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Las manos de Bárbara Barabino. 45 años, son de uñas cortas y dedos hábiles. Con ellas diseña, amasa, da forma, perfila… Son su herramienta principal de trabajo. Es ceramista y tiene desde hace año y medio un taller en Barakaldo que le pone el corazón contento. De manera literal. Se lanzó «durante la pandemia», después de estar diez años siendo madre a tiempo completo. «Yo sé que mucha gente lo pasó mal por el coronavirus, pero a mí me vino de cine», explica. Fue el momento en el que pudo desplegar sus alas. El confinamiento le dio tiempo «para soñar, prepara el proyecto y formarme. No sé ni cuántos cursos hice», desliza con una sonrisa.
Tenía claro que quería volver a la cerámica, aquella por la que sintió un auténtico flechazo cuando estudiaba Bellas Artes en Madrid y que le dio la oportunidad de tener su primer trabajo. Aún no había acabado la carrera, pero tenía un taller con dos compañeras. Las llamaron de una empresa para que hicieran reproducción de ánforas romanas. Iban a ser formar parte de una muestra del Museo Arqueológico. «Acabé trabajando con ellos montando exposiciones. Tuve suerte», admite.
Ahora, de esas manos nacen delicadas piezas de porcelana y cerámica: fuentes, tazas, pendientes… «Lo que más me gusta es hacer joyería», confiesa. Se inspira «en todo», pero sobre todo, siente debilidad por «los insectos, el mar, la naturaleza, las figuras geométricas…». Está particularmente orgullosa de las series dedicada a la hoja del ginkgo biloba y las flores.
- ¿Cuánto se tarda en hacer un pendiente?
- Calculo que 30 horas y no seguidas, admite.
El tiempo es precisamente lo que más valor da a sus piezas. El proceso «es laborioso y muy meticuloso», señala. Hay que moldear la pieza con mimo y hornearla una primera vez. Después se pinta y otra vez al horno. Y ya por último, quedaría (en algunos casos) darle lustra, que requiere otro baño de calor. «Es todo muy artesano y por eso no hay dos piezas iguales», advierte. También esta es la razón de que sus series sean muy limitadas: de un diseño no suele hacer más de diez unidades, por ejemplo. Esto, la exclusividad, también es un valor añadido de su trabajo.
«Hasta ahora, quienes llevaban mis joyas eran gente conocida». Pero hace unas semanas ha empezado a verlas en personas de fuera de su círculo. «La primera vez fue un shock. Y sigo alucinando cuando me pasa», explica. Cada vez hay más gente que se interesa por su trabajo a través de las redes. Lanzó su web en diciembre, pero en su cuenta de Instagram es donde recibe la mayoría de los encargos.
El otro camino para vender son las ferias. «Reconozco que es el que más trabajo da y el que menos me gusta». Para ello, hay que tener un perfil comercial que a Barabino le cuesta, pero aún así, allí donde va acaba llamando la atención de los presentes. «Se sorprendente mucho porque en joyería las piezas no pesan nada». Por eso, siempre pide a los interesados que se las prueben. «El que lo hace, cae», ríe.
- ¿Y la cerámica utilitaria?
- Esa es más difícil de vender en ferias, nadie quiere cargar con ella, es delicada, pesa… Pero se quedan con mi contacto y luego me piden tazas, boles…
- ¿El encargo más curioso?
- Mmmm. Una clienta se llevó una pieza que tenía como motivo las abejas. Ya he dicho que soy muy 'friki' de los insectos. Más tarde, volvió para encargarme más. Le parecía un regalo ideal para sus hermanas ya que su aita era apicultor.
También da talleres temáticos con un máximo de diez participantes. En ellos, intenta transmitir esa emoción que el barro modela en ella cada día. «La mayoría de los que se apuntan son mujeres. Pero tengo dos hombres, uno más joven y otro más mayor, que nunca fallan», se sincera.
En estas sesiones de trabajo, cada persona se va con su creación a casa, aunque al principio tengan dudas de que van a conseguirlo. «La cerámica también es terapia. Se utiliza en muchos casos», explica Barabino. Por eso, en estas clases también hay muchas risas y muchas confesiones. «Por supuesto que se usan para tomarse un respiro del día a día. La gente quiere relajarse», confirma la ceramista.
Tiene tres niños, Mateo, de 12 años, Lucas, de 9, y Nicolás, de 6 y son ellos quienes marcan su jornada laboral de lunes a viernes. Cuando los deja en el cole, se marcha a su taller de 65 metros cuadrados y se pone manos a la obra. «Es importante tener stock», por eso, su horno está siempre encendido. Es el centro de todo: «me costó unos 3.000 euros, y no es de los caros», admite. También hay otra parte de trabajo «feo» que hay que hacer: facturas, inventario, contabilidad…
- También trabaja fines de semana…
- Sí, pero no me importa. El último di un taller en domingo y se me pasó volando.
Tiene una fecha en su cabeza que es muy importante. El 16 de septiembre de este año. Ese día, Jandameida cumplirá dos años y pasará a formar parte de un selecto grupo, el del 10% de ideas creativas puestas en marcha que superan los 730 ideas. No se obsesiona, pero le encantaría que este trabajo que le permite «ser feliz y conciliar al 100%» se afiance. Tampoco pide más. «Este año mi objetivo es encontrar más tiendas donde vender las piezas, aunque el margen de ganancia sea menor que en las ferias».
- ¿Y a largo plazo?
- Pues no pretendo hacerme rica. ¡Qué engorro! Aspiro a vivir tranquila haciendo lo que me gusta. No soy ambiciosa.
«Me llamo Bárbara y hago cosas con las manos». Así acaba uno de los post de Jandameida en Instagram, en el que presentaba su negocio. Casi podría ser también el inicio de una novela. Esas manos son las protagonistas de su negocio y de su nombre, Jandameida. En realidad, es una palabra inventada, pero que hace referencia al vocablo inglés 'hand made', que significa hecho a mano.
«Es una mezcla de chino, inglés y muchas risas», cuenta Barabino. Nació hace muchos años, en un viaje a Pekín. «Buscaba telas bordadas porque por entonces estaba muy interesada en coser». Para reconocerlas, les daba la vuelta porque era la forma más directa de averiguar si las telas eran hechas a mano.
«En ese momento, muchos vendedores se acercaban y me decían «jandameida, jandameida. Tardé un buen rato en entender qué significaba», ríe. Una de esas tardes, de charla con sus com «con ciclón incluido» se prometió que si montaba su propio negocio, se llamaría así. Y lo ha cumplido.
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