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Podría ser una de esas historias con banda sonora de olas, amores fugaces de verano y despedidas en la estación, pero Amaia y Aitor nunca quisieron poner un punto y final a ese cuento que comenzó en la playa. Tan solo eran dos adolescentes que ... veraneaban en Bakio cuando se conocieron. Dos jóvenes de 15 años que comenzaron juntos a descubrir el surf y la vida dentro de la misma cuadrilla de amigos. Dos vecinos que, como en las mejores películas, acabaron enamorándose y comenzaron a escribir su historia con vistas al mar. Decidieron casarse «hablando en casa tranquilamente» en la primavera de hace dos años, de cara a un 2020 que traería consigo un cambio de planes inesperado. Aún así, se negaron a posponer su boda, que tuvo lugar el 30 de julio, con el Cantábrico de protagonista y San Juan de Gaztelugatxe como telón de fondo.
«Sabíamos que era esa fecha sí o sí, porque era la que nos hacía ilusión. Teníamos claro que nos queríamos casar, pero no sabíamos con cuántos invitados íbamos a poder contar», comienza a explicar la novia. Por aquel entonces, las restricciones cambiaban cada semana y muchas parejas comprometidas tuvieron que hacer frente a la incertidumbre con la mejor de sus caras. «No teníamos muy claro cómo se desarrollaría la boda, pero todo salió genial. Cuando vas sin expectativas la vida siempre suele sorprenderte», prosigue. Planearon una boda tan sencilla que no necesitaron la ayuda de ninguna 'wedding planner' para capear los contratiempos y, lo que inicialmente iba a ser una celebración de 130 invitados, se tuvo que reducir drásticamente a más de la mitad, optando por dividirla en dos partes: ceremonia íntima por la mañana y cóctel con amigos y el resto de familiares por la tarde.
Siempre tuvieron claro que celebrarían su enlace en plena naturaleza, un medio al que esta pareja de bilbaínos afincada en Bakio está íntimamente ligada. Aquel recóndito bosque de pinos al lado del acantilado fue el lugar al que llegaron los únicos 12 invitados que presenciaron su unión. Un rinconcito verde decorado de forma sencilla por Mesa Presidencial, con bancos de madera, alfombras de rafia, farolillos con velas y un par de sillas de bambú donde se sentaron los novios. Aitor apareció del brazo de su madre y esperó paciente la llegada de Amaia.
Ella hizo su entrada de la mano de su padre visiblemente emocionada, «aunque con el velo no se notó nada», reconoce. Caminó hacia su futuro marido al son de «Egun findarliar bat», una versión en directo que interpretó el cantante Mikel Inuntziaga. «Era compañero de trabajo de Aitor y fue una sorpresa para él. Le propuse que cantase en nuestra ceremonia y aceptó».
Ese velo que cubrió su rostro y ocultó sus lágrimas era una creación de L´Arca, una firma catalana que pone en relieve el valor de la tradición y cuya filosofía también está fuertemente vinculada al mar. «Fue amor a primera vista», asegura Amaia, que no tenía del todo claro si iba a ser una novia velada hasta que no encontró el vestido perfecto que encajara con este accesorio.
Ella es una mujer de ideas claras que nunca quiso ser una novia convencional. Por eso, buscó un diseño todoterreno sin grandes artificios que pudiera reutilizar una vez pasada la boda. «Tenía claro el estilo, pero no encontraba nada que se asemejase a lo que quería. En un principio pensé hacerlo a medida, hasta que vi un vestido de lino de la colección SS19 de Roberto Verino que me llamó la atención. ¡Me encantó! Me lo compré en cuanto me lo probé», resuelve. Sin embargo, a ese diseño de encaje, puntillas y bajo asimétrico que la casualidad puso en su camino hubo que hacerle unas pequeñas modificaciones, tarea de la que se encargó la modista Mercedes Giraut. Al modelo original le quitaron el cuello camisero, le cambiaron las mangas y se forraron los botones de tela. «Quería sentirme cómoda y que fuera fiel a mi estilo: sencillo, fresco y sin nada extravagante», puntualiza.
Completó su look nupcial con joyas de Apodemia y unas sandalias de tacón sensato, aptas para bailar hasta que las restricciones lo permitieron. Por su parte, el ramo estaba compuesto por dahlias del precioso jardín de la fotógrafa Marta Etxebarria, quien también estuvo al mando de la sesión de fotos. Estíbaliz Souto fue la encargada del maquillaje y la peluquería, logrando realzar sus facciones con un acabado muy natural y peinando su melena en un recogido bajo con tocado de L´Arca. La manicura corrió a cuenta de Irati, de Mima Beauté.
Mikel, el hermano de Amaia, ofició la sencilla ceremonia. «El momento más emotivo fue cuando recordó la época en la que empezamos a salir y recordamos juntos aquellos tiempos de cuando teníamos quince años», comparte esta diseñadora de interiores. Y así, con el sonido de una guitarra, sin grandes alardes y huyendo de la pompa de las grandes celebraciones, pusieron rumbo al restaurante Zintziri de Bakio, donde iba a dar comienzo el cóctel junto al resto de invitados.
Ni siquiera el apagón que hubo en el municipio, debido a un sobrecalentamiento en la distribuidora eléctrica por la ola de calor que azotaba esos días el norte, les quitó las ganas de celebrar. «Empezamos el cóctel sin música y sin bebidas, porque los camareros no podían trabajar en el bar sin luz, aunque volvió en una hora». Aun con todo, esta pareja, que a pesar de su juventud ya han pasado más de la mitad de su vida juntos, asegura que repetirían esta boda tal y como fue. «Aunque en vez de terminar a las 00.00 horas hubiésemos alargado la fiesta hasta el amanecer. Todo lo demás lo haríamos igual, la ceremonia íntima, el cóctel y los bailes con los amigos». Unos amigos con los que más tarde celebraron una post-boda muy especial, poniendo un punto y seguido más a esta bonita historia de amor que se fraguó en el mar.
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