Hugo de Juana considera la sastrería una alternativa «absolutamente ecológica». Fotos: Yvonne Iturgaiz, Mireya López, Luis Gómez y Jordi Alemany

Pendientes de un hilo

Sin sastres ·

La falta de mano de obra y cambios de hábitos aceleran la desaparición de los talleres a medida artesanales. Solo quedan cuatro

Lunes, 5 de febrero 2024, 01:05

Juan Antonio Andrade, natural de Lemoa, cumplió 67 años el pasado martes y al día siguiente cerró la sastrería que abrió en Balmaseda en enero de 1987. Cuenta que llegó a la capital encartada en tren, «en un viaje eterno, igual que ahora», bromea. El ... viaje profesional de Andrade ha tocado a su fin.

Publicidad

En el escaparate de su tienda de la calle Martín Mendía agradece el apoyo de los clientes balmasedanos y anuncia que la tienda reabrirá sus puertas en marzo, aunque de la mano de una mujer. «Venderá ropa de caballero. Sabe y quiere coser», se congratula Andrade, uno de los pocos profesionales que hasta hace cuatro días diseñaba ternos siguiendo los códigos que rigen la sastrería artesanal a medida.

Nada que ver con los 180 que se dedicaban a este oficio en los años 80. El desplome ha sido brutal. «De diez años para acá, casi de repente, hemos tenido un bajón brutal; y tras la pandemia, se ha agudizado mucho más», advierte Gonzalo Cardenal, que en 1991 tomó las riendas del negocio fundado por bisabuelo en 1894.

Solo en el Casco Viejo bilbaíno, recuerda Oskar López, que trabaja en un taller de Telesforo Aranzadi junto a su hermano, Iban, había más de 80 sastres. Casi todos los pueblos vizcaínos, grandes y pequeños, contaban con al menos uno. Algunas localidades de apenas 2.000 habitantes, como Sodupe o Sopuerta, llegaron a tener dos profesionales.

Publicidad

Sin embargo, este modelo de confección vive pendiente ahora de un hilo. Los cambios de hábitos, la irrupción de la ropa barata, la relajación en la vestimenta, con un estilo más informal, y el auge de la venta 'online' han puesto a la sastrería un fuerte nudo en la garganta. Agoniza en un momento en que la ropa a medida hecha a mano ha perdido presencia no solo en las calles.

Tampoco brilla en ámbitos donde antaño copaba un protagonismo indiscutible, como los bancos, donde casi todos los empleados acudían a las oficinas uniformados con ternos. «He llegado a ver al empleado de una entidad bancaria atendiendo al personal en verano con pantalón corto y chanclas. Creo que tampoco se trata de eso», esgrime Andrade.

Publicidad

Hay otros factores, no obstante, que explican el ostracismo de las prendas sartoriales. La inexistencia de un relevo generacional está detrás de la desaparición de muchos de estos comercios. Como también la falta «de mano de obra especializada», esgrime Cardenal, por la carencia de escuelas formativas. «Es difícil encontrar oficiales y artesanos», asume Hugo de Juana, hijo de Javier, que llegó a presidir el Club de Sastres de España.

Bizkaia contaba en los años 80 con 180 profesionales dedicados a la sastrería artesanal

«Sin competir con lo barato»

A estos contratiempos hay que sumar, evidentemente, el alto precio de una confección que incluye generalmente la realización de dos pruebas para tomar medidas. «Lo decimos tranquilamente: nosotros empezamos a partir de 2.400 euros. No competimos con la ropa barata. El precio a pagar es elevado porque al final trabajamos con los mejores tejidos: vicuña de Perú y cashmere», detallan los hermanos López. Hugo eleva el listón. En su caso parte de 2.800 euros. «Este oficio exige altísimas cotas de calidad y un trabajo muy minucioso», se justifica. Aunque todo depende del lugar donde se trabaje. «Yo andaba un poco más bajo de los 1.800 euros porque si no me hubiese visto obligado a recortar todavía más el número de clientes», reconoce el sastre de Balmaseda.

Publicidad

La fabricación de los trajes lleva de media, en la mayoría de los casos, entre 60 y 75 horas -siempre hacen varios a la vez- y los encargos nunca se entregan antes de dos meses. Pese a haberle visto las orejas al lobo por la caída de encargos, los profesionales están convencidos de que nunca les va a faltar trabajo. «Somos menos, pero cada vez vendemos más», se felicitan Oskar e Iban. Los pocos que quedan cuentan, además, con el viento a favor de la recuperación de las ceremonias. «El traje como herramienta de trabajo se ve bastante menos, pero no quiere decir que haya muerto, ni mucho menos», matiza De Juana.

Sin embargo, para las ceremonias, cada vez más clientes buscan prendas con las que sentirse «diferentes», remarca Cardenal. Todos los profesionales combinan en su talleres los métodos artesanales «con el proceso industrial» para poder ofertar precios más accesibles, aunque nunca por debajo de los 1.200 euros. «Eso es interesante para el cliente de hoy en día», remata De Juana.

Publicidad

  1. Hugo de Juana Tradición desde 1840

    «Se hacen menos trajes pero quizás de mayor calidad»

Hugo de Juana tardó algún tiempo en volcarse en un oficio para el que «estaba ciertamente predestinado. Yo quise aprender a ser sastre porque me hacía mucha ilusión», confiesa. Durante un tiempo compaginó este trabajo con «actividades de marketing». Representa la cuarta generación de una saga con 184 años de historia. 'Maestros desde 1840', se lee en un cuadro colgado en su atelier de la Gran Vía bilbaína.

«Me formé desde muy joven con el aitite», recuerda. Descubrió entonces, que al margen de modas y tendencias, siempre habría clientes «interesados en valorar y apreciar las prendas bien hechas a mano. Ahora se hacen menos trajes, pero quizás de mayor calidad», sostiene. Convencido de que el impulso de las ceremonias «demanda trajes muy especiales», considera la sastrería una alternativa «absolutamente ecológica. El único camino real que tiene la moda es el de fabricar menos y mucho más a medida. Se trata de una compra más responsable y sostenible porque dura más».

Noticia Patrocinada

- ¿Cómo ve el futuro?

- Estoy muy tranquilo. Los profesionales que trabajen bien tendrán un hueco en todo momento.

  1. Juan Antonio Andrade 37 años en el oficio

    «El taller se convierte en un pequeño confesionario»

Andrade encontró en Balmaseda un lugar donde vivir y trabajar. Lleva cosiendo desde los 14 años. Tomó el relevo de una de las dos sastrerías que había entonces en la capital de Las Encartaciones. La cogió por mediación de un representante que surtía al gremio de fornituras, botones... «Sabía que había quedado vacante la plaza y me lancé», recuerda. «Este es un trabajo muy vocacional. Cuando tienes mucho trabajo estás asfixiado y cuando te pasas el tiempo mirando andas preocupado». Pese a la crisis que azota al oficio, duda de que llegue a extinguirse algún día: «Los que se queden siempre van a tener trabajo porque, evidentemente, los van a buscar».

Pero hay otra razón, a su juicio, más importante todavía. «Siempre va a haber gente que le guste llevar un buen traje. Que se adapte a ti y vaya pegadito a tu cuerpo porque te lo han hecho precisamente para ti. Hay quien valora mucho eso». confiesa este recién jubilado que compara su taller con «un pequeño confesionario» por la complicidad que traban con los clientes.

Publicidad

  1. Iban y Oskar López Ileaña Hijos de Pedro López

    «Nuestro padre nos dejó el oficio, no el negocio»

Los hermanos López dicen que tienen cuerda «para rato» y que el negocio les va bien. «No nos gusta que desaparezcan sastres porque no es bueno. En Savile Row, en Londres, comparten incluso talleres y cortadores », destacan. No obstante, asumen que hay colegas que «adornan» y venden sastrería a medida industrial «como si fuera artesanal», cuando ésta es «única. Es la hecha a mano totalmente y sobre los cuerpos». Aplauden el auge de las ceremonias al atraer cada vez más a un mayor número de invitados a los que le gusta disfrutar de algo especial. «La diferencia consiste en ponerte un traje, algo que ya no es tan habitual. Se dan paradojas de gente que conduce coches de 100.000 euros y luego les parece caro un traje de 300».

Oskar e Iban siempre se han mirado en el espejo de su padre, Pedro. «El nos dejó el oficio, no el negocio. Tenía un cliente que llevaba siempre pantalones sin bolsillo y con 'pata de elefante'», elogian para dar por sentado que los amantes de las sastrería se ponen «lo que quieren» y rehúyen las tendencias.

Publicidad

  1. Gonzalo Cardenal Cuarta generación

    «Voy a Madrid a tocar puertas en busca de los clientes»

Los trajes de Gonzalo Cardenal, que supone el cuarto eslabón de una sastrería fundada a finales del siglo XIX, están bastante 'viajados'. Llegan hasta Suiza, Holanda y Estados Unidos. Si el viento corre en contra, como es el caso, Cardenal, con tienda en el número 61 de la Gran Vía bilbaína, viaja a Madrid «a tocar puertas». intentando dar «todo tipo de facilidades». «Voy a las casas de los clientes que no pueden venir aquí y les ofrezco un servicio personalizado».

No le queda otra. Disfrutar del «placer de lo bien hecho» no está al alcance de todo el mundo, aunque «no toda la gente» está dispuesta a invertir en un fondo de armario de calidad. «Han cambiado los tiempos. Los jóvenes, sobre todo, prefieren gastar el dinero en un buen coche o en viajar. Se conforman, en cambio, con trajes baratos, de unos 300 euros, que les van a durar solo una temporada».

Publicidad

Cardenal advierte que algo parecido sucede con la corbata, cuyo futuro está plagado de incertidumbres. El difunto Iñaki Azkuna regañaba a los ediles que asistían a los plenos y actos protocolarios sin la corbata puesta.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad