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Karri Bilbao
Viernes, 21 de marzo 2025, 00:52
Cada viernes, Karri Bilbao nos comparte las historias y experiencias que vive con sus amigas. Tras años de convivencia en pareja han regresado a las noches (y tardeos) de la villa.
Acepto la invitación de Andoni para subir a su casa tras acudir al concierto en nuestra segunda cita. En el ascensor no hablamos del ... tiempo, pero tampoco surge un beso apasionado que nos haga perder la cabeza. Continuamos con la conversación que iniciamos en el Molly Malone; sobre cómo al divorciarnos dejamos atrás no solo una pareja con la que proyectamos un futuro, sino una forma de vida que desaparece casi a la par que la sentencia. Adiós a las celebraciones y comidas familiares hasta la fecha, pero también a planes de cuadrilla y viajes de grupo en parejas. A menudo en la sombra y sin preguntas indiscretas ni juicios de valor, quienes permanecen a nuestro lado son los restos más preciados del naufragio; tesoros que valoramos infinitamente. Coincidimos ambos en que lo mejor llega tras la tormenta, cuando entre cielos despejados aparecen amistades que nunca habrían arribado a nuestra orilla antes, personas que consideras íntimas sin conocer apenas: mujeres y hombres que nos devuelven la ilusión, sean flor de un día o perennes.
Hablamos de ello mientras Andoni gira con la llave la cerradura que considera su refugio. Un piso hipotecado a veinte años de apenas sesenta metros cuadrados, bonito y funcional. Se le ve feliz entre las cuatro paredes que ha proclamado como su hogar. Divorciado en postpandemia, va cicatrizando la herida sin hacer sangre de lo perdido. Una cocina abierta a la sala convive con un sofá y estanterías que rebosan libros y discos de vinilo. Fotos de sus hijos enmarcan la estancia por doquier. A la izquierda hay un escritorio con un sillón giratorio que mira a la calle a través de un amplio ventanal. Abogado de oficio, trabaja desde casa siempre que tiene ocasión.
En la nevera almacena tónicas y limas como fondo de armario, se ríe mientras prepara un gin-tonic en copas anchas que abarrota de hielo hasta los topes. Brindamos por nosotros mirándonos a los ojos. Me enseña sus discos de U2, Bruce, Dire Straits, Neil Diamond y otros grupos que desconozco. Lo hace como si me adentrara en su interior más recóndito, haciéndome partícipe de sus secretos. Ávido lector, aunque ya no tanto como quisiera, repasa los libros que le marcaron desde la adolescencia y que ahora recopila con orgullo entre baldas prietas.
Nos sentamos en el sofá y me acaricia la nuca con dedos fríos por el hielo. Es un gesto delicioso que me estremece las entrañas, más erótico que cualquiera. Posa su mano en mi hombro derecho y deja mi copa sobre la mesa. Un beso sigue a otro y a otro mientras nos descalzamos y quitamos la ropa despacio. Pregunta si prefiero continuar en su dormitorio, pero son más de las doce y el tiempo avanza en mi contra. Pasada medianoche, debería irme a casa como cenicienta, le respondo coqueta. Madrugaré para ascender al Pagasarri con comida posterior con la cuadrilla en el asador Mendipe. Andoni insiste con caricias largas, más besos y cara de cachorrillo desvalido, pero se da por vencido cuando me incorporo dispuesta a vestirme por completo.
Antes de irme, una mirada rápida al espejo en un intento de recomponer el desorden de mi aspecto. Me acompañará a casa, como un chico formal y para estirar el tiempo junto a mí, me dice en tono seductor. Nos despedimos con un beso acompañado de un nos vemos pronto.
Me miro al espejo del baño con una pinta que asusta por el pelo revuelto y el maquillaje hecho un asco al tiempo que llega a mi mente como alerta la canción de Sabina: Karri, cuidado, te estás enamorando…
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