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Marisol Ferreira recuerda que el traqueteo de la máquina de coser ha sido el sonido que ha acompañado a su infancia. Su madre, Dolores, una mujer «luchadora y cariñosa», trabajó de modista para la burguesía en Huelva y siempre inculcó a su hija su pasión ... por la costura. «Me apuntó a clases para aprender a coser, pero no me gustaba, yo no tengo tanta paciencia. De hecho, me mandó coser la mantelería de mi boda, se empeñó en que no me casaba hasta que no terminase las servilletas, al final las tuvo que bordar ella», cuenta divertida sobre aquella anécdota de su juventud. Pese a que los hilos y las agujas no iban con ella, Marisol, de 59 años, siempre ha tenido un gusto exquisito y una sensibilidad especial para la moda. Se compraba la revista 'Telva' cada sábado y la leía con su hijo durante sus viajes en coche a Medina de Pomar, donde veraneaban en familia. «En la contraportada, siempre salía el bolso Amazona de Loewe, que a ella le encantaba, es una apasionada de los bolsos. Yo de pequeño le decía: 'algún día te lo regalaré'. Se lo pude regalar hace unos años, es como si todo aquello que soñé en la infancia se hubiese cumplido», cuenta su hijo menor, el diseñador Eder Aurre. Este joven modisto vizcaíno, que ganó en cinco años quince certámenes, se pone cada día su bata blanca, siempre con su inseparable cinta métrica colgada al cuello, y pasa todo el día concibiendo en su taller de Portugalete sus originales sudaderas y vestidos a medida para las novias e invitadas más elegantes. «Está en una etapa muy bonita, consiguiendo poco a poco lo que siempre le ha gustado. Estamos súper orgullosos de él, sobre todo, por cómo es como persona y como hijo».
Eder se ha enfrentado hace unos meses a uno de sus retos más complicados: diseñar el estilismo de su «clienta más exigente», que no es otra que su madre, para la boda del hijo de unos íntimos amigos. «Es mi inspiración, siempre tan elegante, serena, minimalista... Eso sí, tiene muchísima personalidad y sabía que si no le gustaba el diseño, no iba a salir por la puerta con él puesto por mucho que lo hubiese hecho yo», cuenta entre risas. Su progenitora tenía dos ideas muy claras: quería llevar un mono y que fuese naranja, el color favorito de ambos, «porque tiene muchísima fuerza y energía». Así que su hijo se puso manos a la obra para hacer su ilusión realidad. «Confeccioné para ella el buzo que quería y le encantó, se veía guapísima, pero yo sentía que podía realzar mucho más su belleza y elegancia», confiesa.
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Entonces, decidió dar un giro estilístico al look e idear un plan B que no iba a compartir con ella hasta que lo hubiese terminado. «Ya me dijo mi padre, que si le llego a informar de lo que estaba haciendo, no me hubiese dejado ni de coña», bromea. Mes y medio antes de la boda, dejó el mono aparcado en un rincón del estudio para confeccionar un vestido especial con el que pretendía homenajear a su madre. Cuando Marisol llegó al atelier para probarse el estilismo por última vez antes de la boda, se enteró de que el buzo en realidad ya no era un buzo. Para «calmar los ánimos», antes de desenfundar el vestido, Eder le entregó el bolso que le había comprado para lucir en la boda. Marisol quería llevar unos zapatos de salón negros con lunares blancos a los que tiene «un cariño especial». Y su hijo, conocedor de que «siempre tiene que llevar el bolso de idéntico color que los zapatos», se volvió «loco buscándole uno con topos blancos». «No encontré nada, imposible, así que le compré un bolso de mano de estilo años 50 de Purificación García que combinaba a la perfección». Se lo dio en aquel momento, «previo al shock», y le encantó.
«Pero ¿qué es esto? Pero si esto no es el buzo», le soltó su madre entre la ira y la estupefacción. El susto, eso sí, le duró poco y enseguida predominó la admiración por el trabajo y el tiempo que había empleado su hijo en hacerla brillar. «Yo quería trasladar a este diseño la esencia de mi madre. Y aunque al principio le impactó, acabó encantadísima. Se vio mucho más chic y elegante que con la primera opción». El resultado es un vestido naranja de largo midi y manga francesa confeccionado en crepé que incluye un fajín negro y botonadura trasera. El pañuelo de lunares que caía hacia la espalda le otorgó el plus de elegancia. «Me pareció una gran opción mezclar el naranja con los topos, una combinación que me encanta porque resulta muy sofisticada», apunta el diseñador vizcaíno. De hecho, una de las sudaderas de su nueva colección, Kentia, incluye esta mezcla «potente y elegante al mismo tiempo». Por cierto, la pamela... otra sorpresa. «Se la compré sin que lo supiese y la customicé con unas plumas de marabú y una cinta de seda. Ella se negaba a ponérsela, porque es muy discreta, nunca quiere llamar la atención. Pero cuando se probó el estilismo, nos dimos cuenta de que le faltaba algo. Y, efectivamente, la pamela le aportaba un toque extra de elegancia».
Pese a que ella es su «musa y mejor asesora», Eder tiene las ideas claras y de ahí no hay quien le saque, ni siquiera su madre. Desde que creó su primer diseño para ella, un buzo negro «que se sigue poniendo muchísimo», este joven diseñador lleva más de seis años abriéndose camino en un mundo que le «apasiona» y por el que está «dispuesto a pelear». Le gusta arriesgar, es un apasionado del color y sabe combinar con maestría telas, texturas y estampados diferentes. Su colección más comercial, compuesta por sus originales sudaderas y camisetas, convive en armonía con su línea Aurre Couture, que nació en marzo con el objetivo de vestir a novias e invitadas que buscan ese diseño especial con el que marcar la diferencia. ¿Su ilusión? Seguir viviendo de un mundo que le apasiona con el fin de sacar lo mejor de cada clienta que viste. Pero sin olvidarse nunca de las dos mujeres -«mi amama Dolores también es una 'crack'»- que le han traído hasta aquí. «Fíjate lo discreta que es mi madre, que en la boda le pedí que se sacase unas fotos para ver su estilismo y casi se le olvida hacérselas. De hecho, lo de salir en este reportaje lo hace por mí, que ya sabes que las madres por los hijos...».
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