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«En ocasiones, la vida tiene otro camino preparado para nosotros», comienza a relatar Amaia. Con tan solo 14 años, esta joven de Bera de Bidasoa (Navarra) comenzó a formarse como bailarina de ballet en las mejores escuelas y conservatorios de Madrid, gracias ... a una beca concedida por el Gobierno de Navarra. Ocho años después, tuvo una dura lesión que le llevó a apartarse de esos escenarios donde soñaba algún día convertirse en profesional. Con un dolor incalculable en el pecho, decidió hacer las maletas y volver a su añorada tierra natal. Esta es una de esas historias de superación que nos invita a pensar cómo el destino nos pone a prueba y maneja nuestros hilos a su suerte, tan solo para ayudarnos a encontrar caminos alternativos hacia la verdadera felicidad. A los 22 años, Amaia tuvo que reinventarse y se convirtió en profesora de ballet gracias a su bagaje profesional y a la disciplina adquirida durante una adolescencia en la que muchos aún no son capaces de determinar su futuro. Ella sí lo hizo, pero lo que no se podía imaginar es que aquel verano de 2015 en el que intentaba abrir su corazón de nuevo, encontraría por casualidad al hombre con el que iba a pasar el resto de su vida.
Fue durante un paseo en la playa de la Zurriola cuando Iker se cruzó en su camino. Desde ese momento no pudo dejar de pensar en él. «Moreno, sonriente y con los ojos tan bonitos como el mar de su ciudad, San Sebastián», le describe. Decidió buscarlo sin apenas conocer su nombre y, unos meses después, tras nervios y conversaciones interminables, comenzaron a escribir juntos un nuevo capítulo de su historia tras aquel doloroso punto y aparte.
Cuatro años más tarde, entre soldados, cocineros y balcones vestidos de blanquiazul, Iker le pidió matrimonio en la noche más importante para cualquier donostiarra. Fue en la plaza de la Constitución, a los pocos minutos de la Izada de la Bandera y antes de que los tambores retumbaran por cada rincón de San Sebastián para dar comienzo a la fiesta y, de paso, a la nueva etapa en la que ellos se embarcaban. Marcaron la fecha de su boda para el 22 de agosto de 2020, sin poder llegar a imaginar que una pandemia mundial haría tambalear sus planes. A partir de ahí, y como en las mejores representaciones de ballet, su historia se divide en tres actos.
Las obras de ballet comienzan con un 'adagio', un movimiento lento en el que la bailarina es ayudada por su compañero, realizando pasos que serían imposibles de alcanzar sin un apoyo mutuo. Esta podría ser la metáfora de lo que fueron los preparativos para Amaia e Iker, que 'bailaron' juntos y en una misma dirección frente a los contratiempos que iban surgiendo desde que el estado de alarma sembró su boda de incertidumbre. Aún así, decidieron ser firmes en su decisión. «Hubo momentos de dudas. Valoramos todas las posibilidades, pero siempre pudo más seguir adelante con nuestros planes», asegura la novia. «Sin exagerar, las cosas siguieron complicándose hasta dos días antes de la boda», recuerda.
Llegó el momento y la pintoresca plaza del Ayuntamiento de Bera se vistió de fiesta. Desde lo alto, el portalón de la Iglesia de San Esteban, arropado con flores de Naiara Oskila, de El Taller de los Detalles, se abría para recibir a los protagonistas de la jornada, que aún estaban rematando sus últimos detalles.
En el ballet clásico, las variaciones es la parte donde el bailarín y la bailarina actúan por separado. Iker, desde el hotel María Cristina, hacía frente a los nervios en compañía de su familia. Llegó el momento de desenfundar su elegante esmoquin de doble botonadura cruzada 'made to measure' que la Sastrería Cortés de San Sebastián le había confeccionado. La pajarita de anudar, realizada por encargo, era de la misma casa. Además, llevó un reloj Tag Heuer con esfera blanca que le regaló Amaia tras la pedida e inesperadamente, recibió de mano de uno de sus testigos y minutos antes de salir hacia el altar, unos gemelos de Joyería Suarez que su futura mujer le había preparado como sorpresa. De esta firma bilbaína también fueron las alianzas con las que sellaron su compromiso.
Nuestra particular bailarina se preparó en su casa familiar de Bera. Un 'getting ready' con los nervios a flor de piel antes de 'salir a escena'. Amaia siempre soñó con casarse de blanco, aunque nunca tuvo una idea preconcebida de cómo sería su vestido ideal. Sin embargo, su historia va de flechazos y lo suyo fue amor a primera vista con un diseño de Atelier Pronovias. «Fue el único que me probé y no necesité ninguno más», recalca. Era un modelo confeccionado en crepé, con cuello a caja y sin mangas, de líneas limpias y depuradas. Un imponente bajo de tul rematado en cola realzaba su estilizada silueta y hacía un guiño a su gran pasión y profesión. «Era el toque que lo hacía especial», confirma.
Como complementos, eligió unos salones blancos con pulsera al tobillo de María Albertín y los pendientes que llevó su hermana en el día de su boda. También lució un anillo de zafiro y diamantes comprado en Tailandia y el solitario con el que Iker le pidió matrimonio, compuesto por 21 diamantes que hacían referencia al día en el que empezaron a salir. Un ramo de rosas blancas y olivo anudado con un lazo de terciopelo azul, culminaba un look nupcial que cumplía con la bonita tradición del «algo nuevo, algo prestado y algo azul».
Pero no hay novia sin velo, y el suyo merece mención especial, ya que contó con el asesoramiento personalizado de la sombrerera bilbaína Mariana Barturen y su compañera Helena Hernández. «Conocí su trabajo por redes sociales y me enamoró. No dudé en viajar a Madrid para ponerme en sus manos. Tampoco hizo falta una cita muy larga: en 10 minutos captaron mi gusto y dos minutos después ya habíamos encontrado el tocado que mejor encajaba conmigo», asegura. Siempre quiso ser una novia velada y la idea de llevar diadema rondaba su cabeza. Mariana hizo magia con sus manos para conseguir unir sus deseos en una maravillosa horma estilo años 50 en forma de 's', que recorría la cabeza desde el pómulo izquierdo hasta la parte de atrás de la oreja derecha. A este tocado, cosió con tres puntadas un velo limpio y sin costuras de corte Balenciaga, más corto por delante y largo por detrás, un patrón muy característico de la obra del maestro de Getaria . «Mariana hace que te veas preciosa y te hace entender lo importante que es vestir una cabeza para tener un look completo y de 10».
Se llama 'coda' al final de un ballet clásico, en el que los bailarines aparecen con sus acompañantes. En la escena de aquella bonita plaza faltaron personas esenciales para los novios, pero decidieron retransmitir la boda en 'streaming' para que pudieran estar presentes, al menos de forma virtual.
Y por fin llegó Amaia a ese lugar cargado de simbolismo, a bordo de un flamante Rolls Royce 25/30 blanco y negro con el que cumplía uno de sus sueños de infancia. Iker, ya había subido la escalinata y esperaba en el altar.
Fue una ceremonia emotiva, amenizada con una banda sonora cuidadosamente seleccionada por la novia y su padre, un melómano confeso. «Iker hizo su entrada con el Himno de las Cortes de Navarra y yo caminé hacia el altar mientras sonaba 'Gabriel's Oboe' de Morricone», nos cuenta.
Ya convertidos en marido y mujer, les esperaba una salida llena de gratas sorpresas. Cuatro alumnas de Amaia bailaron el tradicional 'aurresku', versionado en ballet por dos de sus mejores amigas; las primas de Iker hicieron lo propio al modo tradicional. «Fue, sin duda, el momento en el que más me costó contener las lágrimas», asegura. Después, una charanga hizo sonar la marcha de San Sebastián y todas las canciones de esa fiesta tan especial, dando por inaugurada la posterior celebración en el histórico Hotel María Cristina de Donosti.
Amaia aprovechó para cambiar su estilismo nupcial por otro más informal, sorprendiendo a todos con un diseño 'mini' de tafetán con sobrefalda de organza, confeccionado en el taller de Gloria, de A Coruña. También relevó sus salones blancos a favor de unos 'Jimmy Choo' azul celeste con detalle joya en el empeine. Sin embargo, conservó el mismo maquillaje natural, elaborado por Esther De Castro, y el elegante moño de bailarina -como no podía ser de otra manera- que solo su estilista de confianza, Iñaki Sagarzazu, pudo llevar a cabo.
No deja de ser contradictorio que una bailarina profesional se quede sin su baile nupcial debido a las restricciones. Pese a todo, las estrictas medidas de seguridad no lograron empañar un día que, al final, superó con creces sus expectativas. Esta historia acaba con moraleja, la de una mujer que esquiva las piruetas del destino bailando de puntillas sobre ellas. Y si vuelve a haber obstáculos, nada que no puedan solucionar a tiempo en un acompasado 'pas de deux'.
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