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Puede que hayamos pasado por una misma calle cientos de veces sin habernos percatado de los tesoros que nos rodean en tan solo un golpe de vista. Alzando la mirada del móvil, uno puede leer la historia de Bilbao escrita en sus fachadas - unas tan ... perfectamente austeras, otras tan maravillosamente recargadas - y descifrar en los detalles la personalidad de los inquilinos que habitan tras sus muros. Hacemos parada técnica en la esquina de Colón de Larreátegui con Máximo Aguirre. Ante nuestros ojos se alza un edificio racionalista de los años 20 proyectado por el arquitecto Pedro Guimón. Un bloque de líneas sencillas y funcionales, de formas geométricas simples y sin excesiva ornamentación, salvo por la exuberancia verde que brota desde uno de sus balcones. Esparragueras que cuelgan hacia abajo, una palmera Kentya que mira hacia arriba, un Ficus Benjamina y un coqueto limonero que ha provocado cierta inquietud en el barrio. «Una señora me quiso denunciar porque pensaba que se le iban a caer los limones en la cabeza», nos cuenta Ignacio Goitia, propietario del árbol de la discordia y de este piso del Ensanche junto a su pareja, Alejandro Muguerza. Los limones, para la tranquilidad vecinal, siempre están a buen recaudo.
Este balcón con vistas privilegiadas al Museo de Bellas Artes es un reflejo del imaginario estético de sus inquilinos y una especie de prolegómeno de todo lo que podemos encontrar en su interior. Hace ya más de una década que el pintor bilbaíno y el empresario trotamundos dejaron una buhardilla del Casco Viejo para instalarse en pleno corazón de Bilbao movidos por un flechazo. «Miramos muchas casas, pero con esta fue amor a primera vista. Aunque tenía más obra que el resto, nos gustó mucho su luz, las vistas, los volúmenes y su ubicación». Es una casa escoltada por el Parque de Doña Casilda que respira eclecticismo, historia, viajes y arte en cada uno de los rincones de sus 150 metros cuadrados.
Poco queda ya del despacho de arquitectura que había montado allí su anterior inquilino, salvo unas estanterías desmontables que aprovecharon para su biblioteca personal, el que ha acabado siendo el lugar favorito de ambos. Ignacio y Alejandro quitaron luminarias, eliminaron el gotelé y pintaron las paredes en un apacible gris que da uniformidad prácticamente a la totalidad de la casa. Por el contrario, conservaron el parquet y el suelo de mármol de la cocina, dieron importancia a sus grandes ventanales y llenaron de plantas el horizonte de sus balconcitos.
Hablamos de una casa de dos dormitorios, dos baños, una cocina, una biblioteca y un gran salón, distribuidos en forma de 'L'. Cruzar el umbral de su puerta es abrir la ventana a su particular visión del mundo. En el hall nos topamos con un plano de Turgot, una joya grabada de París antes de la intervención de Haussmann que Ignacio adquirió en la ciudad del Sena. Enfrente, unos grabados de Canova nos dan la bienvenida y nos introducen en esa especie de galería de arte en la que estos dos estetas han convertido su casa. Alrededor de los cuadros gira el resto de la decoración, donde se potencia especialmente la obra del propio Goitia. Una colección de autorretratos con animales de Eduardo Sourrouille -quien, por cierto, inaugurará una exposición en la Sala Rekalde el próximo mes de octubre - nos acompañan a lo largo de un pasillo que desemboca en el salón, el corazón de la casa.
Lejos de la corriente minimalista que ha imperado en los últimos años en el sector del interiorismo, la suya es una vivienda con carácter donde prevalece el 'más es más'. Sin embargo, «todo tiene su sentido, su proporción y su orden». Sobre todo su orden, y sino que se lo digan a Alejandro, que toma fotos a los objetos antes de hacer limpieza para colocarlos después en el mismo sitio con precisión milimétrica. Que nadie le mueva las improntas blancas sobre papel de aguas veneciano que hizo para la biblioteca, ni mucho menos su mesa favorita: una joya de origen cristiano-mongol fechada en el siglo XV, dentro del marco de las invasiones de Tamerlán. «Es una pieza rarísima que compramos en un brocante por cuatro duros. La gente no es consciente de lo que vende», inciden.
Y es que reconocen ser unos apasionados de esos mercados de pulgas tan característicos de Francia, donde les gusta ir a comprar algún que otro fin de semana. Encima de ese escultórico mueble auxiliar, que representa a un mártir siendo devorado por un león en el circo romano, se encuentra la guarda de un pez sierra, otra rareza más que ayuda a distribuir el salón en dos partes. Enfrente, unas butacas en 'toile de jouy' al lado de 'Salón de bienvenida', un cuadro pintado por Ignacio que retrata el Palacio del Elíseo.
Un altar de una iglesia en ruinas, una cómoda Carlos IV en pan de oro… En su ecléctica vivienda conviven en armonía los tesoros que van encontrando en sus viajes con otros diseños de herencia familiar, como la colección de grabados escoceses de finales del siglo XVIII que perteneció a la madre de Muguerza o un curioso tresillo de los tatarabuelos de Goitia. Este, en concreto, es un sofá isabelino de tres cuerpos en madera de caoba que los antepasados del pintor adquirieron al acondicionar su casa para recibir a la mismísima reina Isabel II en su visita a Bilbao. Quizás, su ilustre Majestad haya asentado ahí sus reales posaderas. «Quitamos el rancio damasco dorado que tenía y lo retapizamos en gris con pasamanería naranja».
A ambos les agrada el arte de recibir y reconocen que en las fiestas que hacían pre-pandemia todo el mundo acababa en la cocina, sirviéndose del buffet que solían preparar sobre la encimera. Y no es de extrañar, ya que Alejandro Muguerza es el fundador y director creativo de Le Basque, un conocido catering de nombre autóctono con enorme fama al otro lado del charco. Dicen que su casa se ha llegado a convertir muchas veces en «el camarote de los hermanos Marx».
En las estancias privadas destaca el dormitorio principal, pintado en un sobrio marrón y presidido por un dosel en 'toile de jouy' y tartán. Vauban observa desde lo alto de su pedestal. Se trata de un busto del que fuera consejero de Luis XIV que Ignacio pintó para simular el tacto de una terracota antigua. Hasta en los baños hay arte: uno está lleno de improntas en la pared con papel de aguas en blanco y negro y el otro está repleto de dibujos a lápiz de Goitia.
Barroco dirán unos, maximalista dirán otros, cuando en realidad es una interesante fusión de dos personalidades afines. Ellos, simplemente, lo llaman hogar. Un hogar que, a pesar de la grandeza que abarca, consiguieron decorar en tan solo tres días.
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