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A Vanesa Santos le preocupa el futuro de su tienda, 'AH!', una boutique con encanto situada en la calle Carnicería Vieja, que decidió cerrar movida por su «responsabilidad como ciudadana» dos días antes de que el Gobierno decretase el estado de alarma. Pero a esta ... gallega de 41 años que dejó su tierra hace catorce con un «finiquito de 600 euros como patrimonio» y el sueño de montar su propio negocio, también le duele el silencio en el que está sumergido el Casco Viejo, donde vive con su pareja. Le entristece ver esta zona de la villa tan bulliciosa y alegre inmersa en este extraño letargo, sin el trasiego cotidiano de los vecinos, sin comercios ni voces, sin bares ni terrazas. Por eso, durante la cuarentena, solo ha salido de casa dos veces, a tirar la basura. «Tengo que confesar que lo he ido posponiendo y buscando mil excusas para no salir. No me sentía con fuerzas, me podía el miedo a no ser capaz de contener las lágrimas, que me entrase un ataque de angustia o de pena al ver las calles vacías, la gente esquivándose, haciendo colas manteniendo la distancia...», confiesa en una publicación que compartió en la cuenta de Instagram de su tienda.
Pero el pasado sábado sintió que había llegado el momento de superar sus miedos. Se puso un vestido muy favorecedor, se maquilló y se recogió el pelo. Antes de salir de casa cogió pañuelos y gel desinfectante, pero al ir a colocarse la mascarilla descubrió que sin darse cuenta se había pintado los labios de rojo. Un gesto cotidiano que acostumbraba a hacer cada día en su «vida normal», pero que en estos momentos difíciles adquiere un significado especial para ella. «Me sonreí con ternura y me los borré, pero sólo un poquito. Como si fuese un secreto, un súper poder debajo de esa mascarilla», relata en esta publicación de Instagram. Su pareja, Charly, le dio ánimos antes de salir de casa y le sacó la fotografía que acompaña a su testimonio, en la que Vanesa mira fijamente a cámara, con la mitad de su cara oculta bajo un mascarilla confeccionada por ella misma, y alzando el brazo izquierdo en señal de fuerza. Un imagen que este ilustrador convirtió después en un dibujo y que ahora es un símbolo de empoderamiento femenino. Porque Vanesa se ha convertido sin buscarlo en la impulsora de la revolución de los labios rojos.
Muchas mujeres se han sentido identificadas con su historia y le han enviado un montón de mensajes a través de las redes sociales para agradecerle su sinceridad y empatía. Pero, además, algunas de ellas también han publicado fotos bajo el hashtag #revoluciondeloslabiosrojos en las que llevan los labios pintados, como si fuese su mejor 'arma' para espantar el miedo y la angustia que provoca esta situación excepcional. «En Instagram, parece que las cuarentenas son todas muy provechosas, que todos hacemos ejercicio y recetas, pero lo cierto es que muchas personas somos en estos momentos una montaña rusa emocional. Todo el mundo habla de las consecuencias económicas de esta situación, pero ¿y las emocionales? ¿Qué factura nos pasará todo esto?», se pregunta Vanesa. Algunas mujeres le han contado que se perfuman, que se dan «a tope» de colorete o que se ponen un vestido durante el confinamiento, porque verse guapas les anima. Pero otras le han confesado que sufren ansiedad y que no se atreven a bajar al supermercado. «Tienen que saber que no es algo que solo les pase a ellas, que estamos todas juntas en esto. Porque detrás de esas mascarillas, de esas persianas cerradas o esos respiradores, estamos nosotras, valientes, poderosas, luchando contra nuestros miedos, con nuestros labios rojos recordándonos que esto no va a poder con nosotras», asegura esta emprendedora.
Este domingo se cumple un mes desde que bajó por última vez la persiana de su tienda del Casco Viejo, un espacio «multimarca» de artesanía, ilustración, moda y accesorios con predilección por los diseñadores vascos y gallegos. «¡Cuidaos! Esperamos volver a abrazaros a todos muy pronto», reza el cartel que colocó en el escaparate. Y ahí, en el cristal, también escribió con pintura blanca tres palabras que consideró claves para afrontar esta situación excepcional: «serenidad, empatía y responsabilidad». Esta emprendedora que en sus inicios «curraba los fines de semana de camarera en bodas después de salir de la tienda para poder tener un sueldo», nunca imaginó que una pandemia mundial le obligaría a cerrarla temporalmente. «No es una decisión fácil, porque tienes la incertidumbre de no saber cuándo vas a poder volver a retomar tu actividad, cómo harás frente a los pagos si la situación se alarga demasiado o cómo va a afectar esto al futuro de tu empresa», reconoce.
Unos días antes de echar el cierre, le llegaron a la tienda las prendas de la colección primavera-verano, que esperan en cajas apiladas la vuelta a la normalidad. «Si abrimos para las rebajas de julio, toda la temporada se habrá perdido, el tiempo juega en nuestra contra, porque la moda es un sector muy estacional», lamenta. Le preocupa la situación a la que tendrá que hacer frente el pequeño comercio cuando todo haya pasado. «Van a ser meses muy duros, me da miedo que se acabe el turismo, que la gente quede muy afectada por los ERTEs... Solo espero que esta pandemia traiga algo positivo, que las personas se acuerden de los pequeños comerciantes, que nos estén echando de menos... Les vamos a necesitar mucho cuando volvamos y espero que estén ahí», desea Vanesa. Ya queda un día menos para que pueda seguir saludando con amabilidad a su clientela detrás del mostrador, con su sonrisa permanente y sus inconfundibles labios rojos, esos que ni la crisis del coronavirus ha sido capaz de borrar.
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