Selfi fue la palabra del año en 2014 por «su fuerza de penetración en el lenguaje común». Ganó a postureo. Casi diez años después, ambas forman parte de nuestro vocabulario habitual… y de nuestros comportamientos. Ya no hay quedada entre amigos, viajes o cena familiar en la que no nos hagamos una autofoto, solos o acompañados, eso da igual. Cada día se toman 92 millones, lo que representa el 4% de todas las fotos diarias.
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Lo que no es tan indiferente es la edad de quien se la hace y el resultado. La Generación Z tiene un dominio absoluto del tema. No hay selfi en el que no salgan bien… O al menos, selfi público. Según una encuesta del Centro de Investigación Pew, con sede en Washington, una de cada tres fotos que hacen los jóvenes de 18 a 24 años es un autorretrato de este tipo.
¿Es magia? ¿Dominio de la tecnología? ¿Acaso son más guapos? Con estas preguntas sobre la mesa, recibimos en la redacción del periódico un minilibro titulado 'Tu mejor selfi'. Son 66 consejos simples para captar «la mejor versión de ti mismo», dice el autor, el artista visual y fotógrafo holandés Willem Popelier. Se supone que si los sigues todos consigues el autorretrato de tu vida. A mí me da la risa, la verdad. Pero también me entra la curiosidad. ¿Será verdad? «Pruébalo y lo cuentas», me dicen mis compañeros de trabajo.
54 horas
cada año dedicamos a hacernos selfis
Lo primero que hago es hacerme un selfi sin abrir la guía. A pelo. Realmente me cuesta mucho sacarme uno, no me gustan, no me veo. Me acerco a una ventana de la redacción, elijo un fondo neutro (una pared blanca), estiro el brazo derecho y… comienzan los problemas. No llego al disparador táctil con esa mano y los botones del móvil no están configurados para funcionar como tal. Si utilizo la izquierda, me tapo. Cancelo misión y me pongo a cambiar los ajustes.
Cuando ya los tengo a punto, disparo. El resultado es… no solo mejorable, es que salgo con los ojos cerrados y un reflejo extrañísimo en las gafas. Lo ideal sería quitármelas, pero ni tengo lentillas a mano ni sería natural. El 80% del tiempo las llevo puestas. Borro la imagen ipso facto. Luego, me doy cuenta de que debería haberla guardado.
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«Normalmente queremos ver una imagen con la que nos sintamos bien. Nos buscamos a través de ella», explica Ricardo Bravo de Medina, doctor en Psicología Clínica y de la Personalidad. Si no nos transmite eso, es normal que queramos esconderla, borrarla. En fin. Segundo intento. Este sí vale. Al menos, tengo los ojos abiertos. ¿Soy yo? Sí, soy yo con una amiga: la papada.
«La fotogenia se entrena», defiende la 'visualbrander' Vanessa Catalá. Cada día lo muestra en su cuenta de Instagram y echa abajo esas ideas que tenemos de que salimos mal en las fotos por falta de belleza. «No tiene nada que ver. No es ser guapa, es ofrecer tu mejor versión». Y para ello hay trucos. Miro el libro de Popelier y empiezo a leerlo. Algunos consejos son muy básicos, o al menos eso creo yo: no darle la cámara a nadie, que sea una foto espontánea, no mover el móvil para evitar salir desenfocado…
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Hasta que llego al número ocho: «Utiliza la muñeca para apuntar la cámara hacia tu rostro». Eso quiere decir que, al menos en mi caso, tengo que doblarla y en la primera foto eso no lo he hecho. Estiro de nuevo el brazo y clic. La primera diferencia es que pongo el móvil en diagonal para mayor comodidad. Sin saberlo, me adelanto a otra de las recomendaciones.
Me sigo viendo papada, y ahora soy más consciente de mi surco nasogeniano. ¿Será posible que ahora me vea como un perro pachón? «Es curioso cómo nos percibimos en las fotos en función de nuestro sexo», explica Catalá. Hace unos años, junto a una psicóloga, hizo una encuesta sobre este asunto: «Nosotras enseguida nos señalamos las arrugas, los michelines… Ellos, en cambio, se fijan en sus puntos fuertes».
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Me estoy empezando a arrepentir de hacer este experimento. No sé si lograré el selfi perfecto, pero empiezo a analizar mi imagen con una severidad que no me merezco. «Todo el mundo tiene complejos, los complejos son humanos y la vergüenza de ser o sentirnos singulares también lo es», explica la socióloga Liliana Arroyo en su libro 'Tú no eres tu selfi'. Me tranquiliza la reflexión.
Lo siguiente que debo hacer es localizar mi lado bueno. Cuando leo el consejo me da un poco la risa y me acuerdo de la anécdota de Isabel Preysler, que encontró el suyo al separarse de Julio Iglesias. ¿La razón? Él siempre posaba del suyo y el que le acompañaba en la instantánea tenía que conformarse. Me hago dos autofotos, una mostrando la parte derecha de mi rostro y otra, la izquierda. El escepticismo inicial da paso a la sorpresa al ver que, efectivamente, me veo más favorecida del lado izquierdo.
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«No estamos acostumbrados a vernos», confirma Catalá, madre de una adolescente de 16 años. «Mi hija no tiene presencia en redes, pero sabe muy bien cómo posar. Se conoce muy bien porque se mira al espejo más que yo a su edad», prosigue. Y otra cosa que hace bien es que elige el momento adecuado para retratarse. «Para hacerte una buena foto tienes que estar en el 'mood' adecuado. Si tienes un mal día, mejor no te la hagas. Debes estar 'flow', con una predisposición emocional», confirma la experta. Y ojo con disfrazarse o pintarse como una puerta…
Repasando los selfis de los influencers también me doy cuenta de que todos sus autorretratos son ligeramente en picado. El consejo 22 de la guía de Popelier también me lo advierte: la mejor altura para tomar cualquier foto es que la cámara esté por encima de la línea de los ojos. Al hacerlo me despido de mi amiga la papada. «Esta foto sí la subiría a redes», me digo. Precisamente, los selfis son fotos que cobran sentido cuando se comparten. «Son un acto social, una interacción que toma sentido cuando otros lo ven», explica Arroyo.
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Es imposible hablar de autorretratos de este tipo y no ligarlos al ego. Cuatro de cada diez encuestados por Centro de Investigación Pew admitió que odiaba como se veía en ellos, bien por timidez, bien por insatisfacción con su apariencia física. Yo misma experimento cierto placer al verme cada vez mejor en las imágenes que me estoy tomando y corroborarlo con mis compañeros.
«El móvil es un objeto narcisista y las redes sociales tienen un carácter exhibicionista que lo potencia», aclara el psicólogo. Pero cuidado, el narcisismo también es «necesario y bueno». De pequeños lo usamos para independizarnos de los otros, un fenómeno absolutamente imprescindible en nuestro desarrollo. Los selfis «sirven para autohomenajearse, para tener presencia, reforzar la confianza y la autoestima… Es positivo mientras no acabe ligado a entrar en una competición social para conseguir likes y obtener reconocimiento», apoya en su libro la socióloga. El equilibrio es complicado: «Es como la temperatura corporal: 36 grados es estar bien; 40, fiebre alta», allana Bravo de Medina. El problema real empieza cuando se potencia la estética y aspectos superficiales por encima del contenido.
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25.700 selfis
se harán los millenials a lo largo de su vida
- El número de selfis que tenemos en el móvil es inversamente proporcional al nivel de autoestima en nosotros mismos
- ¿Es algo muy de adolescentes, no?
- Y de 'adultescentes'.
- ¿Cuándo hay que empezar a preocuparse por el número de selfi que nos hacemos?
-Cuando es algo constante, compulsivo.
¿Hace falta sonreír en las fotos? Pese a las fotos de la tienda 'online' de Zara, sí. Consejo número 26.
En 2014 se lanzó un proyecto llamado Selficity que analizó 140.000 fotos publicadas en Instagram mediante sistemas de reconocimiento de imagen. En sus conclusiones, la sonrisa era ya un atributo necesario para este fenómeno, pero, curiosamente, más femenino que masculino. Ellas eran mayoría y, además, más expresivas. Sobre todo, en Bangkok y Sao Paulo. En Moscú y Nueva York la gente se retrataba seria e, incluso, enfadada. Hoy, nueve años después, la pose con más fanáticos es la de sacar morritos, pero sigue siendo muy importante mostrarnos felices y exprimiendo la vida como si no hubiera un mañana.
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Se lleva y mucho el postureo, y nos gusta que nos vean. «Siempre buscamos la atención, la mirada del otro, nos da valor. Es una manera de buscar nuestro lugar en el mundo», disecciona el psicólogo vizcaíno. Después de leer toda la guía de cómo sacarme mi mejor selfi, llega el examen final.
No está mal. Pero todavía quedaría aplicar el último consejo de Popelier antes de los referentes a cómo publicarlo en nuestras redes. Es el 58: usar la edición fotográfica… Eso sí, con moderación. Más allá de los filtros de Instagram o los que trae de serie el propio móvil, no conozco otra manera de hacerlo. Sin embargo, un compañero me recomienda que pruebe una 'app' de pago. Me la descargo y me pongo manos a la obra. No soy ninguna experta, ni quiero perder demasiado tiempo (las posibilidades de retoque son infinitas), pero sí veo ligeras mejoras en menos de cinco minutos.
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De todo lo que he aplicado, me quedo con esas cejas más gruesas con las que salgo y ese mentón sutilmente más afilado. Soy yo y a la vez no. «Cuando editamos un selfi, creamos un falso yo, con lo cual, esos 'likes' que nos llegan a través de las redes sociales no son para nosotros, sino para esa falsa identidad. Se genera un vacío, una insatisfacción», concluye Bravo de Medina. Los demás valoran la idea que tú has transmitido, pero no necesariamente a ti mismo.
Las redes sociales forman parte de nuestra vida cotidiana. Son una forma de comunicación. Por eso, «el selfi se ha convertido en una prueba irrefutable de la existencia digital», escribe Liliana Arroyo en su libro sobre este fenómeno. Sin embargo, a lo largo de su corta historia, ha generado comportamientos distintos que transitan desde la espontaneidad al retoque extremo. Esto último ha dado lugar también a patologías como la dismorfia. Hay quien se ha ido a un cirujano plástico a pedirle unos pómulos como los del filtro que usa en Instagram. Y al mismo tiempo, han nacido movimientos y aplicaciones para huir del postureo. La última fue Be Real, una 'app' que te daba unos minutos para sacarte una foto o un vídeo, pero sin opción a retocar. Se trataba de ser más auténticos. ¿Está triunfando? En julio de 2022 tenía 20 millones de usuarios al día. Sin embargo, el pasado mes de febrero habían bajado a 10. Ha perdido 'punch', pero está dejando poso. Instagram, la red social que más premia los contenidos elaborados', ha introducido este mes una nueva función llamada 'historias espontáneas' para plantar cara a la impostura. Funciona como Be Real.
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