Equivalencias de tallas en las tiendas
De la 34 a la 40: recorro las tiendas de Bilbao buscando mi tallaEquivalencias de tallas en las tiendas
De la 34 a la 40: recorro las tiendas de Bilbao buscando mi tallaHace unos días, la nutricionista Gabriela Uriarte colgó en su perfil de Instagram un vídeo. Hablaba de tallas y de sí misma. Resulta que, de cara al buen tiempo, necesitaba renovar unos pantalones. Acudió a una tienda 'low cost' conocida por todos, cogió la que es su talla, la 42 y, ¡sorpresa!, no le entraban. «No me subían de las caderas», confiesa. Acabó llevándose la 46, que es la más grande que venden en dicha firma. ¿Ha cambiado de talla? Pues curiosamente no, tras su embarazo gemelar había vuelto a entrar en su ropa de siempre.
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Encontrar la talla adecuada a cada uno (y no solo hablamos de mujeres) se ha vuelto con el paso del tiempo en una misión imposible. En las colas de los probadores ya no se ve a los clientes con un par de modelos por si acaso, sino con auténticas montañas de ropa. Y da igual si tienen un cuerpo normativo (es decir, normal) . Es el caso de quien escribe esto.
Con la premisa del vídeo de Uriarte, he decidido irme de compras por Bilbao. A por un vaquero, posiblemente la prenda que más uso y que me resulta más difícil de encontrar. Hay cientos de modelos, pero hallar el que se ajusta perfectamente a mi cuerpo (insisto, normativo, lo cual es estar en una posición de privilegio) no es nada fácil. No me quiero imaginar lo que sienten aquellos que no encuentran su talla en estas firmas y se ven obligados a ir a lo que se denominan 'tallas grandes'. En algunas marcas empiezan nada menos que en la 44.
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La última vez que salí con este objetivo que les cuento fue antes de la pandemia. Acabé con un pantalón de la 36, la talla que supuestamente uso desde hace siete años (como dato añadido, mido 153 centímetros). Sigo poniéndomelo… Y mucho porque me sienta bien y estoy cómoda. Pero visto lo que le ha ocurrido a la nutricionista guipuzcoana, empiezo a tener mis dudas. ¿Seguiré usando la misma? Confieso que no me gusta ir a comprar partes de abajo por el trajín de pruebas que eso supone.
Primera parada
Mi primera visita es a la misma tienda en la que Uriarte hizo su 'descubrimiento'. Encuentro un modelo que me gusta, es de tiro alto, largura hasta el tobillo y 'flare' o acampanado. Mi primer error es que cojo mi talla y una más, por si acaso. Pero solo me doy cuenta cuando, una vez dentro del minúsculo probador (esto da para otro tema), la 36 me queda bien, pero algo amplia. Si no estuviera haciendo este reportaje, me la habría quedado, pero me queda la duda, ¿y si entro en una menos?
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Mientras voy en su búsqueda pienso cuándo me llevé a casa semejante talla. Fue hace unos diez años, cuando me preparé varias medio maratones y entrenaba casi a diario. El caso es que de vuelta en los probadores me percato de que no solo puedo subirlo de las caderas, sino de que me ata el botón, me sube la cremallera y puedo respirar. Vaya, que la 34 me queda mejor que la 36.
Con el subidón, cojo la otra 34 de otro modelo que había elegido, el vaquero ajustado de cintura a tobillo o 'skinny'. Lo hago con cierto recelo porque dudo que me pase lo mismo. Otra vez me equivoco. ¿Qué ha ocurrido? ¿Estoy menguando? «Esto no puede ser». Al otro lado de mi probador oigo una conversación entre dos amigas sobre otro pantalón, aunque no sé de qué tipo. «Te queda mejor la 42», dice una. La otra responde: «¡Si siempre he sido una 40!».
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El tema de las tallas es delicado. «Una situación como esta puede tener un impacto devastador en las personas, y no solo si sufren un trastorno de la conducta alimentaria», advierte la psicóloga Patricia Barba. Sobre todo porque el modelo de belleza imperante sigue siendo el de una mujer o un hombre delgados, con músculos, pero sin atisbo de michelines.
La especialista no lo dice por alarmar, lo ha visto en consulta. «El otro día me lo comentaba una paciente que lleva en terapia conmigo ya un tiempo. Se fue a comprar ropa y le costó dar con su talla. Afortunadamente, le dio la vuelta a la situación y no se castigó por ello. Le costó no darse un atracón, pero lo consiguió».
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En su grabación, la nutricionista Gabriela Uriarte aseguraba que usa la misma talla desde que tenía 13 años y que conoce su cuerpo. Sin embargo, eso no es tan habitual. «Realmente, muchas personas no sabemos cuál es nuestra realidad corporal. A mí misma me cuesta dar con la talla solo mirando la prenda», prosigue Barba. Y en eso también influye que no usamos la misma talla en todas las tiendas y marcas. Esto, en casos extremos, puede dar lugar a trastornos de dismorfia corporal, sobre todo en jóvenes, que no es otra cosa que una preocupación excesiva por algún aspecto de nuestro físico que consideramos un defecto y que no es evidente para los demás.
Segunda parada
Hago mi segunda parada de 'shopping' en otra firma 'low cost' orientada a mujeres de diferentes edades. En mi adolescencia no la pisaba mucho porque su patronaje no iba mucho con mi cuerpo, sin embargo, con los años, he acabado cogiéndole el truco. O eso creo. Eso sí, pantalones aquí solo me he comprado dos, rectos y superelásticos. Esta vez decido coger el modelo ajustado más parecido al que me probé en mi primera parada, no solo en forma, también en composición.
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Hay menos cola que en el anterior caso y la chica de los probadores está muy atenta a lo que necesitan las clientas. Un par de ellas le piden consejo sobre cómo les sienta lo que se prueban. En algunos casos, hay poca diferencia. Y, en otros, «puede que la misma talla tenga medidas diferentes». Palabra de dependienta. Yo tengo la prueba en mi propio armario: dos vaqueros iguales que me sientan diferente.
También hay que tener en cuenta la composición de las prendas. Sobre todo con los 'jeans'. La mayoría del tejido está hecho de algodón, pero hace ya tiempo que se mezcla con otro componente mágico, el elastano. En función de cuánto porcentaje incluya, el pantalón es más o menos elástico. Y esta es la razón por la que la misma talla se puede adaptar a diferentes cuerpos: con más curvas o más rectos. En este caso, tienen un 2% y un 1%, respectivamente.
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Decido empezar fuerte y me pruebo la 34. Para mi sorpresa, consigo subirlos de las caderas (a saltitos, eso sí). Otra cosa es lo que pasa después: imposible cerrarme el botón ni aguantando la respiración como si hiciera hipopresivos. También hago la prueba de la sentadilla, que resulta definitiva: me cortan la circulación a la altura de las rodillas.
Como me gustan los extremos, voy a por la 38. ¡Qué comodidad! Me hacen alguna arruga, pero nada exagerado. Ahora, la 36. Compruebo que, al menos en esa tienda, sigue siendo mi talla. Pese a todo, decido sacar la cinta métrica que llevo en el bolso. La 34 del primer caso que tan bien me quedaba medía aproximadamente 30 centímetros de cintura. La del segundo caso, 28,5. Sin embargo, la 36 de esta segunda parada llega a los 31. «Así que los notaba más cómodos», me digo.
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En 2008, el Gobierno puso en marcha el Estudio Antropométrico de las Españolas. Cuatro de cada diez mujeres tenía problemas para encontrar su talla. El objetivo era «caracterizar la forma y las dimensiones» del cuerpo de la mujer en España, lo que ayudaría a adaptar los patrones y «desarrollar un sistema de tallaje estándar para todos los diseñadores de ropa». Quince años después de aquello solo queda el recuerdo. Y eso que en 2013 la UE retomó este asunto y propuso estandarizar las tallas. «Para los consumidores es muy importante saber cuál es la talla correcta», decía el informe. Tampoco se logró nada de manera oficial.
¿Hay que esperar la ayuda de fuera? La psicóloga clínica Constanza Fernández de Gamboa apuesta, sobre todo, por el trabajo personal. «Decir la talla da miedo porque hay una sobrevaloración de la mirada de otros, falta de seguridad personal y alta dependencia de las expectativas externas», explica. Lo que necesitamos, por tanto, es «madurez» para interpretarlos sin venirnos abajo. «Si somos padres, lo que tenemos que hacer es sembrar en los niños y jóvenes que su satisfacción venga por el convencimiento personal, no de un número». Y añade: «En consulta, lo que veo son pacientes que se vienen abajo porque no se ven bien, pero no tanto por una talla».
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Tercera parada
Las dos siguientes tiendas que visito tienen como público objetivo a clientes más jóvenes que yo y, por tanto, se les presupone menos madurez. Eso les hace «más vulnerables», según Fernández de Gamboa. O sea, que estamos ante un público objetivo sensible a sufrir por su físico si no se ajusta al ideal. Ambas firmas se rigen por el mismo tallaje supuestamente estándar de las anteriores. Sin embargo, con un simple vistazo me doy cuenta de que faltan centímetros por todas partes.
En ambos casos, las tallas 34 son visiblemente más pequeñas que la que me valía en mi primera visita. En una de ellas, escojo dos modelos diferentes, pero ambos de tiro alto: tienen una diferencia de cintura entre ellas de unos 3 centímetros (28 y 32 centímetros miden). Como curiosidad, mido la diferencia entre la 34 más grande y la 42 del mismo modelo: es solo 30 milímetros más ancha en, ¡atención!, cuatro tallas de diferencia.
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Cojo la 36 en un modelo 'skinny' acampanado muy mono y muy de actualidad. Es muy elástico. Me recuerda a los que llevaba en mi época de la facultad que, por cierto, eran de esta marca. ¿Me quedarán igual? Saltan todas las alarmas: no solo no me quedan bien, es que ¡no son mi talla! Como el probador me da muy poca perspectiva, descorro la cortina y me pongo más lejos del espejo: veo las costuras a punto de reventar (y doy las gracias al que inventó el hilo elástico) pero quiero pensar que es un efecto óptico. La dependienta me ve y se acerca con educación. «¿Necesitas que te traiga una talla más?», me pregunta con suavidad. Mi cara es tal poema y hay tanto vaquero apilado que se apiada de mí y me susurra: «Lo de las tallas es un mundo».
Y además de verdad. Las tallas son un invento surgido en el siglo XIX. Antes, los ricos se hacían la ropa a medida y los pobres se vestían como podían. Las grandes guerras fueron esenciales para establecer un sistema de tallaje, puesto que fue necesario producir uniformes militares en masa. Primero fue el masculino y luego llegó el femenino. Aunque no fue hasta 1996 cuando se diseñó una norma europea para designar las tallas y acabar así con la confusión.
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Es lo que hoy se conoce como EN13402. Lo siguen todos los países de la UE menos Alemania, Francia e Italia, que tienen sus propios sistemas. Estados Unidos tiene otro tallaje, aunque parecido al europeo. Y en Asia hay cuatro sistemas diferentes: el de China, el de Japón, el de Corea del Sur y el de Tailandia. Por si fuera poco en este rompecabezas, luego está el tallaje por letras (XS, S, M…).
Cuarta y quinta parada
En mi cuarta visita, ni me atrevo a probarme la 34: la cola en el probador es demasiado larga y mi moral, inversamente proporcional a ella. Con 27 centímetros de cintura estoy segura de que no me sube de las caderas. La 36 también es pequeña. Recoloco las prendas en su sitio (me da mucha rabia cuando lo dejamos todo tirado) y me marcho. No salgo corriendo por educación.
«La moda no es uniforme», explica María Martín-Montalvo, directora de Relaciones Internacionales de Isem Fashion Business School, la primera escuela de negocios en España especializada en empresas de moda. «Cada cadena se dirige a un público objetivo en concreto y diseña y produce para él». Es decir, que también ajusta sus patrones a ese grupo en concreto.
Es eso lo que explicaría, por tanto, «que en algunas tiendas más juveniles, las tallas son más pequeñas. Luego, también depende del estilo y del 'fitting' de cada prenda. Pero no es malintencionado», defiende la experta. «Desde este punto de vista, unificar las tallas no tiene sentido», prosigue. Otro asunto es ampliar el tallaje más allá de la 44 o la 46: «Ahí sí creo que se han hecho y se están haciendo avances importantes. Ahora es más fácil ir a la moda independientemente de la talla».
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Ya de retirada paso por una última tienda, menos 'low cost' que las anteriores, aunque parece que en este asunto el precio final no es esencial: «La producción a gran escala está estandarizada y funciona perfectamente», advierte Martín Montalvo. No la había incluido en mi ruta, pero quiero probarme unos vaqueros de pata ancha que se me han antojado (sí, otro 'revival' de mis tiempos universitarios). Con ayuda de la dependienta encuentro el que me queda bien y cuando paso por caja veo la talla en la etiqueta.
Le pido a la cajera que pare, que creo que me he equivocado, pero no. «Pone 40, pero es una 38», me explica. Es lo que en el sector se llama 'tallaje vanidoso', que consiste en marcar como, por ejemplo, una S una prenda que por medidas sería una M solo con el objetivo de que el cliente se sienta mejor. ¿Mejor por qué? Por cumplir con los estándares de belleza de nuestra época. En resumen, tengo cuatro tallas diferentes.
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