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A Leticia Barral aún le cuesta digerir el éxito repentino. En estos últimos meses, ha pasado de exponer digitalmente para una galería de Milán a aparecer en la edición británica de Vogue y en libros de arte. Ni se lo cree. Esta bilbaína, criada en ... Gallarta hasta los once años, se prepara para exhibir en la Feria Internacional de Arte de Barcelona. Mostrar tanto su trabajo creativo no entraba, desde luego, entre sus planes. Pero a veces las cosas suceden así, sin esperarlas. Pintora autodidacta y madre por partida doble, empezó a desarrollar su obra a mayor escala una vez concluyó el confinamiento. «En la época en que se terminó la vida social y nos tuvimos que encerrar, yo me puse a pintar. En esta primera etapa eché todo mi malestar, me encontraba floja, y eso se refleja en mis cuadros, más cañeros, oscuros y con un punto agresivo», recuerda. Concluido el trance, en febrero de 2021 dio paso a una etapa más delicada. Un nuevo comienzo donde la calma y el sosiego se tradujeron en sus pinturas actuales, con apacibles colores pastel y trazos menos marcados. Desde su luminoso estudio de Ortuella, nos recibe con una gran sonrisa para hablar acerca de su proceso creativo y de cómo ha llegado hasta aquí gracias a esa curiosidad que le acompaña desde la infancia.
Artista se nace, se lleva dentro. Y si no que se lo digan a Leticia. A pesar de que se decantó por estudiar Empresariales con especialidad en Marketing, ella intuía que su vena artística terminaría algún día por despertar. «Cuando nos mudamos a vivir a Bilbao estaba muy perdida, así que decidí apuntarme a clases de ballet y de pintura. Dibujaba bodegones al óleo dos veces por semana. Al final, siempre lo he tenido dentro», rememora. Desde hace 20 años trabaja en Ugarte, en una empresa de reciclaje de residuos industriales no peligrosos. No para. En su semana no hay dos días iguales, y suele organizar su jornada tras llevar a Carlota y a Adrián a la parada del cole. «Me escapo al taller una vez tengo tiempo, aunque reconozco que por las mañanas consigo que salgan cosas más bonitas. Es un 'hobby' que he ido descubriendo con el paso de los años, y que me permite desconectar de todo», admite Leticia, que siempre pinta descalza. Con un estilo abstracto que define sobre todo como experimental, esta ávida lectora – ahora mismo en su mesilla reposa 'La mujer singular y la ciudad' de Vivian Gornick - canaliza sus emociones a través de sus cuadros, pintados muchas veces hasta con espátulas o rasgando con sus propias uñas.
En sus inicios, Leticia se decantó por emplear pinturas al uso que encontraba en cualquier papelería de Bilbao, como en la mítica Goya. Pero, poco a poco, decidió investigar por su cuenta y arriesgarse con distintas técnicas y métodos. «Suelo experimentar mucho porque no paro quieta. Ahora mezclo acrílico con pigmentos naturales que me traje de un viaje a Esauira y les echo agua y aceite, o simplemente pulverizo con un 'spray'. También utilizo óleos en pinturillas para hacer muchas marcas, que es lo que caracteriza a cualquier creador», asegura la vizcaína, que decidió hace tiempo no firmar sus obras para así no imponer cómo deben colgarse. El cliente decide si prefiere colgarlas en su salón en horizontal o en vertical. Y aunque muchas de sus 'locuras' terminan funcionando sobre el lienzo, incide en que se vale a menudo de la fórmula ensayo error.
Su bonito y acogedor espacio de Ortuella, donde la luz natural se filtra a través de los grandes ventanales, cumple con todos los requisitos para convertirse en un lugar sagrado. En él se distinguen diferentes estancias, cada cual más ordenada. Nada más entrar, una inmaculada pared blanca sobre la que se posan varios cuadros todavía en proceso capta enseguida la atención. En frente, la gran mesa para mezclar colores y recoger todo el material acompaña a unas estanterías repletas de libros de famosos artistas como el estadounidense Basquiat. Por último, el rincón de desconexión se encuentra al fondo del local, presidido por un sofá verde azulado. «Al principio, se me hacía muy raro estar aquí, pero me traje mi cafetera, mi nevera, mi guitarra y mis plantas y, poco a poco, fui sintiéndome como en casa», se sincera Barral, que trata de educar a sus hijos en la creatividad y la belleza. De hecho, en una de las paredes conserva unos dibujos pintados por ellos.
Esta artista de Gallarta recuerda perfectamente la primera pieza que vendió, con un formato más pequeño y en tonos verdes, rosas y crudos. «La pinté una tarde de fin de semana lluvioso en dos o tres horas, pero hace ya mucho tiempo que eso no me pasa», ríe. Por su caballete principal pasan casi todas sus piezas, sobre todo, aquellas que deja 'en cuarentena'. «Cuando no sé si un cuadro está terminado o no, lo aparto y vuelvo a él más tarde. Hasta tengo una pared vacía en el salón, y me los suelo llevar a casa para ir examinándolos con otros ojos», explica. Interiorizar y saber distinguir si un cuadro ha alcanzado su forma final resulta complicado, pero nuestra protagonista reconoce sentir enseguida un sentimiento de paz. Es entonces cuando sabe que dicho proceso ha concluido.
Y es que desprenderse de cualquiera de sus obras, de 900 euros en adelante, suele parecerle extraño a Leticia, a veces hasta doloroso. «Durante un viaje a Ginebra, una chica se quedó uno de los cuadros más grandes y casi me pongo a llorar. Estás dejando una parte de ti, es como un hijo. Yo no pinto por pintar, sino por expresar y compartir cómo me siento en un momento determinado. Cada obra es un viaje personal», aclara esta soñadora e inquieta creativa, que lo mismo trabaja al son de 'Florence and the Machine' a todo volumen que se pone un concierto más tranquilo de jazz.
Compaginar trabajo y aficiones se ha convertido en la perfecta vía de escape para muchas personas que, en ocasiones, se sienten atrapadas en su rutina diaria. El ejemplo de esta artista solo es uno de los muchos casos en los que conciliación familiar y laboral van de la mano. No hace falta irse lejos para improvisar mañanas o tardes entretenidas, de esas que te cargan de energía y te hacen ver la vida con otros ojos. Como con todo, querer es poder. Leticia, que sueña con retirarse antes de los 65 años, montar un huerto y tener una cocina antigua en una casa de campo, espera seguir dentro de 10 años como hasta ahora: haciendo lo que más le gusta y rodeada de sus seres queridos.
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