 1978, un tal Brian Smith vislumbró la posibilidad de asentar negocio. Era un surfista australiano que vivía en Santa Mónica y comenzó a importar este tipo de calzado junto a su amigo Doug Jensen. Se hicieron con la marca registrada y fue el origen del boom del las UGG Australia, que crecieron como la espuma entre los 80 y los 90, llegando a ser incluso el calzado oficial del Equipo Olímpico estadounidense en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994.
Un año después, Smith vendió la empresa a una multinacional que inició una brutal campaña de marketing. Las UGG llegaron así a series de televisión como 'Sexo en Nueva York', a sets de rodajes de Hollywood, a carteleras de cine, portadas de revistas y al mismísimo programa de Oprah Winfrey. Las celebridades de todo el mundo se las compraban a pares y la gente enloqueció allá por el año 2000, viendo la posibilidad de vestir como sus ídolos por algo más de 130 euros. Finalizada la década, finalizado el furor. Sin embargo, no cabe duda que estas botas espantosas y amorosas, cool y esperpénticas, seguirán dando guerra de cuando en cuando.
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