Andaban sin buscarse, pero sabiendo que andaban para encontrarse. Como si fueran Horacio y La Maga en un París de callejuelas estrechas, Mariel y Wolfgang se cruzaron por primera vez en algún lugar de la Rue Réaumur. Eran tan solo dos jóvenes de Erasmus cuando ... se conocieron en uno de esos edificios de piedra tallada y portales 'Art Nouveau' que hacen pintoresco el barrio de Le Marais. Ese cumpleaños, esa fiesta con amigos parisinos en el distrito 3, unió para siempre a esta vitoriana y este alemán que, desde entonces, nunca han vuelto a separarse.
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De esto hace ya 9 años. Casi una década creciendo juntos y esquivando kilómetros. Sortearon la distancia que separaba sus casas fijando su residencia en Múnich, tierra natal del novio y ciudad de la que ella se enamoró. Un viaje a Creta con vistas a la playa Elafonissi fue el preludio del 'sí quiero', cuando Wolfgang entregó a Mariel un precioso anillo que diseñó junto a Peter Schwarz, el joyero de confianza de su familia. Eligió un diamante Gabi Tolkowsky, pulido según el 'Gabi cut' (105 facetas), y añadió un rubí como símbolo de su amor.
Fijaron la fecha de su boda justo un año después de su pedida en la isla griega, sin imaginarse siquiera que una pandemia mundial trastocaría sus planes. Desde un primer momento, eligieron los jardines del Caserío Olagorta como escenario ideal para sellar su compromiso, un lugar rodeado de naturaleza donde historia y vanguardia se dan la mano. «Como la mitad de los invitados vendrían de Alemania teníamos claro que queríamos un sitio que reflejara mis raíces y, por tanto, la gastronomía vasca que tanto nos gusta a ambos», explica la novia. La finca cumplía con todos los requisitos y Eugenia Bengoechea, su responsable, lidió con la incertidumbre e hizo todo lo necesario para que esta pareja y los invitados se sintieran como en casa. «La cercanía, amabilidad y profesionalidad de todo el equipo fue impecable y la cocina de 10», apunta Mariel. Tras muchos meses de espera, se casaron el pasado 14 de agosto a la sombra de un magnolio.
Aquel día de verano Mariel se levantó tranquila. Durante el 'getting ready' llevó un batín de Zara Home y estuvo acompañada en todo momento por Ana, una íntima amiga de la universidad. «No hay nadie que me haga tan feliz como ella, es pura adrenalina», asegura. Esta vitoriana está acostumbrada a moverse entre diseños exquisitos y grandes firmas de ropa, ya que trabaja en Mytheresa, una conocida plataforma online de moda de lujo. Sin embargo, el verdadero lujo aquel día fue desenfundar el vestido de novia que Alicia Rueda había hecho para ella.
«¿Qué quieres transmitir?», le preguntó la diseñadora de Markina en su primera toma de contacto, tras echar un vistazo a un cuaderno de imágenes que Mariel había ido recopilando. «Buscaba un vestido que reflejara mi personalidad, quería ir cómoda y, sobre todo, natural», explica. La novia llegó con sus amigas, Ana y Nagore, al taller de la calle Diputación y juntas presenciaron cómo la creativa fue capaz de materializar todas sus ideas en tan solo un boceto. «Cuando dio la vuelta al dibujo aluciné, ¡lo clavó!». Una primera fuente de inspiración fue el vestido de Givenchy que llevó la supermodelo Vanessa Traina en su boda. Después, fueron moldeando juntas los entresijos de su look hasta lograr ese diseño de encaje, escote en 'v' y mangas ligeramente abullonadas con el que siempre soñó. «Fue un proceso que disfruté muchísimo», reconoce. El único detalle con el que no contaba lo descubrió el día que fue a recoger su vestido: «Alicia había cosido en el lado izquierdo el nombre de mi madre, Pilar, para llevarla en el corazón».
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Elegir sandalias fue lo más sencillo. «No hay nada que me guste más que ver diariamente los 'new arrivals' de Mytheresa mientras tomo café por las mañanas». Un día dio con un modelo plateado de Dolce & Gabbana y tuvo claro al instante que iban a ser sus zapatos de boda. Sin embargo, encontrar unos pendientes que encajaran con el vestido no fue tarea fácil. «Después de buscar en infinidad de tiendas, mi amiga Ana encontró un diseño de M de Paulet que fue su regalo de boda», apunta.
Los amantes de las rosas saben que las de David Austin son un auténtico objeto de culto e Izaskun, de Flowes & co., hizo un ramo a su medida con esta preciada variedad inglesa en color rosa empolvado. Un detalle cargado de simbolismo, puesto que llevó anudado un encaje antiguo que perteneció a su madre junto a su cadena de comunión. Tan especial fue que optó por no regalarlo. Lo conservó y lo dejó secar, pero a cambio improvisó dos ramos de flores para sus amigos Aitor y Miguel. «Sé que les haría mucha ilusión casarse algún día».
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Del maquillaje y la peluquería se encargó Oui Novias, que siguieron como un mantra los deseos de Mariel por mostrar su lado más natural, algo que también captó Patricia, la fotógrafa que está tras el objetivo de Patricia With Love. «No nos conocíamos de antes, pero la pandemia nos unió mucho. Nos mandábamos miles de notas de voz para ponernos al día y, se podría decir, que nos hicimos amigas a través de Instagram. La elección más acertada, sus fotos son un tesoro», asegura. De la videografía se encargó Rod and Cone y ella fue la encargada de inmortalizar los mejores momentos del día, como la sorpresa que las amigas de la novia le habían preparado justo antes de caminar hacia el altar. «Cuando estábamos terminando los preparativos, mi amiga Amanda entró en la habitación con una botella de champagne y bailamos nuestra 'playlist' favorita. Nunca falla», nos cuenta.
Por fin se hacía realidad la imagen que tantas veces había rondado su cabeza. El jardín de Olagorta estaba listo para recibir a Mariel, que entró del brazo de su padre con 'One step closer' como banda sonora de fondo. Ya estaba «un paso más cerca» de Wolfi, como le llaman sus allegados, que esperaba en el altar con un impecable traje de Felix W, un chaleco de Boggi y una corbata que encontró en una pequeña boutique de París y siempre supo que llevaría el día de su boda.
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La celebración se inició con una entrada en el banquete por todo lo alto. «Los alemanes no habían visto nunca el ambientazo que se crea cuando entran los novios y sus caras lo decían todo. Fue brutal», recuerda Mariel. 'Just the two of us', canción que los novios escucharon en 'repeat' durante la pandemia, abrió el baile. «Para no haber ensayado no nos salió ni tan mal», reconoce. El resto se resume en una velada inolvidable. Una fiesta que, como apuntó Hemingway, «siempre acompañará a todo aquel que en su juventud haya vivido en París».
En nuestra galería de imágenesencontrarás todos los detalles de la boda de Mariel y Wolfgang.
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