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Lo mejor que se puede escribir de Alicia Rueda, la diseñadora de moda más relevante de Euskadi, es que está bien de salud. No es poco, teniendo en cuenta lo que ha sufrido desde julio de 2017, cuando le detectaron un cáncer de mama, para el que «no había cura hace ocho años», pero del que está completamente recuperada. Lo que pasó y cómo lo pasó lo cuenta en 'Alicia Rueda. Una vida con y sin maravillas', un libro que ha escrito junto a su amiga y periodista Itxaso Elorduy.
La enfermedad apartó a Alicia seis meses de su taller. A la semana de descubrirle un bulto, pasó por el quirófano y la extirparon un pecho. A la intervención quirúrgica siguieron dos años y medio de «duras sesiones» de quimio e inmunoterapia. «Me quitaron todo: piel, grasa, músculo incluso», cuenta. «Pero la reconstrucción fue más dura que la operación», afirma. Ahora se siente «fenomenal. Ya estoy recuperada, creo que al 100%, aunque pienso que voy a tener que seguir tratamiento durante todo lo que me quede de vida», subraya.
En su recuperación han jugado un papel clave su hija, Paula, y, especialmente, su marido, el exciclista Rubén Gorospe. A Alicia le ayudó ser «muy buena paciente» y seguir «a pies juntillas» las recomendaciones médicas. «Me encantaba que me diesen directrices. Pasados el tratamiento y dos añitos bastante fastidiados, la vida se vuelve a ver normal. Yo ya me he reconstruido el pecho», se felicita.
Pero nada hubiera sido igual sin la dedicación de su pareja. «Nunca noté que me mirase con pena. ¡Y me ha visto en situaciones durísimas! Ducharte sin pelo, sin pestañas, sin cejas... ¡Tenía una cicatriz de lado a lado! Me recorría todo el cuerpo. La sensación era brutal. Encontrarte con una persona con ese deterioro físico... Él, sin embargo, me observaba como si tuviera la melena igual de larga que siempre», relata.
Cuando a Rueda le diagnosticaron la patología solo llevaba un año casada, algo que nunca entró en sus planes, pese a triunfar como diseñadora nupcial. «Gorospe se puso cabezón. A él le van los retos. Finalmente, me convenció y ahora me casaría con él cada cinco años», sonríe. Pese a la gravedad del tumor, su marido nunca dejó de tratarla igual que cuando la conoció. «Cuando salía de cena con las amigas me decía '¡no ligues mucho!'. Yo le respondía 'bueno, por favor, ¿pero en serio piensas que puedo ligar con este aspecto?' No me lo decía por hacer una gracia, lo pensaba realmente. Hacía que me olvidara de que no tenía pelo y cejas», confiesa emocionada.
Tanto, que reconoce que la enfermedad ha fortalecido aún más sus vínculos afectivos. «Rubén ha sido el que me ha sujetado, el que me ha ayudado a verme con otros ojos, el que no me ha dejado caer y tampoco me ha permitido regodearme con la enfermedad. De hecho, se enfadaba si empezaba a remolonear. Me decía 'Alicia, tranquila, que esto va a pasar. Si esto no es nada. Lo pasan muchas personas, pero no te caigas'». Ni recuerda las veces que escuchó de su boca «lo preciosa que estaba. 'A mí no me importa, como si te quitan tres pechos o te ponen cinco. Tú eres la misma persona para mí', me repetía».
Frases como estas le animaron a salir de un pozo al que procuraba no asomarse, pese a temer caer más de una vez. «Sus ojos lo decían todo, no hacía falta que me hablara. Alucinaba conmigo. Me decía 'Alicia, estás guapísima'. 'Me dan ganas de decirte que no te dejes el pelo largo'. Yo pensaba 'madre mía, ¿cómo puedes decir eso?'. Pero él insistía con lo de 'tienes una cabeza preciosa'. Le encantaba pasarme la mano por ella. Me la acariciaba muchísimo. Yo sentía que no tenía compasión por mí, que me veía fuerte y no soportaba verme caer. 'Tienes que luchar y armarte de valor'. 'Y, si te duele, sigues', me aconsejaba».
Alicia, obediente, aceptó las sugerencias. «Seguí con el dolor, con los malestares, con todo lo que me echaban. Nunca me metía en la cama. Tenía muchos planes», recuerda, aunque pasó «muy malos momentos. Lo peor de todo es el miedo».
- ¿A qué?
- A la muerte. Me preguntaba '¿y si no funcionan las cosas o van a peor?' '¿Y si de repente este cáncer, que venía muy rápido, se reproduce por otros órganos?' Cuando me lo detectaron, tenía siete tumores. Si llego a dejarlo un poco, posiblemente hubiese derivado en una metástasis», esgrime.
A Alicia le costó tres meses «encontrar las fuerzas» para seguir adelante desde que le comunicaron el diagnóstico. «La detección fue en julio, el 8 de agosto estaba operada y la quimio empezó en septiembre. Todo fue a una velocidad que no me dio tiempo ni a reaccionar. No era capaz ni de curarme la herida. Era mi marido el que me duchaba y me la trataba. Yo era incapaz de mirar la cicatriz. No podía verla abierta».
- ¿Por qué?
- Necesitaba que se cerrase para enfrentarme a una realidad que me era imposible asumir».
La creadora de Markina encontró en su cirujano, Julio Moreno, otro apoyo incondicional. «Me dijo 'te voy a dejar que llores ahora porque después de la operación vas a necesitar todas tus fuerzas para hacer el tratamiento'». Alicia evitó proyectar la imagen de una mujer enferma, aunque, cuando se levantaba a las mañanas, «daba miedo. Me maquillaba mucho porque me estaba quedando sin color». Y se cubría la cabeza con gorros, sombreros y pañuelos para que nadie reparase en su físico y, por el contrario, pensaran «'¡madre mía, qué mujer más excéntrica!'. Me coloreaba mucho los labios. No soportaba que nadie me mirase con tristeza. O con miedo. Me disfrazaba de 'Alicia la valiente', la que podía con todo, para protegerme de las miradas de los demás. A mí no me importa que me miren. De hecho, estoy muy orgullosa de cuando mi hija me cortó el pelo y me fotografiaron rapándome la cabeza. Pero no quería escuchar lo de 'pobrecita, esta mujer está pasando por un tratamiento'».
La vida tiene, a veces, paradojas que explican que durante la convalecencia idease algunas de sus colecciones «más potentes y vitalistas. Han salido del proceso de la quimio. Saqué lo mejor de mí. Tenía ganas de hacer muchas cosas por si acaso no me quedaba tiempo. Pensaba '¿qué haría si no pudiese hacer ya nada más'?».
E hizo muchas cosas. «¡De todo! Dibujé, escribí, planifiqué…» Y en estas llegó la pandemia. «Fue como decir 'Dios mío, pensaba que había superado todos los baches vitales! Superé la crisis de 2008, he cerrado tiendas, las he vuelto a montar, he fracasado en muchas ocasiones. Para aprender tenemos que caer. Me gustaría que alguien me explicara por qué hay que esconder un fracaso. O una enfermedad. En cuanto me sentí fuerte, la comuniqué. Me vine arriba y dije '¡qué narices!' Me da mucha pena cuando veo que la gente tiene miedo a hablar de estas cosas».
- ¿Teme una posible recaída?
- Siempre se teme. No es algo que lo tenga en el día a día, pero sé que tengo un porcentaje mayor que el resto de las personas de recaer.
Con su libro, cuyas ventas destinará a la investigación del cáncer de mama, busca ayudar a personas que han sufrido la enfermedad, como su madre, Paquita, que falleció de uno linfático. «Yo he sobrevivido. Te preguntas por qué unos sobreviven y otros no. Gracias a la investigación, mi cáncer tiene hoy un tratamiento específico. Mi madre no lo superó, pero igual hoy sí hubiese podido». O Raquel, una de sus mejores amigas, que falleció, cinco meses antes de su boda, «en menos de un mes. Fue algo fulminante, demoledor. Te planteas '¿por qué ella no vio las señales?' Yo las vi y me curé. Pero ella y mi madre, no. Y mucha más gente. Ver que alguien no lo supera es lo que más daño me hace».
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