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maría calvo
Jueves, 21 de julio 2022, 00:48
Escoltada entre montañas y paisajes bañados por el río Pas encontramos una encantadora construcción que define la esencia cántabra del Valle de Toranzo. Los 'praos' verdes y las vacas limusinas pelirrojas dibujan la estampa pintoresca que Adriana y Germán eligieron para hacer más felices a los demás. Así surgió Villa Pacheca, una vivienda pasiega que este joven matrimonio ha rehabilitado con sus propias manos para convertirla en un nuevo concepto de casa rural. Un alojamiento de estilo boutique cuidado al detalle, destinado al confort de los huéspedes y al deleite de los sentidos. «Queremos ofrecer la experiencia de estar en plena naturaleza, pero con todo tipo de comodidades», explican.
Dicen que Cantabria es infinita, como infinito es el manto que se extiende hasta donde alcanza la vista, vistiendo sus paisajes de «un verde que no es normal, un verde casi fosforito que te embriaga, te llena la retina y el corazón». Adriana habla de su tierra con la devoción y la añoranza de quien lleva más de una década viviendo lejos de allí. «Cuando tomas distancia valoras más de dónde vienes. Cada año estoy más enamorada de Cantabria», asegura. Villa Pacheca es su proyecto más personal, un lugar donde ser profeta en su tierra, un paraje único en el que ha volcado el cúmulo de sus pasiones en 6.000 metros cuadrados de terreno y en los 300 de una casita digna de revista de decoración con capacidad para 10 huéspedes. «Sobre todo nos visitan muchos vascos y madrileños», apuntan.
Los muros de esta casona descubren el paso del tiempo. Piedra de sillería y mampostería de hace 150 años que dan paso a una reconocible balconada de madera, típica de las construcciones cántabras. El novelista José María Pereda acuñó el término 'estructura montañesa' por primera vez para referirse a ellas, a esas casas tradicionales «que están vivas, puesto que no tienen cimientos y se mueven según se va moviendo la tierra, aunque son tremendamente resistentes», remata Adriana. Villa Pacheca se divide en dos plantas con un gran recibidor, cocina independiente totalmente equipada y un espectacular salón con chimenea convertido en el corazón de la vivienda. Visto el resultado de la reforma, nadie diría que justo allí, en ese espacio deliciosamente decorado y con techos que alcanzan los 7 metros de altura, estaban ubicadas unas antiguas cuadras.
En la planta baja también se sitúa un dormitorio con baño, mientras que las otras cuatro habitaciones se encuentran en el piso superior con tres baños completos. Una de ellas es la llamada «nube», un precioso espacio abuhardillado con dos camas individuales al que Adriana ha prestado especial atención en la decoración. Nada en la casa está dispuesto al azar, todo tiene una razón de ser, cada objeto ha sido un flechazo pasado por el filtro estético de esta periodista cántabra y rematado con la ayuda de sus tres personas de confianza: su marido Germán, «quien le acompaña en esta aventura», su padre, «un manitas de manual», y Encarna, la guardesa, «una MacGyver pasiega de 60 años que lo mismo te lija una puerta que te cose una cortina».
Desde que compraron la casa hasta que abrieron sus puertas al público tan solo pasaron 5 meses, los suficientes para dar vida a su interior con tesoros de ahora y de antes. En Villa Pacheca se estila un contenido eclecticismo donde podemos encontrar antigüedades exquisitas como una mesa tocinera del siglo XIX de la zona de Bayona, una alacena de dos cuerpos francesa del siglo XVIII, una cómoda holandesa de caoba del siglo XIX con patas de león o una mesa de roble de finales del XIX, combinadas con gracia con diseños contemporáneos y opuestos como las sillas Tulip, lámparas de latón o fieltro, papel pintado de William Morris o divertidas esculturas como la «Señora con faldas y tacones» del estudio «NO hay mapas» de Mariana Montero que cuelga de una de las paredes. «Quería plasmar el romanticismo de las antigüedades con todas las comodidades de hoy en día».
Y es que no faltan enormes sofás de Ormos, colchones de 35 centímetros de altura traídos expresamente de Jaén, sábanas 100 % algodón de 200 hilos o, cómo no, una buena sesión de Netflix. Aunque lo mejor es olvidarse de películas y disfrutar del paisaje que lo rodea. No todos los días te puedes levantar con vistas directas a un Bien de Interés Turístico como la Iglesia de la Asunción, ni tener a tiro de piedra las Cuevas del Castillo, patrimonio de la UNESCO, o la «Vía verde del Pas», la antigua vía del ferrocarril que recorría desde Ontaneda hasta casi Santander y por la que ahora se puede disfrutar de una agradable caminata de hasta 35 kilómetros.
Villa Pacheca, en definitiva, es un conjunto de muchas cosas, pero sobre todo es un homenaje a la abuela de Adriana, la vetusta moradora de «El Corral de la Pacheca» en el que esta joven santanderina ha pasado todos los veranos de su vida. «La casa de mi abuela no es una casa antigua, es una casa vieja, pero a mí me parece una fantasía». Coincide en nombre con el famoso tablao flamenco madrileño, aunque poco tiene que ver con el arte del taconeo y los acordes de guitarra. En esa vivienda, que fue un antiguo corral situado a tan solo unos valles de distancia, se estilaba la vida de campo, de esas que curten el carácter y la piel. ««La Pacheca» no es un apellido, es simplemente un apodo que mi abuela heredó de la suya. Significa mujer ruda, fuerte. Se empleaba antaño para definir a una mujer de armas tomar». Villa Pacheca emerge de los recuerdos para regalar al mundo un trocito de esa región salpicada de valles en la que Adriana ha sido – y sigue siendo- plenamente feliz, con el único objetivo de convertir esta casa «en un destino y hacer de Cantabria su marco perfecto».
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