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De los gatos se suelen decir muchas cosas feas, y a menudo los argumentos en su defensa suenan un poco a disculpa: que en realidad no son tan ariscos, ni tan egoístas, ni tan indiferentes... El enfoque del asunto que hace Sol Maguna es un poco diferente: «A mí el carácter de los gatos me tiene loca y creo que tenemos que tirar un poco más hacia eso. Yo antes era más tipo perro, más fiel, más de atender a lo que decían los demás, pero de los gatos he aprendido a mirar más por mí. La gente los llama egoístas, pero es como debemos ser: no tenemos que servir a nadie, ni andar todo el día con la lengua fuera», lanza su alegato la actriz. Y, tras un momento de silencio, añade: «Dicho sea con todo el respeto a los perros, que también me encantan, no se vaya a presentar aquí una manifestación canina de protesta».
En la familia de Sol, todos son apasionados de gatos y perros, pero ella se inclinado siempre por la primera especie. Tuvo a Mofli, un ejemplar pelirrojo, «muy tranquilo y muy especial», que vivió diecisiete años. Después comenzó el reinado de Misha, un persa blanco «precioso y supermajo», y la llegada de Gina fue el resultado imprevisto de un ataque repentino de amor: la intérprete participaba en un calendario del refugio de animales Asaam y se quedó prendada de una gatita tricolor recién nacida que habían encontrado en muy mal estado entre unas rocas de Zierbena, junto a su madre y un hermano. «Era una bolita que se acercaba mucho a mí. La adopté y, cuando llegó a casa, se volvió un rottweiler: le ponías comida y empezaba a gruñir como diciendo 'esto es mío'. Ahora me espera para comer. Como buena vasca, prefiere comer en compañía, en plan txoko».
A Misha, la llegada de un cachorrito juguetón y caprichoso no le convenció en absoluto, sobre todo cuando se empeñaba en arreglarle el pelo. El gato mayor logró imponer sus reglas, pero, en dos días que pasó ingresado por una enfermedad del riñón, las tornas cambiaron: «Cuando volvió, ella se había hecho la dueña de la casa y él se sometió. Después, cuando Misha murió, Gina lo buscaba». El nombre, por cierto, lo trajo puesto del refugio: «Es perfecto para ella, porque tiene todo el glamur de una estrella de cine y cierta locura italiana. Es muy teatrera y lleva el drama en las venas».
A Gina le encanta acicalar a su amiga humana («me pasa la lengua por las cejas, por la cara, igual que si fuese su cría»), jugar con pelotitas de papel de aluminio, meterse en embalajes (y esa será la única manera de que se deje retratar) y salir a holgazanear en el balcón de casa, en las Siete Calles de Bilbao. «Los guías con grupos de turistas se paran justo aquí debajo. Seguro que la foto de Gina está en la pared de algún japonés o algún coreano. Y, a la vez, ella ha ido aprendiendo mucho de historia del Casco Viejo». Entre sus intereses también están los insectos, pero desde un punto de vista gastronómico: «Se come las polillas como langostinos. Al principio me daba cosa, pero es un gato, un cazador, no un humano».
A la actriz, la presencia de animales le parece una parte insustituible de la vida: «A mí Gina me hace estar con los pies en la tierra. Hace una compañía inmensa y da amor incondicional, ese que solo recibes de los animales y de tu madre. Me encanta ese carácter de los gatos de pedir cariño cuando lo necesitan y darlo cuando lo necesitas tú».
Raza: común europeo.
Edad: acaba de cumplir 4. «No sabemos la fecha exacta, pero he decidido que hace los años el mismo día que yo, el 14 de julio», se ríe Sol.
Peso: 4,5 kilos.
Carácter: cariñosa y protectora.
¿Alguna manía? Odia comer sola.
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