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Corría el año 2015. Fue en el Casco Viejo de Bilbao, al ritmo del pandero y la trikitilari. Javi tocaba con unos amigos y Saioa se acercó a bailar. Desde el primer día, la música popular y el baile les unió. Esta incursión a las ... raíces de la tradición vasca ayudó a fraguar su relación,componiendo los primeros compases de su vida en común. Una noche de San Juan en la playa de Muskiz ella le pidió matrimonio. Doce meses más tarde, en esa misma noche mágica, él hizo lo propio en el gallego Faro de Finisterre. Desde un primer momento supieron que su boda no sería nada convencional, aunque tendría una fuerte carga emotiva enraízada a sus origenes.
«Hace unos años, comiendo en un restaurante de Bermeo, y siendo las fiestas de allí, coincidimos con una cuadrilla a nuestro lado vestidos de Arrantzal. Nos pareció una idea tan bonita que pensamos que si algún día nos casábamos lo haríamos así vestidos», confiesa esta novia bilbaína. Tomar como hilo conductor el color azul mahón, también llamado azul Bergara, y las tradicionales pañoletas de cuadros, crearían un ambiente festivo y desenfadado a la boda. «Y así fue», asegura. Por supuesto, su vestido de novia nada tendría que ver con el clásico blanco nupcial. «No sabía muy bien quién podría hacerme un diseño de estilo arrantzal. Le di muchas vueltas, pregunté a alguna modista, pero no me llegaron a convencer». Por suerte, cayó en las manos mágicas de Alicia Rueda, la única diseñadora que fue capaz de materializar las ideas que rondaban su cabeza.
«Llevaba tiempo siguiendo su trabajo, pero, de inicio, dudé que pudiera encajar en uno de sus diseños, aunque bien es cierto que Alicia se caracteriza por romper cánones», explica. Empujada por sus amigas, Saioa se animó, por mera curiosidad, a plantear sus look a la diseñadora de Markina. Tan solo fue necesario un primer boceto para despejar sus dudas, ella era la persona indicada para fusionar ambos estilos, el de novia y el de arrantzal. A Alicia, por su parte, le pareció todo un reto, nunca se había enfrentado a algo así. «Ella captó desde el primer momento mi estilo y siempre me soprendía con una idea nueva. Los días de prueba llegaba siempre con la intriga de ver los avances y me marchaba con la ilusión de todos los detalles que se iban sumando. Estar en su atelier y vivirlo desde el inicio ha sido una experiencia única», asegura.
Partieron con la idea de un dos piezas, protagonizado por una falda azul mahón. «En lo demás, me dejé aconsejar por Alicia», incide. El resultado fue una falda asimétrica azul marino con bolsillos y doble cara beige con dibujo azul y blanco. La trasera llevaba botones forrados. «La curiosidad de este diseño es que es reversible y lo voy a poder utilizar para otra ocasión», apunta la novia. Lo combinó con un top blanco roto de encaje, confeccionado a partir de diferentes puntillas cosidas entre sí. Tenía la espalda abierta y lo botones traseros forrados.
El conjunto se remató con un cinturón, hecho con la misma tela interior de la falda, bordado con puntillas y anudado con lazada en un lateral. Como no podía ser de otra manera, eligió unas alpargatas con cuña y cintas de Castañer y un ramo de flores preservadas en tonos azules, violetas y verdes, intercaladas con plumero preservado. Fue obra de Mar Izquierdo, de Bodas Garden Center, que se encargó también de toda la decoración floral. Saioa prescindió de velo, pero llevó unas peinas de Mdepaulet para acompañar su recogido, realizado por Littas Beauty, que también le maquillaron con un base natural, potenciando mirada y labios. Como joyas, optó por los pendientes Roseta Anne de Mdepaulet y una pulsera fina de oro con tres diamantes, de José Luis Joyerías.
Javi, el novio, tampoco dejó su traje al azar. Con camisa y pantalón en riguroso azul mahón, confeccioado en Sastrería y Modas París, apostó por introducir los clásicos cuadros en detalles como el cinturón, la corbata o el ribete de los puños de la camisa. No faltó tampoco el pañuelo arrantzale al cuello, un gesto incorporado masivamente hace menos de un siglo, pero que se ha adaptado a la cultura popular como la quintaesencia de la tradición vasca, como un símbolo de identidad.
Se casaron el pasado 25 de junio. Como otras muchas parejas, se vieron obligados a retrasar su boda un año vista a causa de la pandemia. Fue un enlace más pequeño y familiar que el que habían planeado inicialmente: 32 personas en la ceremonia y 50 en el banquete, de los 180 que tenían previsto. Sin embargo, superó todas las expectativas. «Pensábamos que con las medidas Covid no íbamos a disfrutarlo tanto, pero acabó siendo un día increíble», reconoce.
Saioa recuerda con especial cariño su llegada al ayuntamiento de Maruri-Jatabe, municipio al que pertenece Javi y donde iban a contraer matrimonio. Allí le esperaba su futuro marido en la puerta, escoltado entre familiares y allegados. Como no podía ser de otra manera, los invitados también se sumaron a su original 'dress-code' nupcial y fueron 'uniformados' de azul. «Llegar y ver a todo el mundo así vestido esperando con la música de fondo me impactó muchísimo. Se me ha quedado grabada esa escena».
Fue una ceremonia sencilla e íntima que precedió al banquete y a una emotiva celebración en el restaurante Ganene de Laukiz, decorado con motivos azules y marineros y donde tampoco faltaron los guiños a esas melodías populares que les unieron para siempre. «Como buen trikitilari, Javi llevó un altavoz con música y su propio pandero para amenizar la boda con música tradicional de trikitixa, desde la llegada al ayuntamiento hasta el restaurante», explica Saioa. Para sorpresa de todos, la novia también entró tocando el pandero al comedor. «Nadie sabía que yo había aprendido a tocar alguna canción durante el confinamiento».
El resto de la velada estuvo amenizada por el eco de esos rítmicos sonidos, a los que también se unieron una pareja de trikitilaris a modo de sorpresa por parte de las amigas de la novia. «Tocaron la triki, el pandero y la txalaparta. Levantaron a los invitados bailando en kalejira», recuerda. Y todos luciendo con orgullo el correspondiente pañuelo al cuello que les regalaron los novios, bordados con sus nombres y con la fecha de esa emotiva boda que por un momento parecía sacada de una de esas obras de Jose Arrue, el pintor bilbaíno que tan bien supo reflejar la cultura popular vasca. En este caso, y en pleno siglo XXI, la encargada de inmortalizar esta fiesta con tintes de tradición fue Naroa Fernández tras su objetivo.
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