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Incluso con los parámetros de Juan del Campo, la buena de Tara tiene «un problema de hiperactividad». Y eso que el esquiador de Mungia reúne las condiciones de amar el ejercicio físico -eso, en un deportista, se da por hecho- y conocer muy bien a los perros. En su casa los ha habido siempre, y Juan recuerda con afecto al «gigantón» Aníbal y el «bichillo» Matute, una especie de dúo cómico en el que el pequeño era el lanzado que se metía en mil líos («lo mismo venía con una oreja rota que con un ojo medio fuera»), y también a Lola y Rita, dos Cairn terriers de biografías muy dispares: la primera murió muy joven y la segunda acompañó a la familia durante diecisiete años. «¡Qué buenos ratos nos dio!».
Pero, aun con toda su experiencia deportiva y canina, Juan presenta a Tara como «una loca que no para en todo el día». La springer spaniel tiene la suerte de que la saca a pasear un montón de gente («mi padre, mi madre y, cuando estoy en casa, yo»), así que puede dedicar gran parte del día a hacer lo que más le gusta: «No es nada tragona, solo come porque, si no, se moriría: lo que le interesa es pasear, tirarse al agua y hacer el tonto por ahí». Tara, para aportar un ejemplo práctico, se zambulle como un torpedo en el lago de Berreagamendi. «A mí me da igual que se meta al agua, me traigo unas pipas y me quedo mirando cómo nada, aunque luego la tengo que tener un rato quieta al sol. La primera vez que la saqué todavía era canija, tendría dos meses, y se metió hasta dentro. Cuando ve un pato, va hasta donde esté, aunque el pato se la queda mirando como diciendo 'este bicho es idiota, ¿de verdad se cree que me va a coger?'». Como buena mascota de esquiador, Tara también disfruta en la nieve. «Le flipa. Si vas por un camino, ella tiene que andar por la nieve. Con el pelo, se le forman unas bolas gigantescas en las patas. En realidad, le encanta el agua en todas sus formas: esto, el mar, la nieve... y también el lodo, claro, y luego va dejando huellas como si las patas fuesen sellos».
Tara regresa a tierra y parece saciada ya de nadar, pero se oye un 'cuacuá' en algún punto del lago y ha de cumplir con la obligación genética de levantar la presa. ¡Otra vez al agua! ¿Nunca ha vuelto con un pato? «Algún día ha estado cerca, pero no. Yo creo que le gusta más perseguirlos que atraparlos». Después, mientras se le secan al sol los ricillos empapados, llega la hora de examinar a Tara con detenimiento. Juan anima a palparla, para comprobar la tensa fortaleza de su torso, y llama la atención sobre sus ojos, tan expresivos: «Tiene una mirada muy humana. Cuando estamos comiendo, se nos queda mirando y hace algo así como movimientos de cejas, igual que una persona. Ahora se le han puesto los ojos verdes, pero de pequeña los tenía azules y eran como piedras preciosas». También muestra el penacho de pelos rebeldes que corona la cabeza de la perra: «Nos la dieron por este 'kiki'. No la querían porque no cumplía los criterios de la raza, les parecía feísima. En verano se le pone rubio, como a un surfista, y mi madre siempre se lo quiere cortar, pero a mí me gusta mucho, me parece muy distintivo de ella».
Se escucha de nuevo el alboroto lejano de las aves y Tara levanta la pata delantera izquierda, dispuesta a iniciar la secuencia de caza, pero al final se queda junto a Juan, porque todo deportista necesita paréntesis de reposo. «El perro te brinda el amor más incondicional, te da todo por nada, te quiere siempre por encima de todo -agradece el esquiador-. Mi novia tiene un gato, y también me encantan, pero el amor que te da un perro no se puede comparar con nada. Cuando vuelvo a casa después de un mes, se me echa encima y se oye cómo llora».
Raza: Springer spaniel.
Edad: 2 años.
Peso: unos 20 kilos.
Carácter: hiperactiva e incansable. Adora los mimos de los humanos.
¿Alguna manía? Le encanta poner las patas encima de la gente y a menudo les deja su huella.
Esquiador. En casa de su familia siempre ha habido perro. Los primeros de su vida fueron dos ejemplares contrapuestos: Aníbal, un akita tranquilote («tengo fotos de crío tirándole de las orejas»), y Matute, un perrillo camorrista y temerario («iba él a morder a los rottweiler»).
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