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maría calvo
Jueves, 9 de junio 2022
Reconstruir sin destruir, actualizar sin modificar, mirar al futuro manteniendo siempre el legado de la tradición. Una balanza difícil de compensar, sobre todo cuando hablamos de construcciones de antaño en mal estado de conservación. Sin embargo, estos tres pilares se han equilibrado gracias al trabajo en equipo del estudio de arquitectura bilbaíno BABELstudio y Bonadona Arquitectura. Su labor conjunta ha dado pie a la reconstrucción del antiguo Caserío Azkarraga, una edificación en ruinas convertida ahora en un trabajo respetuoso y minimalista en plena naturaleza. Está situado en una ladera, entre el parque natural de Urkiola y la reserva de la biosfera de Urdaibai, ligeramente apartado de un conjunto de caseríos históricos del Barrio Aldana, un núcleo de edificios catalogados.
En esta parcela había antiguamente una casa de piedra de dos pisos, construida a mediados del siglo XIX, a la que se hizo una ampliación de una sola planta. Estaba en ruinas por haber estado abandonada durante años, aunque los muros perimetrales de mampostería eran los únicos elementos susceptibles de ser conservados. De hecho, la normativa obligó a los arquitectos a mantener la huella original del edificio y de la construcción anexa, aunque sí se les permitió hacer modificaciones tanto en la altura, como en la fachada y en la elección de materiales. Tener esa cierta libertad les dio alas para eliminar todos los elementos que resultaban conflictivos para diseñar un proyecto de carácter contemporáneo y minimalista que se integrara perfectamente en su contexto histórico y arquitectónico.
Actualizar el pasado y llevarlo al presente quedó en las manos de estos jóvenes arquitectos, que hicieron realidad el encargo recibido por parte de un chef que regentaba un restaurante de renombre en Bilbao. Necesitaba un nuevo espacio para tres usos muy diferentes, pero interrelacionados entre sí: por un lado, una vivienda para residir junto a su mujer y socia y sus tres hijos pequeños. Por otro, un restaurante que llevaría por nombre La Revelia, dedicado a la cocina regional y a los productos locales. El tercer escenario estaba pensado para acoger un pequeño agroturismo que permitiera el alojamiento de huéspedes. Estos tres condicionantes se aprecian claramente en los tres profundos cortes de la fachada, donde están situados los diferentes accesos del renovado edificio.
Tener cierta permisividad para jugar con las alturas llevó a los arquitectos a eliminar la segunda planta, cuyos muros de piedra se encontraban gravemente dañados. Decidieron entonces plantear una distribución en un solo nivel, salvo el agroturismo, que se alojaría en un segundo piso. Paradójicamente, este rediseño hizo posible que Caserío Azkarraga recuperara el formato característico de los típicos caseríos locales, aunque con un lavado de cara tremendamente actual: la carta de presentación es una fachada en madera de pino tintado en negro, realizada con los árboles de la propia parcela, que custodia y envuelve a la mampostería primigenia. Actualizar también consiste en seguir la corriente sostenible que impera en el sector, utilizando energías renovables y aprovechando los recursos del entorno.
Los arquitectos utilizaron los muros originales como guion creativo. Un lienzo en blanco donde construyeron un único muro de hormigón en el centro para intervenir lo menos posible. Fue una solución muy sencilla, pero enormemente efectiva, ya que por sí sola permitió crear el vaso que albergaría una piscina interior y organizar el resto del espacio, separando la zona residencial del restaurante y dando acceso a la segunda planta destinada al agroturismo.
A juzgar por sus muebles de diseño, su aspecto diáfano y su carácter liviano, nada hace presagiar que décadas atrás aquel espacio era un rústico caserío. Nada más entrar a la vivienda nos topamos con la zona de día, donde convive la cocina, el comedor -con mesa y sillas de Ondarreta- y el salón -con el sofá Senso de Joquer, silla BKF de Isist Atelier, alfombra de Nanimarquina y cestita de Santa & Cole-. La iluminación es una parte fundamental en cualquier proyecto de arquitectura, donde se busca siempre la luz natural, por eso se han abierto tres enormes ventanales correderos enmarcados en madera que se integran en la propia fachada. Una fórmula que introduce el paisaje en el interior, creando una íntima conexión con el exterior y la naturaleza.
El antiguo volumen anexo al viejo edificio es ahora la zona de noche. Allí se encuentra la suite principal con dormitorio y baño, junto a otras dos habitaciones individuales, todas ellas con acceso al jardín. Como la cubierta de este nuevo cuerpo es plana, se ha aprovechado para convertirla en una terraza exterior para el agroturismo que se sitúa justo encima. Actuando como bisagra y separando la vivienda del restaurante, se ha implantado una zona de spa con piscina y sauna revestida en mármol.
El restaurante también se ha ideado para que esté en continuidad con el privilegiado entorno natural y el huerto de uso propio. Sin embargo, y a diferencia de la vivienda, aquí se ha diseñado un interior en tonos oscuros con paredes en negro y suelos de terrazo continuo. ¿El motivo? Pasar desapercibido, dejar todo el protagonismo al paisaje, haciendo que los grandes ventanales enmarcados en madera de pino sean el marco de un lienzo perfecto. Aquí, la mesa Mikado H75 convive con las sillas Hari y Bai Terracota de Ondarreta.
Por otro lado, y siguiendo con ese afán de quitar barreras arquitectónicas para crear un interior lo más limpio posible, se ha querido integrar la cocina en el comedor, separándola únicamente con un cierre transparente de marco de acero y vidrio sobre una base de mármol, haciendo que la elaboración de los platos sea visible en directo y forme parte de la propia experiencia.
Puedes ver todas fotos de la reforma en nuestra galería de imágenes.
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