Hay una leyenda que habla de la existencia de un hilo rojo que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, el lugar o las circunstancias. Itziar y Antonio entraron en 2017 cada uno por su lado, sin planear que aquel ... invierno bilbaíno les traería cambios. Unos cambios imprevistos para ellos, aunque perfectamente previsibles para sus respectivos amigos. «Pensaban que pegábamos juntos y acertaron de lleno», rememoran. Fue un sábado de febrero en alguno de esos rincones de la villa abarrotados de lugareños y forasteros con ganas de pasar un buen rato. Bailaron, hablaron, rieron, sin saber que aquella noche de fiesta sería el comienzo de una vida en común.
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Pasaron los años, pandemia mediante, e Itziar estrenó década sin pretensiones. No hace falta bañarse en multitudes ni irse demasiado lejos para celebrar los 30. Ella lo hizo frente al mar, junto a Antonio, en una de esas tardes de mayo en las que el tiempo concede tregua en la costa vizcaína. Cogerse la tarde libre en el trabajo, pedir comida en tu restaurante favorito, tomarse una copa con el sol de cara o recorrer la Galea con calma, como si fuera la primera vez. El placer de las pequeñas cosas, ese fue su mejor regalo. Sin embargo, aquel paseo que tantas veces habían recorrido juntos resultó ser diferente al resto. Ese día, con el acantilado como único testigo, terminó en petición de matrimonio.
Comenzó entonces la cuenta atrás, perfectamente sincronizada con dos vocecillas que fueron descontando, uno a uno, los días del calendario. Eran las de Martina y María, sobrinas de Itziar, su particular Google Calendar parlante, las encargadas de recordar con precisión milimétrica cuánto quedaba para el gran día. «Fueron, sin duda, las que más emocionadas estaban de toda la familia», asegura. Y en familia quedó la cosa, porque no precisaron de 'wedding planner' para orquestar el vaivén de preparativos, ni siquiera ante el rumor constante de unas restricciones que amenazaban con trastocar sus planes. «Lo gestionamos todo entre mi hermana y mi madre. Nuestra idea principal es que fuera una boda sencilla y elegante. La confianza que tenemos hizo que todo fuera muy fácil, a pesar de que hubo algún momento de nervios y tensión. Quedamos muy felices con el resultado». Con la suerte de su lado y ante la atenta mirada de sus 155 invitados, Itziar y Antonio se casaron el pasado 30 de octubre en la iglesia del Carmen de Larrea de Amorebieta.
Ella, «más que nerviosa y con los sentimientos a flor de piel», entró al templo del brazo de su padre y tras los pasos de sus tres sobrinos, mientras sonaban los reconocibles acordes del canon de Pachelbel. Se cumplía así ese momento que tantas veces había rondado su cabeza, a la vez que desvelaba su secreto mejor guardado: un precioso vestido de Paredero Quirós. Antonio esperaba en el altar, vestido con un impecable tres piezas a medida de Jon Vela para Embassy XXL. Fue una ceremonia emotiva, oficiada por un sacerdote allegado a la familia, en la que amigos y hermanos dedicaron a la pareja bonitas palabras. A la salida, un 'Agurra' dio paso el paso al convite, que se celebró en el Palacio de Ubieta. Penny Lane Dj y Dann Hoyos amenizaron la fiesta, en la que «el 80% de los invitados eran jóvenes, cosa que se notó en el ambiente». Una boda con momentos memorables, capturados por el objetivo de Alejandro Bergado y JUSA Films, que se fueron sucediendo a la par que se transformaba el propio look nupcial de la novia.
Olga Paredero captó al vuelo la idea que Itziar quería para su vestido de novia. Las pruebas se convirtieron en una reunión de chicas en el atelier bilbaíno de Paredero Quirós. Fueron «días de fiesta» donde todo resultó fácil, emotivo y divertido. «Siempre había pensado llevar algo sencillo, pero con un toque muy «mío», explica, aunque una vez hecho el boceto acabaron dándose cuenta de que aquel diseño plasmado en papel tenía cierto aire al que utilizó su madre para casarse décadas atrás. De tal palo, tal astilla, que se dice, fiel al encanto de lo atemporal. El resultado fue un diseño pensando para evolucionar a lo largo de la velada, adaptándose a los distintos momentos de la celebración.
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Era un vestido realizado en crepé de seda natural, drapeado a mano en la parte superior, tanto en delantero como en la espalda, que quedaba parcialmente al descubierto. Al ser una ceremonia por la Iglesia, el protocolo no escrito demandaba cubrir los brazos, en este caso, con un cuerpo desmontable. Una pieza exquisita, trabajada en gazar rústico de seda natural, con manga abullonada por medio de tableado y puño extra largo. Lo utilizó durante la misa y se desprendió de él en la fiesta.
En su afán por renovar el concepto más tradicional de una novia sin dejar de resultar clásico, Itziar apostó por una nueva forma de interpretar el velo. Desde hace unos años, diseñadores y novias coinciden en trasladar este accesorio nupcial a los peinados, siendo los moños y las coletas sus perfectos aliados. Por eso, anudaron un velo de tul de seda natural alrededor de un recogido bajo realizado por el estilista Joseba Arrien, de peluquería Carlton Begoña Solís. «Él es gran amigo de mi madre, le peinó en su boda, también a mi hermana cuando se casó hace varios años y, finalmente, a mí. Dentro de poco tiene pensado jubilarse, así que me hizo especial ilusión llegar a tiempo porque le tengo muchísimo cariño». En la fiesta se retiró el velo a favor de unas joyitas en el pelo, de la marca «Victoria» de Vicky Martín Berrocal. Del maquillaje se encargó Maider, de la boutique Bobbi Brown Bilbao. «Me pilló a la primera el estilo que buscaba, ¡y ella es un amor!», nos cuenta.
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También estrenó zapatos, firmados por Ana Polo Shoes, y llevó el anillo de pedida de Joyas Antiguas Sardinero. Siguiendo la tradición más popular de toda novia, eligió unos pendientes prestados que pertenecieron a su abuela y una liga con un lacito azul, regalo de su prima Maite. El ramo fue obra de Sonsoles Castellanos, que también se encargó de la decoración floral: una mezcla de tulipanes, verónicas, ammi majus y rosas ramificadas de color blanco, coronado por una medallita de Lourdes en honor a su abuela. «Me lo regalaron dos de mis mejores amigas la misma mañana de la boda y no me pudo hacer más ilusión». Una medallita que bien podría simbolizar uno de esos hilos rojos de los que hablaba la leyenda, de esos que sirven para conectar personas, sin importar el tiempo que haya pasado, el lugar donde ahora estén o las circunstancias que se estén viviendo: en este caso, uno de los días más felices de sus vidas.
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