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maría calvo
Sábado, 25 de junio 2022
¿Qué harías si a tres días de tu boda te dicen que han destrozado tu vestido de novia? Llámalo inercia, llámalo adrenalina, pero Leire siguió adelante con sus planes buscando soluciones inmediatas. Acción-reacción: el tiempo jugaba en su contra. Esta vizcaína es una ... de esas mujeres que siempre fantaseó con el día de su boda y vestirse de novia era un sueño que finalmente se hizo realidad con sabor agridulce. Su camino hacia el altar comenzó meses antes, cuando Pello y ella hablaron de matrimonio de la forma más distendida. «Estábamos en la cocina y en pijama, decidimos casarnos y hacer una gran celebración para juntar a todos nuestros amigos y familiares. Tiempo después, me dio un anillo de compromiso en un viaje a Pirineos», recuerda. A partir de ahí dieron el pistoletazo de salida a una maratón de preparativos que comenzaron con la elección del vestido de novia. Leire tuvo claro quién sería su artífice: un diseñador emergente con el que había compartido estudios.
Sentir 'feeling' con quien te va a confeccionar un vestido tan crucial es algo indispensable para que las pruebas se desarrollen de forma emotiva e ilusionante. Leire, sin embargo, sintió el peso de la incertidumbre desde un primer momento. «Aunque avisé con meses de antelación, me posponía la cita sin darme ninguna explicación. Me casaba en mayo y me recibió por primera vez a mediados de enero. Aun así, me aseguró que era capaz de hacerlo», nos cuenta. Acudió por fin a su atelier con una idea muy clara y un 'moodboard' de refuerzo donde explicaba al detalle cómo quería que fuera su vestido. Conocimientos tiene, y es que trabaja en el sector de la moda como estilista de Lookiero. Aun con todo, no consiguió que hiciera «lo que ella quería». «La cosa se empezó a torcer desde el principio», asegura.
Siguieron en esa misma dinámica durante las 10 pruebas que tuvieron - cuando lo normal es tener alrededor de tres - hasta que encontraron un punto en común. Sin embargo, la llamada que recibió el martes previo a la boda cambiaría el rumbo de sus planes. «Me dijo que había llevado el vestido a la tintorería y que no salían las manchas de rotulador verde con el que había marcado la tela. Tenía que volver a hacerlo en tres días».
Fue aquí cuando entró en acción la madre de Leire, una persona clave en esta historia. Ella se estaba haciendo el vestido de invitada con Eder Aurre y, presa del pánico, no dudó en llamarle a golpe de martes a las 10 de la noche. «Deja el mío si hace falta, pero, por favor, ¿podrías hacer el vestido de novia de mi hija?», le imploró. Tan solo una hora más tarde, Leire ya había recibido las directrices del diseñador portugalujo y tres bocetos de su posible look nupcial. «¡Y qué bocetos! Unos dibujos a cada cual más bonito», recuerda. Quedaron a las 8 de la mañana del día siguiente para tomar medidas, definir el diseño y hacer el primer toile, con la suerte de que iba a estar en el taller el proveedor de telas de novia de Rafael Matías, por lo que también pudieron zanjar la elección del tejido. «Hicimos un enorme despliegue y formamos un equipazo. Mientras Eder trabajaba en el taller, yo fui a recoger el rollo de tela a Rafael Matías. Mi ama también se ofreció a ayudar en lo que hiciera falta», recuerda.
El tiempo apremiaba y, lejos de dejarse llevar por el estrés, Eder solo les transmitía calma. «Si antes le admiraba, ahora aún más». El jueves, el diseñador confeccionó el vestido en tela, hizo pequeños ajustes y lo llevó a un taller de Algorta especializado para rematar el bajo. El viernes, a un día vista, Aurre estuvo finiquitando los últimos detalles de ambos diseños hasta caer la noche. El reloj marcaba las 22.00 horas, lo habían conseguido. «Eder metió más horas que nadie, siempre con una sonrisa y sin ningún estrés. Fuimos a su taller, recogimos nuestros vestidos y nos hicimos una foto de recuerdo con él. Estábamos emocionadas». El resultado de su esfuerzo desinteresado fue un diseño con silueta recta, hombros ligeramente pronunciados, manga tres cuartos y espalda con escote trapecio. Un vestido sencillo, pero difícil de conseguir, con el que por fin Leire puso camino al altar.
El sol brilló con fuerza sobre el Jardín de Barretaguren aquel 28 de mayo. Leire apareció radiante del brazo de su padre ante la atenta mirada de amigos y familiares, defendiendo con orgullo aquel diseño que se había terminado de confeccionar apenas unas horas atrás. Lo combinó con unos zapatos personalizados de Customeu, un ramo hecho por Liken Studio y los pendientes con los que su madre se había casado décadas atrás. Del maquillaje y la peluquería se encargó Alba Herrán, una estilista con la que había trabajado en algún 'shooting' y a la que eligió «por el 'feeling' y el arte que tiene».
Fue una ceremonia hilvanada por momentos emotivos: desde los discursos de la hermana del novio y los amigos cercanos, hasta el agurra y el agintariena que bailó la cuadrilla de Pello en su honor. «Fue una sorpresa total, estuvieron desde febrero hasta el día de la boda quedando y ensayando todos los domingos. Es algo que recordaremos siempre con muchísimo cariño». Ya convertidos en marido y mujer, dieron paso a la celebración, donde no precisaron de 'wedding planner' en ningún momento. «Todo lo hicimos entre mis primas, una amiga y yo». El inicio del baile propició un cambio de look por parte de la novia. Esta vez eligió un sencillo diseño de Asos, cuajado de 'paillettes' y de estética más festiva, aunque siempre quedará en su recuerdo el vestido y la labor de Eder, su «ángel de la guarda», el encargado de poner el broche de oro a unos meses inciertos de preparativos. «Fue tan bonito ponerme en sus manos que me hizo olvidar todos los momentos malos».
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