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Catalina aparece en esta página como embajadora de la pujante comunidad animal que Olga Zulueta ha ido incorporando a su vida. Y lo ... cierto es que, pese a los eternos tópicos sobre su especie, la burrita se desenvuelve estupendamente en ese papel de representante diplomática: discreta y formal, no se le escapa ni un rebuzno a destiempo. «Es un animal muy inteligente, que no tiene nada que ver con esa fama de tozudos que arrastran. Su memoria es excelente y reconoce a la gente. A mí me encanta estar con ella porque es como un perro grande: cuando llego, me llama, acude al trote y saca la cabeza del cercado para que la acaricie. ¡Es un amor!», elogia la directora creativa de BilbaoCentro.
Su entusiasmo por los animales viene de la infancia. De hecho, uno de los ídolos de su niñez era Brigitte Bardot, no en su faceta de actriz sino en la de activista: «Ella decía cosas como que prefería los perros a los seres humanos y a mí me impresionaba un montón. '¡Qué tía!', pensaba». En casa de Olga siempre ha habido y sigue habiendo perros y gatos, pero el salto a la burra sobrevino de manera un poco inesperada: unos amigos le ofrecieron una pollina jovencísima, de la que no podían hacerse cargo, y no necesitó pensárselo mucho. «Están en peligro de extinción y me parece que hay que devolverles el favor que nos han hecho. Han trabajado como animales de carga en los caseríos, en las minas, y han sido dóciles y buenos. Así que le di un hogar».
En la casa que tienen Olga y su pareja en las afueras de Bilbao, Catalina cuenta con un amplio trozo de terreno para ella sola y con su propio refugio para dormir. Dentro de ese paraíso asnal lleva una existencia tranquila y ociosa, libre de las penalidades que afligen a tantos congéneres: por ejemplo, nadie se ha montado jamás sobre su lomo. «Lina, como la llamo yo, es un animal especial. Es muy guapa, con esos ojazos y esas pestañas. ¡La entiendes cuando te mira! Si entras en su espacio, va caminando detrás de ti y le encanta jugar y revolcarse en plan croqueta». Eso sí, no tiene costumbre de interactuar mucho con el resto de los animales de la casa: «Yo creo que los ve tan pequeños que no le interesan».
¿Hacemos un censo rápido? Ahora mismo, la población gatuna se eleva a cuatro ejemplares: Guti (negro, el mayor de todos, bautizado así porque apareció en un campo de fútbol), Txiki, Betizu (con manchas blancas y negras como una vaca) y el más pequeño, que de momento atiende por Nene. «Iba para casa y vi un gatito chiquitín entre la acera y la carretera, maullando. Me lo llevé. Siempre he adoptado gatos abandonados y colaboro con la protectora 7 Vidas», aclara Olga. En el apartado canino, hay un boxer y una hembra de bichón maltés, Gina. «Me la regaló mi chico en las primeras Navidades sin mi madre. La verdad es que a mí me encantaría tener más animales, pero el trabajo no me lo permite. El día que me jubile, me gustaría añadir un caballo, ovejas, patos... A lo mejor soy un poco exagerada, hasta me da pena matar moscas. ¿Quién soy yo para quitarles la vida?».
Olga tiene muy claro que sus mascotas le devuelven mucho más de lo que ella les da. «El amor de los animales es superpuro, sin condiciones -plantea-. No les importa tu mal humor, que seas feo o que estés gordo, solo quieren que les des un poco de cariño. Nadie debería quedarse sin experimentar ese amor, porque los animales completan nuestro corazón».
Raza: burro común.
Edad: 15 años.
Carácter: es tranquila, inteligente y juguetona.
Otras mascotas: Olga también tiene cuatro gatos y dos perros.
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