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Es enjuto y tapa su cabeza con uno de los gorros que tricota en la Gran Vía bilbaína. También teje bolsos, calcetines, bufandas, guantes... «Muchas ... cosas», explica. Y de todos los colores. A Joao Luis Brantes, un portugués de la región del Alentejo, le van los colores atrevidos y llamativos, aunque en las conversaciones que sostiene con los transeúntes y clientes acostumbre a bajar la cabeza, como si quisiera tapar su rostro. Su gorro es de rayas verdes y blancas.
Este 'sin techo' lleva años buscándose la vida en la capital vizcaína. Duerme en albergues. Dice que nunca se ha visto en la obligación de pasar la noche en las calles. «Afortunadamente no ha llegado ese momento. Espero que no llegue nunca», esgrime. Ha pasado largas temporadas conviviendo con mujeres. «Son maravillosas», relata.
Trabaja casi todos los días junto a los escaparates de El Corte Inglés. Se acerca cuando abren los grandes almacenes. Tiene ya 'fichados' a muchos ciudadanos. Nunca les pide nada. «Pero si dejan alguna moneda viene bien», confiesa. Joao solo quiere lana, aunque tampoco llega a reclamarla. Solo la recoge. Junto al tenderete, tiene colocado un cartel en el que recuerda lo bien que le viene la lana. «Para seguir haciendo lo que hago. Muchas gracias. Eskerrik asko», agradece a quienes le echan una mano.
No tiene suerte con los comercios. Con el Primark a escasos metros, dice que no le regalan nada. Sin embargo, Joao nunca cae en la tristeza ni el victimismo. «Soy fuerte. Es lo que toca», reivindica.
– ¿Qué tal marchan las ventas?
– ¿Que si vendo bien? Bueno, a veces vendo bien, a veces vendo un poquito bajo, depende, depende de las personas. Algunas no regatean, pero otras se pasan todo el tiempo regateando. Ya le dije, depende de cada persona, pero la gente de Bizkaia «es muy guay. Aquí tenéis – subraya– una gente maravillosa, estupenda».
A Joao hay que reconocerle una cosa. Es un gran trabajador. Mete muchas horas. La confección de cada gorro le lleva entre siete u ocho horas. Los bolsos, la mitad. «Suelo invertir en cada uno entre tres y cuatro horas». Joao luce unas manos arregladas y limpias. Nada estropeadas. No se le advierte ningún rasguño. Hila fino y maneja las agujas con destreza.
– ¿Qué tal es la vida en Bilbao?
– Está bien, muy bien.
Dice que las mujeres se le acercan más. Son las que «más me compran. Ellas son maravillosas». De los hombres no saca mucho. Suele vender sus piezas por 40 euros. Otras veces por algo más. «Hasta 50 euros he recibido en alguna ocasión. Gustan mis prendas», afirma entusiasmado. Joao ha heredado el arte de los mejores artesanos lusos.
A sus 74 años, no le importa dormir en albergues.
– ¿No se le hace duro?
– Qué va. Está bien. Pero lo que me preocupa es la lana.
– ¿Por qué?
– La necesito para trabajar. Algunas veces la compro yo, otras me la regalan. No es que venda mucho, poco más bien. Pero sigo tirando.
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