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maría calvo
Jueves, 26 de mayo 2022
Esta es la historia de una japonesa y un bilbaíno que se conocieron en Tokio allá por 2014. Alfonso vivía allí por trabajo y en ese encuentro distendido tuvo una breve conversación con Asako. Detectaron en seguida aficiones en común, pero no llegaron a intercambiar ... nunca los teléfonos. Parece que sus vidas iban a separarse en el momento en que pusieron punto y final a esa velada organizada por amigos en común, pero el destino quiso que se volvieran a encontrar de forma fortuita tan solo una semana después entre el bullicio de la gran ciudad. Fue en una tienda de Ginza, una de las principales zonas comerciales de Tokyo. Y allí, entre miles de personas, amplias avenidas y letreros luminosos, sus caminos volvieron a unirse, esta vez para siempre.
Se comprometieron ante las idílicas vistas del Lago di Como, durante unas vacaciones a la italiana donde celebraron el cumpleaños de Asako y el fin del doctorado de este economista bilbaíno. La sorpresa final llegó en forma de anillo, coronando la estampa con el Trinity de Cartier, icono de la joyería y amuleto de artistas como Jean Cocteau, el favorito de esta especialista en Marketing Digital de moda. Planearon una boda íntima, con tintes internacionales e invitados de todos los rincones del mundo, sin advertir siquiera que una pandemia retrasaría sus planes durante casi dos años. «Tuvimos que posponer nuestro enlace un par de veces. Inicialmente, queríamos casarnos en octubre de 2020, luego la fijamos en agosto de 2021 y, finalmente, contrajimos matrimonio en abril de 2022», nos cuenta esta joven de 34 años.
La avalancha de bodas en 2022 hizo difícil el hecho de encontrar fecha para su enlace, aunque contaron con la flexibilidad de todos los proveedores para hacer los trámites más fáciles. Sin embargo, los percances de última hora en esta era pandémica están a la orden del día y, cinco días antes de la boda, el fotógrafo que tenían previsto se contagió de Covid-19. Por suerte, contactaron con Alejandro Bergado, que en seguida pudo sacarlos del apuro y, junto al videógrafo Antón Uribe, pudieron captar los momentos más especiales de la velada. «Al final las fotos salieron muy bonitas y estamos más que contentos», apunta.
Coordinar la lista de invitados tampoco fue una cuestión sencilla, puesto que muchos venían del extranjero y encontraron variopintas limitaciones para viajar. «Fue una pena que mis amigos de Japón no pudieran venir», lamenta Asako. Su padre, sin embargo, no quiso perderse la ceremonia y quizás fue uno de los que más problemas tuvo para llegar a España. «Hizo el máximo esfuerzo para venir desde Japón. Con la situación de Covid y la guerra de Ucrania sufrió dos cancelaciones de vuelos, adelantos de 27 horas en la ida y retrasos de 7 horas en la vuelta». A pesar de las diversas escalas de por medio y de un total de 32 horas de trayecto, llegó a tiempo para presenciar la boda de su hija el pasado 15 de abril.
Fue en el Castillo de Arteaga y ante la atenta mirada de sus 70 invitados. «Siempre quisimos una boda íntima». Un lugar con historia y próximo al pueblo de Alfonso en el que se reunieron a familiares y amigos tras varios años de incertidumbre. «Me hizo mucha ilusión poder ver a todos después de estos tiempos tan difíciles. Cada vez es más complicado juntarnos». No precisaron de wedding planner, pero contaron con la ayuda inestimable de Yamilka, quien dirige el equipo de este emblemático emplazamiento de Bizkaia. «Ella organiza más de 50 bodas al año y conoce todos los detalles», apunta Asako. Juntos idearon una decoración simple, auténtica y minimalista, en perfecta sintonía con el imaginario estético de esta japonesa y, en consecuencia, con su propio vestido de novia.
Teniendo que gestionar los preparativos en plena pandemia, una de las prioridades de Asako era comprar su vestido de novia en un lugar que tuviera diferentes puntos de venta, acordes con las diferentes localizaciones en las que hicieron el confinamiento: Madrid, Alicante y Bilbao. Otro de sus requisitos indispensables era encontrar un diseño simple, atemporal y de estética minimalista, al estilo del «Balenciaga» de Elin Kling o del icónico «Narciso Rodríguez» con el que se casó Carolyn Bessette. Finalmente, dio con un modelo de silueta sirena, original escote palabra de honor de corte ligeramente asimétrico y espalda al descubierto. Era, como siempre había imaginado, un diseño de líneas limpias y depuradas, confeccionado con un precioso tejido mikado. «Estuve muy cómoda durante las pruebas. Desde que me lo compré en 2020 hasta la última prueba en abril de 2022 me trataron con muchísima flexibilidad y amabilidad», explica.
La estilista Amaia Lauzirika consiguió sacar su mejor versión con un maquillaje muy natural y recogiendo su melena en un sencillo moño de bailarina, a modo de guiño hacia una de sus pasiones. «Practico ballet clásico desde pequeña», desvela. De él prendía un sencillo velo estilo capilla de tul bordado, apostando con este accesorio por la versión más clásica de una novia. Su ramo, sin embargo, se desmarcó del tradicional buqué a favor de unas delicadas calas blancas sin mayor floritura, obra de Liken Estudio. En cuanto a los zapatos eligió un icono: el modelo 'Hangisi' de color blanco con empeine-joya, de Manolo Blahnik. Completó su look nupcial con joyas de Mateo New York para la ceremonia y de Beatriz Palacios para una fiesta al ritmo de Suit and Sound, momento en el que también se cambió su vestido de novia por otro satinado y de carácter desenfadado firmado por Max Mara, poniendo la guinda a una velada inolvidable que esperan repetir el año que viene en el país nipón. «'¡Así disfrutamos más!».
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